Opinión

Hasta el infinito y más allá

Los protagonistas de ‘Toy Story’ nos atraen porque representan una dicotomía que nos es propia: puede que Woody esté a gusto en la pequeñez del cuarto de Andy, pero a Buzz se le hace asfixiante. Queremos movernos libremente por todo el espacio, sin límites ni fronteras excluyentes y anacrónicas.

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02
julio
2019

Estoy deseando ver Toy Story 4. Desde que vi la primera en 1995, he tenido la suerte de ver todas la entregas en el cine, aunque cada vez con una mirada diferente. Ahora me toca la de padre y estoy ilusionado por compartir con mi hijo la fascinación y la magia de los dos personajes principales, Woody y Buzz, con los que me siento identificado de alguna manera, como si su amistad y antagonismo fueran parte de mi vida y reflejo de mis propias contradicciones humanas.

Ambos personifican dos imágenes distintas del héroe aventurero, un arquetipo que, a lo largo de los tiempos, ha adquirido diferentes formas. En la Edad Media fue el caballero andante, un guerrero que montado en su caballo iba desfaciendo entuertos y salvando damas. Más tarde se convirtió en el marinero intrépido de la novela de aventuras, que navegaba a lugares exóticos y se enfrentaba valientemente a todo tipo de seres fantásticos. En el siglo XX aparecen dos formas más que se convierten en el centro de la trama de Toy Story: el cowboy –pionero del viejo oeste que cabalgaba por inhóspitos parajes atrapando bandidos y protegiendo a los débiles– y el explorador espacial, que viajaba por toda la galaxia, corriendo aventuras en planetas extraños donde habitan todos los seres imaginables.

«Mientras Buzz tiene una conciencia galáctica, Woody tiene un pensamiento local, que se encarga de lo que pasa dentro de los contornos de su espacio»

Woody y Buzz, además, son representantes de la justicia, pero desde dos perspectivas completamente antagónicas. El sheriff encarna la ley dentro de unos límites muy concretos y el explorador espacial, en cambio, se debe a una ley universal que trasciende países, planetas y sistemas solares. Mientras que Buzz tiene una conciencia galáctica, Woody tiene un pensamiento local, que se encarga exclusivamente de lo que pasa dentro de los contornos de su espacio. Y Buzz no encaja bien en los compartimentos estancos. No reconoce límites. Los ha quebrado. De hecho, su consigna es «hasta el infinito y más allá».

Quizá por ello nos atraiga tanto la unión de opuestos que forma la inolvidable pareja protagonista de Toy Story, porque representan una dicotomía que nos es propia. Tenemos una conciencia planetaria. Las tecnologías de nuestra era digital han hecho posible que las relaciones humanas tengan una escala mundial y han reducido las distancias espaciales y mentales. Nos identificamos como humanos, y entendemos que hay una dignidad común a todos nosotros, que podría estar contenida, por ejemplo, en la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Y sin embargo, nuestras estructuras están compartimentadas, limitadas, restringidas. Tenemos mil leyes distintas y mil interpretaciones diferentes de la libertad según el lugar en el que estemos. El poder político de las personas, constreñido en Estados, es incapaz de garantizar la dignidad de las personas ni los derechos humanos más básicos. Y, aunque algunos países sí están más solidariamente comprometidos con las libertades y la igualdad de oportunidades, más que salvaguardias, constituyen auténticos privilegios jurídicos de unos seres humanos sobre otros.

«Aunque nos sintamos guardianes espaciales, actuamos como ‘sheriffs’ y vivimos como herederos de antiguos colonos»

Nuestra mentalidad es la de Buzz, pero nuestro mundo es del Woody, compartimentado y limitado. Un mundo gobernado por muchos sheriffs diferentes, en el que las personas corren suertes distintas según lo que les haya tocado, quedando a merced de bandidos que van y vienen, o de poderes más grandes y corruptos. Aunque nos sintamos guardianes espaciales, actuamos como sheriffs y vivimos como herederos de antiguos colonos. Aunque pensamos en la Humanidad con mayúsculas, realmente actuamos como si hubiera varias humanidades diferentes. Puede que no reconozcamos límites en nuestra mente, pero nuestros cuerpos no dejan de golpear contra toda clase de fronteras. Y tras estas, existen diferentes Estados, con sus distintas leyes, donde nuestro poder político ha quedado contenido. Reprimido. La humanidad comparte los recursos, la tecnología y el planeta, pero no ha conseguido compartir la libertad.

Me siento parte de una generación de Buzz Lightyears que viven encerrados en en mundo de vaqueros. Y puede que Woody esté a gusto en la pequeñez del cuarto de Andy, pero a Buzz se le hace asfixiante. Como a nosotras estas fronteras, tan anacrónicas, tan excluyentes. Queremos movernos libremente por todo el espacio, sin límites ni barreras. Queremos una misma forma de entender los derechos y la libertades, sin privilegios ni excepciones. Queremos la misma libertad para todas las personas, vivan donde vivan, nazcan donde nazcan. Queremos, en fin, una Ley universal que reconozca nuestros derechos sin importar de donde vengamos y adonde queramos ir, porque un ser humano es el mismo en todos los países, en todos los planetas, y en todas las galaxias, sin restricciones ni exclusiones… hasta el infinito y más allá.


(*) Samuel Gallastegui es doctor en Arte y Tecnología por la Universidad de País Vasco.

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