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«Todavía no estoy frustrada con la paz»

La nueva candidata presidencial de Colombia, secuestrada durante casi 7 años por la guerrilla de las FARC, reflexiona sobre el acuerdo de paz tras la llegada de su quinto aniversario.

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20
enero
2022

Uno de los momentos más significativos de los cinco años de la firma del acuerdo de paz colombiano ha sido el reencuentro de Íngrid Betancourt –a través de la entidad no gubernamental conocida como Comisión de la Verdad– con quienes fueron la secuestraron durante seis años, cuatro meses y nueve días: los ex combatientes y ex jerarcas de la guerrilla de las FARC. Hoy, Betancourt no es solo una activista: también es una de las principales pretendientes a la presidencia de Colombia. Conversamos con ella con motivo del complejo e intrincado proceso de paz. 


El ex jefe de las FARC, Rodrigo Granda, aseguró que rechazaba la imputación a la ahora extinta guerrilla por el crimen de esclavitud. ¿Qué le dice a Granda sobre sus palabras?

Le diría que él no estaba ahí. Fui testigo y víctima de castigos en los cuales había que hacer trincheras. Fui testigo del chantaje con la comida y los medicamentos a cambio de los cuales se ponía a los secuestrados a confeccionar pavas [sombreros], gorras o cinturones para la guerrilla. No nos trataron bien, no dormíamos en buenas camas y los campos de concentración no eran campos de vacaciones. Entiendo que para Rodrigo Granda sea chocante hablar de esclavitud. Sin embargo, qué diferencia hay entre los esclavos que desembarcaron en Cartagena de Indias, encadenados por el cuello, que exponían en la plaza de mercado para subastarlos, y nosotros, también encadenados por el cuello y expuestos con dramáticamente en la escena mediática para mejorar la negociación por nuestra libertad. Con el quinto aniversario del acuerdo de paz quisiera pensar que los ex comandantes pueden acercarse al profundo dolor de las víctimas desde su propia humanidad, abandonando justificaciones que solo reabren nuestras heridas. Este debería ser el tiempo de las víctimas, del respeto y del arrepentimiento.

«Este debería ser el tiempo de las víctimas, del respeto y del arrepentimiento»

Usted está haciendo un doctorado sobre la teología de la liberación y habla de la «no-persona» y la necesidad de actuar. ¿Esa obligación la ha llevado a volver a la política?

Sí, la política es un espacio importante para cambiar las cosas, y he vuelto a involucrarme en la política porque quiero que salgamos del secuestro de la corrupción. Para empezar, me interesa el proyecto de la Coalición de la Esperanza en cuanto espacio para escapar de los caudillismos, de la polarización y de la camisa de fuerza impuesta por dogmas ideológicos. En segundo lugar, siento una gran frustración viendo el tiempo que hemos estado perdiendo en agravios; deberíamos estar solucionando las angustias de la gente.

¿Se refiere a estos cinco años del proceso de paz?

A estos últimos 20 años. Los siete años de cautiverio en la selva y los 13 que llevo en libertad. Son 20 años mirando las cosas sin participar en política: primero, secuestrada sin poder actuar; luego, observando desde la barrera el daño de la polarización, con familias enteras que no se hablan por culpa de la política; y como telón de fondo, el secuestro de la corrupción, con su estructura de saqueo sistemático. Entonces, ¿qué puedo aportar? Creo que puedo contribuir con una visión diferente, crear puentes para que conversemos, allanar diferencias. Quisiera contribuir, por lo menos, con el objetivo de no perder la oportunidad de construir una opción buena para Colombia.

¿Se siente frustrada sobre la paz?

No, todavía no. Pero no canto victoria aún. Soy consciente de los avances de la paz en una coyuntura muy difícil. Reconozco que hemos avanzado con los procesos que adelanta la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP) y los aportes de la Comisión de la Verdad. Cierto, no hemos avanzado tan rápido como hubiéramos podido hacerlo, pero sí hemos avanzado, y hay que capitalizar esto mismo para poder ir más lejos.

También es cierto que hay ciertas frustraciones con el proceso de paz. ¿Cuáles?

La mayor frustración es que el proceso no haya sabido proteger la vida de los que firmaron el acuerdo de paz. Yo creo que eso es algo sobre lo cual los colombianos tenemos que reflexionar, ya que ya nos pasó con la Unión Patriótica (UP) y las consecuencias son graves. Los que depusieron sus armas y creyeron en nosotros como sociedad, esperando perdón, reconciliación y protección, no han encontrado en el Estado un baluarte. Este hecho ha generado desconfianza y, obviamente, tiene relación con la conformación de las llamadas disidencias de las FARC y la generación de un nuevo foco de violencia. Otra frustración es ver que el proceso no se aplicó de manera estricta frente al incumplimiento del acuerdo de uno de los ex combatientes de mayor relevancia. Está claro que la situación era complicada jurídicamente, ya que los elementos probatorios no llegaron a tiempo, pero el caso de Jesús Santrich, pedido en extradición por continuar con el tráfico de drogas a Estados Unidos después de firmar la paz, fragilizó el proceso. Y también contribuyó a activar la creación de lo que ahora se llama la Nueva Marquetalia.

«La mayor frustración es que el proceso no haya sabido proteger la vida de los que firmaron el acuerdo de paz»

¿Y en cuanto a los casos de secuestro?

Tal como se ha dicho, estamos insistiendo en que las víctimas estén en el centro del proceso de paz. El caso que conozco bien, el 001, el de los secuestrados de las FARC, ha avanzado en ese sentido: la Jurisdicción Especial para la Paz ya calificó los delitos como crímenes de lesa humanidad y crímenes de guerra. En el ordenamiento jurídico no hay una calificación criminal superior a esta, lo cual es una señal fuerte para que nuestra sociedad no banalice las conductas causadas durante la guerra. Con esta calificación estamos esperando una condena igualmente severa.

¿A qué se refiere con condena igualmente severa?

Este es un proceso que cumple varias funciones. Además de ser justo con los victimarios, tiene que ser respetuoso con las víctimas y, además, pedagógico para que la sociedad sienta una conmoción con la gravedad de todo lo que sucedió. Tiene que llevar, por ejemplo, a un cuestionamiento moral de cómo los colombianos reaccionamos frente a la violencia ejercida sobre otros colombianos y por otros colombianos. Con frecuencia, las reacciones han sido de indiferencia, de revictimización, de acusación contra las víctimas. Por ello, la condena no puede ser solo sembrar árboles. Esto sería otra manera de banalizar los delitos. Soy ecologista y quiero que se siembren árboles, pero pienso que las penas para los victimarios no pueden ser solo simbólicas o restaurativas, sino que deben ser sancionatorias para que se nos permita marcar como inaceptable lo que sucedió; para que se mande un claro mensaje a las disidencias y a los demás actores de la violencia actual.

¿Privación de la libertad?

Sí, lo único que puede permitir cumplir con todas estas funciones es la pérdida de libertad. Nosotros pactamos que no habría pérdida de libertad en cárceles: esto es importante porque debemos valorar la manera en que los miembros de las FARC llegaron a la paz de buena fe, deponiendo sus armas para reinsertarse en la familia colombiana. Eso lo tenemos que respetar y reconocer. Por ello, que no vayan a ninguna cárcel es algo que se debe cumplir, pero también pienso que tiene que haber pérdida de libertad en alguna de las modalidades permitidas por el acuerdo de paz: además de que la sociedad comprenda la gravedad de estos actos, es importante que ellos mismos –los ex comandantes de las FARC– entren en una reflexión sobre lo que significó atentar contra la libertad de un ser humano en términos de deshumanización personal y colectiva.

«Además de que la sociedad comprenda la gravedad, es importante que los victimarios reflexionen sobre sus atentados contra la libertad»

¿Lo saben?

Sé que no lo saben. ¿Cómo podrían saberlo? No estuvieron allí, ellos daban ordenes. Tampoco lo sabrán nunca, porque la pérdida de libertad en los términos en que se está planteando es una limitación a la libertad. A Dios gracias, no podrán ser arrebatados a sus familias o a sus hijos; podrán visitarlos sus amigos, tendrán la conexión necesaria para comunicarse, etc. Es una realidad muy distinta a la del secuestro, y está bien que así sea. Esto no debe ser una posibilidad para ejercer venganza, pero creo que es muy importante para la Jurisdicción Especial para la Paz que la sentencia y la condena que se imponga sea una condena grave; al fin y al cabo, los crímenes fueron graves y severos.

¿A las víctimas, entonces, se les convirtió en «no-personas»?

Sí, fuimos «no-personas». Hace algunas semanas escuché a otras víctimas de secuestro extractivo por parte de las FARC y una señora dijo algo que me impactó mucho: «Vemos que los miembros del secretariado están viviendo en Bogotá, tienen sus coches, sus escoltas, sus apartamentos. Y nosotros no tenemos nada, nos hemos quedado en la pobreza». La señora preguntaba, «¿qué hay en la paz para nosotros?». La guerra también nos secuestró mentalmente. Hay un síndrome de Estocolmo casi colectivo que nos lleva a aceptar el hecho de que a los victimarios se les protejan sus derechos, pero no a las víctimas. Ser una «no-persona» es eso, que no se le reconozca sus derechos.

La palabra perdón puede ser muy poderosa, pero también puede ser simplemente una palabra vacía…

Perdonar puede ser una virtud cristiana, pero no es un deber legal. De hecho, la motivación de perdonar no es necesariamente altruista. La realidad es que mientras uno se carcome atado por el dolor de lo que le hicieron, los que se lo hicieron a uno ni se enteran. Para liberarse de esa cadena, la palabra que surge es perdón. Así que el perdón comienza con una palabra vacía. Se llena de contenido cuando se vuelve una disciplina, porque el perdón no consiste en que uno diga, «listo, hecho, paso a otra cosa». Uno vive a diario con la intención de perdonar, con la disposición y con la voluntad. Pero se necesita disciplina emocional para lograrlo.

«Hay un síndrome de Estocolmo casi colectivo que nos lleva a aceptar que a los victimarios se les protejan sus derechos, pero no a las víctimas»

En el discurso que dio en la Comisión de la Verdad, usted dijo que «la paz necesita un cambio profundo de nuestra relación con el otro». ¿A qué se refiere? ¿Cómo lograrlo?

Cuando hablamos de paz vienen a la mente imágenes de palomas blancas, el signo de paz, documentos firmados, gente vestida de blanco aplaudiendo. Pero, ¿qué es la paz? Se dice «morir en paz», pero nosotros no queremos morir en paz, lo que queremos es vivir en paz. Y vivir en paz apunta a una actitud de sabiduría para aproximarnos al otro. De hecho, la paz es una relación con el otro: buscar vivir en paz en Colombia significa transformar las relaciones entre colombianos. Esto empieza por dignificar al otro, por reconocerlo como ser humano. En última instancia significa «quererlo», no necesariamente en su personalidad particular, porque no todo el mundo nos produce afecto, pero sí como ser humano, reconociéndole los mismos derechos que queremos para nosotros a pesar de nuestras diferencias.

¿Tiene esperanza?

Sí, la esperanza es la vela que enciende todas las otras que se hayan apagado. En Colombia se encendió la vela de la paz y eso que parecía imposible, ahora es una realidad. No había nada más difícil que la paz. Los de mi generación veíamos en la paz un reto como ir a Marte. Pero lo logramos: si logramos la paz, somos capaces de muchas mas cosas extraordinarias.

¿Qué significa el 24 de noviembre para usted?

Cuando pienso en el aniversario del proceso, veo a un niño de cinco años. Eso me ofrece la medida de la historia que ha transcurrido. Es decir, veo a un niño que ya es autónomo, pero que nos necesita mucho a todos. Es probable que tardemos la vida de un ser humano para lograr que este proceso traiga todo lo que esperamos de él, pero al cumplirse sus cinco años hemos tomado conciencia de su crecimiento y también de lo que nos faltó hacer. No obstante, su nacimiento fue no deseado por una parte de sus progenitores; es como si lo hubieran dejado desnutrido durante sus primeros años de vida. El próximo gobierno tiene que estar firme en la tarea de cumplir las obligaciones para con ese niño, el de todos los colombianos. El hecho es que el niño nació y lo tenemos que sacar adelante.


Esta entrevista es parte de un acuerdo de colaboración entre el diario ‘El Tiempo‘ y la revista ‘Ethic’. Lea el contenido original aquí.

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