Desigualdad

Las otras ‘madres’ de la ciencia

Aunque los nombres más recurrentes al hablar de mujeres científicas sean los de Marie Curie o Hedy Lamarr, miles de investigadoras dedican su tiempo y esfuerzo a mejorar el mundo pese a que no siempre son reconocidas por ello: por ejemplo, desde su creación en 1903, apenas medio centenar de ellas han obtenido un Nobel en ciencias.

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11
febrero
2020

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«Existe un principio bueno que creó el orden, la luz y el hombre; y un principio malo que creó el caos, la oscuridad y la mujer». Esto escribió en el siglo IV a. C. el filósofo y matemático Pitágoras. Y nos lo creímos hasta hace bien poco. Pero, entre ese erróneo caos y esa injusta oscuridad que se les atribuyó como género, hubo mujeres científicas cuya contribución al progreso fue tan esencial como el legado del griego.

Más allá de la archinombrada Marie Curie, dos veces reconocida con el Premio Nobel y, por supuesto, de Hipatia –una filósofa y científica excepcional cuya historia fue llevada al cine por Alejandro Amenábar en Ágora y que inventó, entre otras cosas, el planisferio–, la historia de la ciencia ha estado marcado por el trabajo invisible de miles de mujeres que, sin el mismo reconocimiento que sus compañeros varones, han trabajado para mejorar el futuro de la humanidad. Antes que ellas, por ejemplo, encontramos a María la Hebrea, la primera alquimista científica de la que hay constancia, entre los siglos I y II. A ella se le atribuyen tres inventos que hoy seguimos usando: el tribikos (un alambique de tres brazos para destilar), el kerotakis (una especie de horno usado en la destilación) y la técnica conocida como el baño María (que, originalmente, era un baño de arena y cenizas).

Siglos después, allá por el XVIII, la astrónoma Caroline Lucretia Herschel descubrió el planeta Urano, añadió 560 estrellas al catálogo de Flamsteed e hizo el suyo propio con las descripciones de más de 2.500 nebulosas, algo que le valió la Medalla de Oro de la Royal Astronomical Society. También inglesa y de formación autodidacta, Mary Anning halló en el XIX el primer esqueleto de ictiosauro –un reptil marino con forma de delfín– y de pterosauro, el primer vertebrado del que se tiene constancia que voló. Como era de origen humilde y sin estudios, sus investigaciones se publicaron sin citar su nombre y fue solo tras su muerte cuando la Sociedad Geológica de Londres reconoció su labor científica.

En España ya se doctoran el mismo número de mujeres que de hombres

A su paisana Florence Nightingale es a quien debemos la profesionalización de la enfermería, una profesión que celebra su Día Internacional coincidiendo con la fecha de su nacimiento –el 12 de mayo– y cuyo juramento ético, el que realizan todos los miembros de este colectivo sanitario al graduarse, lleva su apellido. También fue la primera mujer admitida en la Royal Statistical Society.
Poco a poco, gracias a ejemplos como los suyos, las mujeres fueron ganándose el respeto del mundo científico, casi por definición masculino. Así, se fueron haciendo más habituales –o menos excepcionales– los reconocimientos internacionales, incluido el premio Nobel. En 1935, la francesa Irène Joliot-Curie, hija de Marie, obtuvo el de Química por su síntesis de elementos radiactivos; casi treinta años después, Dorothy Crowfoot recibe la misma distinción por determinar las estructuras de importantes sustancias bioquímicas por medio de rayos X. Más recientemente, en 2009, la israelita Ada E. Yonathse llevó el premio por el estudio de la estructura y función de los ribosomas; y, en 2018, la última en recibirlo fue la estadounidense Frances Arnold, por su trabajo en la evolución dirigida de enzimas.

Más frecuente –aunque también minoritaria– ha sido la distinción de científicas con el Nobel de Física o Medicina, recibido por profesionales como Gerty Theresa Cori, María Goeppert-Mayer, Rosalyn Sussman Yalow, Bárbara McClintock, Gertrude B. Elion, Christiane Nüsslein-Volhard, Linda B. Buck, Elisabeth Blackburn o Carol W. Greider, May-Britt y Tu Youyou. Aunque, leídos de continuo, puedan parecer un buen número y, pese a que la presencia de investigadoras ha crecido notablemente en los últimos años, desde su creación en 1903, apenas medio centenar de mujeres científicas –53, en concreto– han obtenido el reconocimiento de la academia sueca en estos campos. Las que lo han conseguido, lo han hecho por descubrimientos incuestionables en genética, neurociencia o farmacología sin los cuales sería difícil entender la medicina moderna.

Nombres como los mencionados suelen quedar olvidados frente a otros como los de la actriz e inventora vienesa Hedy Lamarr –cuyos avances en la tecnología de transmisión de datos siguen siendo utilizados hoy–, el de Ada Lovelace o el de la experta en primates Jane Goodall, que siguen siendo perfiles recurrentes en las conversaciones que hablan de mujeres científicas. Aunque cada vez son más las que toman por derecho el lugar que les corresponde en la ciencia, también en España: el porcentaje de investigadoras en nuestro país es del 39%, una cifra que, aunque supera en seis puntos a la media europea, permanece prácticamente congelada desde hace una década. Según los datos oficiales, en España ya se doctoran el mismo número de mujeres que de hombres, algo que solo habla positivamente de su tesón en el sector de la investigación: son menos, pero se doctoran en igual número que los hombres.

Ellas son las que siguen la estela de investigadoras como Margarita Salas, nombre que no puede olvidarse al hablar de ciencia y mujeres en España. «No quiero que a las mujeres se nos dé nada por el hecho de ser mujeres. Que se nos dé si lo valemos, pero que no se nos quite por el hecho de serlo», dijo en una entrevista. Y, hoy, centenares de mujeres y niñas siguen luchando por conseguirlo.

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