Sociedad

La tribu de las mujeres: una utopía ¿feminista? en las profundidades chinas

Choo Waihong convivió con los mosuo y se empapó de su cultura, que luego vertió en las páginas de su primer libro, una oda al ‘Reino de las Mujeres’.

Fotografía

Lulamgiha
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16
agosto
2019

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Lulamgiha

«Empieza la hora del matriarcado», grita Nairobi, mirando desafiantemente a cámara. El personaje de La casa de papel, interpretado por Alba Flores, parece convencida de sus palabras, pero ¿sabe realmente lo que significan? Los ejemplos que quedan en el mundo de sociedades matriarcales –aquellas en las que las mujeres tienen un papel central y no se quedan en segundo plano a la hora de liderar a nivel político (incluso religioso), de entenderse como autoridad moral, de hacerse con el control de la propiedad o con el reconocimiento la genealogía de la descendencia– son escasos. Ya en los años 70, la famosa y controvertida feminista árabe Nawal El Sadaawi plasmó en su obra La cara desnuda de la mujer árabe los vestigios de una cultura milenaria, precapitalista, prepatriarcal, premonoteísta que existía de manera generalizada en las comunidades del antiguo Egipto, en la cuna de la civilización olvidada y, tal vez a propósito, borrada de la historia de los faraones y los todopoderosos dioses (y diosas) de hace miles de años. Sin necesidad de viajar en el tiempo, en lo más recóndito del sureste chino, a orillas del lago Lugu y a los pies del Himalaya, sigue existiendo un Reino de las Mujeres, descrito con sagacidad por Choo Waihong en La tribu de las mujeres.

«La cultura mosuo celebra todos los aspectos y etapas de la condición de la mujer y sitúa el indomable espíritu femenino en su centro», explica Choo Waihong en su libro

La comunidad tribal de los mosuo se caracteriza por ser una de las últimas sociedades matrilineales que quedan en el mundo, ya que el origen de la descendencia y el parentesco de una familia se atribuye por medio de los vínculos de sangre femenina: los hijos son, estrictamente, de la mujer, y quien sea el padre no es del todo relevante. No existe el concepto de matrimonio, por lo que el hombre no es el eje sobre el que pivota la familia. A su manera, también es matriarcal, en tanto en cuanto que reconoce a la mujer como la cabeza de familia. En esta sociedad casi utópica, mujeres y hombres son tratados como iguales, ambos tienen el número de parejas sexuales que desean sin temor a ser juzgados –y, especialmente, juzgadas–, y el cuidado de los niños y los mayores de la tribu recae en todos los miembros de la familia por igual, aunque las mujeres se erigen como las brújulas morales que les guían. En su libro, Waihong explica que «la cultura mosuo celebra todos los aspectos y etapas de la condición de la mujer y sitúa el indomable espíritu femenino en su centro».

En la sociedad mosuo, los hombres tienen interiorizados aspectos de la vida que tradicionalmente se han considerado femeninos, como los cuidados de los más pequeños o de los ancianos. «Es común que los chicos cojan de la mano a sus hermanitos al caminar por la calle o cambien los pañales de sus hermanitas; incluso los ancianos de la tribu se encargan del cuidado de los más pequeños», aseguraba la autora a The Guardian poco después de su estancia con esta tribu de las mujeres. Además, los niños se crían íntegramente en el hogar materno y, por tanto, son los tíos y hermanos los encargados de compartir con las mujeres de la casa las labores de crianza.

Desde un prisma occidental, la vida de los mosuo puede ser un tanto convencional y conservadora

«Si alguna vez ha existido una utopía feminista, sin duda ha sido el llamado Reino de las Mujeres», escribe en la introducción de su libro. Pero, ¿hasta qué punto es así? Probablemente dependa del punto de vista desde el que se mire: sin duda, desde un prisma occidental, la vida de los mosuo puede ser un tanto convencional y conservadora, ya que el rol de la mujer está muy centrado en la maternidad –culturalmente no se plantean la ausencia de la misma– y en la supervisión de todas las tareas domésticas y agrícolas. Ellas son las cabeza de familia, pero ellos (tíos y hermanos) son los responsables, económicamente hablando, de los menores del hogar. Sin embargo, Waihong está segura de que su experiencia con ellos le ha servido para considerar lecciones de vida que nunca se habría planteado en «un mundo que a menudo está tan absorto en sostener un sistema patriarcal que justifica la represión de la mitad de la humanidad».

Los casi cuarenta mil miembros de esta sociedad tan peculiar conviven en armonía en un territorio que cada vez es menos remoto, sobre todo desde que el turismo –esencialmente autóctono– ha llegado hasta este reducto de «igualdad». En un país cambiante, los mosuo sobreviven con apenas cambios. Tal vez, como reflexiona la autora que nos ha acercado a esta tribu, «los principios matrilineales y matriarcales por los que se rige la sociedad mosuo pueden inspirarnos para concebir un mundo feliz, mejor y más equitativo para todos nosotros».

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