Opinión

La batalla por la paz

El expresidente colombiano Juan Manuel Santos relata de primera mano en ‘La batalla por la paz’ (Ediciones Península) cómo fue el arduo y largo camino recorrido para lograr el desarme de las Farc a través de un proceso de paz convulso en una nación resignada a la guerra.

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09
julio
2019

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Fui presidente de Colombia por ocho años, entre agosto de 2010 y agosto de 2018, y recibí el Premio Nobel de la Paz el año 2016. Este premio reconoció —en términos del Comité Noruego del Nobel— los «decididos esfuerzos para acabar con los más de cincuenta años de guerra civil en el país, una guerra que ha costado la vida de al menos 220.000 colombianos y desplazado a cerca de seis millones de personas».

Las palabras del Comité reflejan muy bien la realidad. El pueblo colombiano sufrió por más de medio siglo un conflicto interno armado entre la guerrilla de las Farc, un grupo subversivo de orientación marxista, y el Estado colombiano. Las reivindicaciones sociales y políticas de las Farc derivaron en una dura confrontación en la que la población civil, sobre todo en las zonas rurales, se vio especialmente afectada. Masacres, secuestros, extorsiones, asesinatos, voladuras de oleoductos y torres de energía, tomas de pueblos, cultivos de coca y narcotráfico, han estado en las noticias de los colombianos todo este tiempo. Y ha desvalorizado la imagen del país ante el mundo. Nos habíamos acostumbrado —o resignado— al estigma de ser un país en guerra.

«Nos habíamos acostumbrado —o resignado— al estigma de ser un país en guerra»

Mis predecesores intentaron derrotar a la guerrilla y varios de ellos procuraron también, en las últimas tres décadas y media, encontrar una salida negociada al conflicto. Ni lo uno ni lo otro fue posible. Por eso, en 2010, cuando asumí la presidencia de Colombia —luego de haber sido ministro de Defensa y de haber liderado los más duros golpes militares jamás propinados a la guerrilla—, me propuse aprender de los errores cometidos en el pasado y avanzar, con prudencia, firmeza y paciencia, hacia una negociación, un proceso de paz que lograra, por fin, la terminación de la guerra con la más antigua y poderosa guerrilla de mi país y del continente.

Fueron casi dos años de aproximaciones secretas hasta lograr una agenda de negociación. Acordados los puntos, se instaló formalmente en Oslo —en octubre de 2012— la mesa de diálogos que trabajó en La Habana, sorteando toda clase de dificultades e incomprensiones, pero con la firme decisión de llegar a la paz. Cuatro años después —en octubre de 2016, en Cartagena— se firmó el acuerdo final para la terminación del conflicto con las Farc en presencia del Secretario General de las Naciones Unidas y de jefes de Estado y representantes de varios países del mundo. El acuerdo de paz de Colombia se convirtió en la única noticia positiva de paz en mucho tiempo.

Sin embargo, el camino todavía no estaba libre de obstáculos. A través de un plebiscito que yo mismo convoqué, en una votación definida por una mínima diferencia, los colombianos no aprobaron el acuerdo alcanzado en La Habana y firmado en Cartagena. Llamé, entonces, a un diálogo nacional para escuchar la inquietudes y críticas de quienes votaron por el No, y finalmente, el 24 de noviembre de 2016, en el Teatro Colón de Bogotá, se firmó un nuevo texto que incorporó gran parte de las propuestas y sugerencias recibidas. Desde entonces, Colombia viene avanzando —con el acompañamiento de la comunidad internacional— en la implementación del acuerdo, una tarea compleja que tomará varios años. Cerca de trece mil combatientes y milicianos de las Farc, una guerrilla que alcanzó a tener más de veinte mil integrantes, se concentraron en campamentos temporales para comenzar su proceso de reincorporación a la sociedad y entregar las armas a las Naciones Unidas en un proceso gradual que terminó en junio de 2017.

«Si años atrás hubiéramos preguntado a los colombianos si era posible una negociación exitosa con las Farc, la mayoría hubiera respondido que era un imposible»

Si algunos años atrás hubiéramos preguntado a cualquier colombiano si veía posible una negociación exitosa con las Farc, la mayoría hubiera respondido que era un imposible. Se había intentado muchas veces y siempre se había fracasado. Las diferencias eran irreconciliables y la voluntad escasa. Pero en esta oportunidad, en Colombia, se logró hacer posible lo que parecía imposible. Por eso, la comunidad internacional contempla nuestro proceso con interés y esperanza, porque puede servir de modelo para otros conflictos aún sin resolver en muchos rincones del planeta.

¿Cómo se logró esto? ¿Cuál fue el secreto para que miles de hombres y mujeres alzados en armas contra el Estado decidieran renunciar a la violencia y perseguir sus ideales a través de las vías democráticas? Las respuestas a estas preguntas tienen mucho que ver con lo que he aprendido durante toda una vida dedicada al periodismo y al servicio público.

«No he buscado la paz ingenuamente. Sabía que primero había que cimentar unas condiciones para lograrla»

No he buscado la paz ingenuamente. Sabía que primero había que cimentar unas condiciones para lograrla, y que estas implicaban, por ejemplo, consolidar un poderío militar que desestimulara la rebelión armada. Era necesario generar un entorno internacional favorable a la negociación, y también aprender de las diversas experiencias de paz en mi país y en el mundo. No hay un manual de instrucciones para hacer la paz. Cada caso es único y se aprende sobre la marcha. Pero sí existen parámetros, condiciones, principios, innovaciones que se convierten en faros que pueden alumbrar cada nuevo esfuerzo de paz en el planeta.

Esta es, a la vez, mi historia y la historia de cómo Colombia logró terminar una guerra interna de medio siglo, superando dificultad tras dificultad, obstáculo tras obstáculo. Es el relato de cómo edificamos un proceso que funcionara, que fuera exitoso, en el complejo contexto del siglo XXI, cuando la nueva era de justicia universal y sus tribunales internacionales exigen un nivel mínimo de justicia para sustentar la paz. Aquí están las lecciones que aprendí sobre la paz y también sobre la guerra, porque una y otra están intrínsecamente relacionadas. Aquí están las lecciones que me hacen creer en la esperanza de un futuro mejor y de una solución posible para cualquier conflicto. Lo dije en Oslo el 10 de diciembre de 2016, cuando recibí el Premio Nobel:

«El sol de la paz brilla, por fin, en el cielo de Colombia. ¡Que su luz ilumine al mundo entero»


(*) Este texto es un fragmento de ‘La batalla por la paz’, de Juan Manuel Santos (Ed. Península). Puedes hacerte con un ejemplar en este enlace. 

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