Opinión

Tararí que te vi

Nos hemos acostumbrado a que nuestros mandamases desprecien la autoridad de la razón, que vive una nueva y grave crisis, con un peligroso renacimiento de los populismos: pareciera que hemos asumido los costes de vivir instalados en la desintegración del argumento y del debate racional.

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02
septiembre
2019

Mi amigo Salvador, que es un hombre sabio, dice que cuando transitamos por el otoño de nuestra vida somos más benévolos con los errores de nuestros semejantes. Así es y así parece, salvo para lo que hacen -o no hacen- los políticos, tanto da en España como en el extranjero, prisioneros de sí mismos y del llamado relato: es decir, de construir(se) una «historia» que les procure réditos electorales. Y con honrosas excepciones, esas manos y esas mentes son las que nos gobiernan. «Estamos con una generación de líderes post-adolescentes y sin sentido de la Historia, muy contentos de haberse conocido…», como nos recuerda el escritor y periodista Valentí Puig.

Nos hemos acostumbrado a que nuestros mandamases desprecien la autoridad de la razón, que vive una nueva y grave crisis, con un peligroso renacimiento de mitos e irracionalismos en una suerte de repetición parcial de lo que se inició al final de la Primera Gran Guerra y que continuó en el período de entreguerras. Nos enfrentamos hoy -y lo hemos repetido mil veces- a populismos de distintos colores, a las irracionalidades del brexit, a los mitos y misticismos nacionalistas o a los profetismos del America First. En definitiva, y aunque Weber nos advirtiera de sus peligros, pareciera que hemos asumido los costes de vivir instalados en la desintegración del argumento y del debate racional.

Uno de esos costes es, sin duda, lo que hoy se llama posverdad, que no solo consiste en negar la verdad sino en falsearla, incluso en negar su prevalencia sobre la mentira. Es cierto que, como señaló el historiador de la ciencia Koyré, así es la condición humana: el hombre «se ha engañado a sí mismo y a los otros». Pero ahora ocurre algo más grave: se niega la autoridad de la razón, y se niega sobre todo la autoridad de los hechos, dejando que imaginaciones o deseos prevalezcan sobre lo fáctico. Son las fake news, de las que tanto se habla, donde se afirma como cierto lo que es falso: la posverdad  se ha convertido en el deporte de moda. Se están creando «realidades inexistentes» (aquello que Platón plasmó en el mito de la caverna) y «realidades artificiales y artificiosas». Antonio Machado, con ironía e inteligencia, lo advirtió: «se miente más de la cuenta por falta de fantasía: también la verdad se inventa».

«España se encamina a unas reelecciones de incierto resultado por la incapacidad de los líderes políticos para ‘acentuar sus afinidades’»

Cuatro meses después del 28 de abril, España se encamina -por la incapacidad para «acentuar sus afinidades» (Borges dixit) de los líderes políticos- a unas «reelecciones» de incierto resultado que darán paso a un nuevo gobierno en enero/febrero de 2020. Los italianos arrojan a las tinieblas con exquisita finezza al otrora todopoderoso y extremista  Salvini, y el nuevo primer ministro británico, el señor Boris Johnson, suspende la actividad del Parlamento para evitar un pronunciamiento de la Cámara sobre el brexit sin acuerdo. The Economist denuncia que, aunque la estratagema de Johnson sea legal, ha forzado los usos y convenciones de la constitución británica hasta sus límites. «Su intriga es solo un ejemplo del cinismo que está corroyendo a las democracias occidentales», denuncia el semanario, que avisa de que Gran Bretaña y Estados Unidos no están a punto de convertirse en estados de un solo partido, pero su democracia ya está demostrando signos de decadencia porque «una vez que la podredumbre se establece, es formidablemente difícil de detener».

Felipe Benítez Reyes ha escrito que «las ciudades que merecen la pena nos vuelven fantasiosos, porque no acaban en sí mismas: las pensamos». España o Europa son una suma de ciudades y de países que merecen la pena y, precisamente por eso, prefiero imaginarlas como realidades donde, sin estorbarse, se conjugan los valores que las impulsaron y les dieron carta de naturaleza, la historia que las ha hecho grandes y sus portentosos monumentos con hermosos paisajes urbanos habitados por gentes de cualquier clase y condición que sueñan y trabajan cada día por un mundo mejor, más solidario y justo, sin desigualdades hirientes y con ciudadanos que persiguen la utopía para seguir avanzando.

Frente a esa negación enfática, rotunda y coloquial que representa el tararí que te vi de nuestros políticos, un de eso nada, monada con el que incumplen sus obligaciones y se desentienden, imagino en España una sociedad civil comprometida y pujante, sabedora como Platón, de que «aprender es recordar», un principio que han olvidado nuestros gobernantes.

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