ENTREVISTAS

«No puedes dejar en la estacada a las víctimas de la transformación energética»

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Noemí del Val
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23
abril
2019

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Noemí del Val

Teresa Ribera (Madrid, 1967) sabe de lo que habla. Antes de ser nombrada ministra de Transición Ecológica –con la creación de un superministerio que, por primera vez, aúna medio ambiente y energía, lo que le otorga un protagonismo y un poder de transformación hasta ahora desconocido–, trabajó seis años en el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, tres de ellos como secretaria de Estado de Cambio Climático. Esta entrevista se lleva a cabo a principios de abril, en la recta final de la legislatura más corta de nuestra democracia.

La comunidad científica es contundente: el cambio climático ya está aquí y, si no se toman medidas drásticas, no vamos a cumplir los objetivos de reducción de CO2 que nos hemos marcado. ¿Fue insuficiente el Acuerdo de París?

El Acuerdo de París es sobre todo instrumental, es decir, activa el mecanismo para aprender y acelerar el cambio, pero luego depende –una vez se ha fijado ese umbral de riesgo compartido– de la voluntad de los distintos actores. Así que la pregunta debería ser: ¿están respondiendo de forma responsable los actores a aquello con lo que se han comprometido? Y parece que todavía no. Estamos ante una situación dramática en ese sentido. Sin duda hay que recordarlo.

¿Habría que trabajar entonces en escenarios vinculantes o de obligatoriedad?

El elemento vinculante, obligatorio, del que se puede dotar la comunidad internacional es la presión –que sí crece– por parte de la opinión pública, de los ciudadanos y de las empresas. No está claro que por el mero hecho de tener un sistema vinculante se vaya a facilitar la transformación del conjunto de la economía. Ese mecanismo ya lo ensayamos en Kioto… No es suficiente que adoptes una medida, tienes que transformar tus infraestructuras, tu tecnología, tu sistema energético, tu sistema fiscal, tu sistema educativo, de formación profesional y cualificaciones profesionales… Se trata de una tarea muy importante que, si está respaldada por la convicción colectiva de que hay que hacerlo, es más fácil de desarrollar, pero no es automático. Aunque no basta con la intención: hay que ponerlo en marcha en muy poco tiempo y, mientras que exista una amenaza adicional –qué mayor sanción que quedar bajo el agua, o bajo la sequía, o bajo los incendios–, es en interés propio el activar toda la actividad en materia de clima. Me parece que requiere un esfuerzo mayor que el actual. Lo que detecto es que, con carácter general, hay una cesión muy importante al titular: yo respaldo, pido, actúo para frenar el cambio climático, pero cuando empiezas a desarrollar y profundizar en lo que eso significa, salen las aristas. La gente empieza con el «ya, sí, hombre, pero cada cosa a su debido tiempo», «qué pasa con mi coche», «qué ocurre con la fiscalidad sobre los combustibles»… Y eso, en parte, requiere una respuesta política inteligente: no puedes cargar los costes directamente al consumidor final sin una etapa de transición o sin herramientas que permitan la redistribución de esos costes, por razones de equidad o sociales, o porque puedes encontrarte con escenarios como el de los chalecos amarillos. Evidentemente, si al señor que gana 1.000 euros le trasladas linealmente una imposición sobre los combustibles muy alta y no tiene ni capacidad de cambiarse de coche ni servicios públicos de transporte, lo estás sobrecargando con respecto al señor que vive en el centro, en la calle Serrano, en un ático y con todo a su alcance. Por eso es muy importante integrar la variable social y entender la incidencia social en las primeras etapas del cambio.

¿Qué papel está jugando la geopolítica del cambio climático con actores que son altos contaminantes como Estados Unidos –que se salió del Acuerdo de París– o China?

«Si cargas los costes sobre el ciudadano sin una etapa de transición, puedes encontrarte con escenarios como el de los chalecos amarillos»

Esta es sin duda una agenda de gran transcendencia geopolítica en frentes muy diversos. Por un lado, es fuente potenciadora de riesgos que pueden acabar en conflictos, en violencia o en problemas de seguridad, generando tensiones en zonas de por sí tensionadas: exacerba riesgos de sequía, de escasez de alimentos… Por tanto, es legítimo preguntarse de qué capacidad dispone la comunidad internacional para anticipar esos riesgos y procurar evitarlos. Esto es, si sé que va a haber un incremento de la intensidad de episodios de sequía o que El Niño o La Niña van a afectar de una manera u otra en una zona, qué puede suponer para la población local y cómo puede la comunidad internacional favorecer que no se agraven esas situaciones de hambruna o de presión sobre el agua en un determinado espacio; qué hacer para evitar que se generen corrientes migratorias o que los jóvenes se unan a Boko Haram en África. Hablo de toda la franja del Sahel, donde la combinación de desertificación al alza, la pobreza y el clima abocan con una facilidad muy grande a conflictos, tensiones o terrorismo. Hay que tener en cuenta que la frontera ya no es el Mediterráneo, sino que
desciende. Desde el punto de vista geopolítico,
también hay que analizar quiénes son los ganadores y perdedores en todos los procesos de
cambio tecnológico, de mercado y económicos, y
qué supone eso como fuente de riesgos y de oportunidades. Con carácter general, toda la transformación del modelo energético nos lleva a un
sistema mucho más equilibrado, es decir, se reducen todas las tensiones asociadas a la búsqueda de combustibles escasos –aquello que ha marcado al siglo XIX y al siglo XX, con guerras en gran
medida relacionadas con el acceso a petróleo o
a carbón–. El nuevo modelo energético hace que ya no sea privilegio exclusivo de algunos el acceso a material escaso, lo democratiza. Ahora bien,
esto supone que, por una parte, los grandes beneficiarios de la economía del petróleo, que tienden a estar ubicados en zonas polvorín, necesitan gestionar bien su transformación, porque a medio plazo dejarán de percibir unas rentas elevadas por esos bienes. Hay otra variable muy interesante que, es la de las siguientes fuentes
de oro o de maná, es decir, quién se hace con la
hegemonía en mercados y sociedades que van a beneficios
demandar soluciones eficientes, tecnologías diferentes o materiales distintos. China lo entendió
muy pronto: ese era el posicionamiento que
debía garantizarse a 20 años vista, ser el primer
colocador de bienes de equipo verdes. Esto hace
que, de algún modo, la conversación sobre un
bien básico de consumo –que en Occidente conocemos muy bien y que está asociado a toda la
Revolución Industrial– como es el automóvil se
desplace a Asia. Japón fue el primero que empezó
a trabajar en motores híbridos. China hizo la gran apuesta por motores y coches eléctricos. Está por ver hacia dónde evoluciona –puede haber hidrógeno y muchas más cosas–, pero ya es un cambio importantísimo en la distribución de potencias y mercados. Si no se sabe gestionar, habrá problemas asociados a la cadena de valor y a la cadena de suministro: qué materiales para qué baterías, qué ocurrirá cuando llegue la primera gran oleada de baterías al fin de su vida útil y qué incidencia tendrá –pensemos en el escándalo de los vertederos tecnológicos en África–, etc. Muchos dicen que no pasará nada porque ya estaremos inmersos en esa economía circular en la que todo se aprovechará y todo se reutilizará. Esperemos que sea así, pero creo que hay demasiadas incógnitas al respecto. Desde un punto de vista estrictamente político-diplomático, por un lado, tenemos a China, que es consciente de la necesidad de recuperar ese papel que despreció durante mucho tiempo como gigante dormido que no participaba en la gestión de asuntos globales, y que se da cuenta de que está bien posicionado. Estados Unidos, por su parte, sufre algunas contradicciones. Puede ser interesante ver de qué modo hay que evitar desequilibrios comerciales. Lo que está claro es que abandonar la mesa del concierto internacional ha sido una involución importantísima que no hará sino acelerar los problemas. Fue un gran error. Al final, una de las lecciones de la historia reciente es que el mundo es muy pequeñito y más vale gestionarlo todos juntos y no cada cual a su aire. Ese es el otro elemento de tensión: hasta dónde el sistema de Naciones Unidas ha evolucionado para facilitar la gestión conjunta de los Estados. El debate del clima permite catalizar más rápidamente esas tensiones por la implicación transversal que tiene en todos los frentes económicos, tecnológicos y sociales.

Teniendo en cuenta todas esas incógnitas que plantea la transición ecológica, así como las particularidades de cada país para resolverlas, ¿cómo podemos buscar soluciones realistas y coherentes a nivel global, regional y local?

Nos tenemos que mirar a nosotros mismos sin perder de vista la foto de conjunto. Es necesario fijar objetivos comunes que nos permitan combinar acciones en distintos espacios y en distintos momentos por parte de distintos actores. A la hora de la verdad, es fundamental la posibilidad de que los alcaldes, que se están convirtiendo en protagonistas muy interesantes del proceso de cambio, activen sus propias competencias. A otra escala intermedia, diputaciones provinciales y comunidades autónomas tienen una gran capacidad, y el Estado puede reorientar muchas cosas. Eso facilita o dificulta la capacidad de acción individual de ciudadanos y empresas. Cada uno de nosotros puede decidir cómo se mueve, qué compra, qué come, qué energía consume, cómo de aislada está su casa, qué electrodomésticos usa… Pero no es igual de sencillo cuando tienes un sistema fiscal, o una tarifa eléctrica o un transporte público, que si tienes que ser un héroe todos los días. Claro que necesitamos acción concertada a nivel internacional, claro que la escala regional-continental ayuda a diluir las dificultades que puedan surgir, pero no vale lo de «voy a esperar a que me den el marco perfecto fuera», al revés: el hecho de que desde abajo vayamos apurando esos cambios facilitará que las respuestas que se den en otras escalas sean más coherentes.

Teresa Ribera

Han presentado el Anteproyecto de Ley de Cambio Climático, pero reconocía recientemente que se ha «estrellado con el tiempo». Más allá del tiempo, ¿cuáles han sido los escollos a los que se ha enfrentado?

Me he encontrado con dos escollos importantes: que se habían acumulado muchas decisiones incómodas que no se habían querido afrontar, por tanto, el plazo estaba vencido o a punto de vencer y no había respuesta; y la falta de anticipación real en el análisis para poder hacer las cosas. La primera cuestión es obvia respecto a la minería del carbón y a las térmicas, pero inmediatamente después estaba la nuclear y, ahí, de repente, te encuentras que tienes que salir a resolver algo que es muy importante para mucha gente y en lo que no ha habido una construcción de alternativa que permita paliar un cambio tan brusco como que, de la noche a la mañana, se cierre una planta de la que vive toda la comarca.

Recientemente te alegrabas del alargamiento de la vida de las centrales nucleares.

«Desde el punto de vista geopolítico, también hay que analizar quiénes son los ganadores y perdedores del cambio tecnológico»

Bueno, no me alegro particularmente, pero me parece que es importante entender que te tienes que anticipar. Lo contrario es una irresponsabilidad, y eso fue un primer gran escollo, el ver cómo gestionar un montón de bombas de relojería para las que no ha habido –por miedo, por inercia, porque es incómodo, por una mentirijilla piadosa…– respuesta. Hay que pensar en el plazo de tiempo del que disponemos, que es de aquí a 2020, sin perder de vista los impactos sociales. No se puede pensar en el progreso sin la gente. Si ven el cambio como una amenaza muy grande, por mucho que argumentes razones ambientales, los vas a tener en contra. El segundo escollo es que se trata de un ejercicio complicado. Nosotros pensamos, en un primer momento, que empezaríamos con la ley y ya iríamos encajando el plan dentro de ella, por el camino, porque hay muchas cuestiones de transición justa que hay que abordar. Y sobre la marcha nos dimos cuenta de que esa no era una buena estrategia. Primero, porque se nos podían escapar cosas, según íbamos viendo todos los elementos del puzle. Y, segundo, porque la transformación es demasiado profunda, compleja, desconocida y poco trabajada como para pensar que puedes ir avanzando por partes. Lo honesto era plantear de primeras una foto de conjunto, un marco que mostrara que esto no eran unas ocurrencias aisladas. Si somos congruentes con lo que hemos dicho, tenemos que fijarnos este objetivo; para fijarnos este objetivo y aprovechar todas las oportunidades, tenemos que fijarnos esta senda; para que esta senda sea materializable, tendré que integrar esta ley. Trabajamos con los modelos europeos y el nuestro propio. Los hemos ido contrastando con centros externos, con el Centro Vasco de Cambio Climático, con Comillas, con distintas universidades y con aquellos que más han trabajado en modelización del sistema energético. Teníamos delante al frente carbonero, al frente nuclear, las preguntas de qué hacer con el gas, es decir, todo el esquema de decisión, que es complejo y lleva tiempo. En realidad, esas son las dos grandes dificultades. La primera quizá es la más dura, y la socialmente más injusta. No es lo mismo prepararse a ocho años vista que decirles a los mineros en julio que el 31 de diciembre echan el cierre –que fue lo que ocurrió–. Lo mismo pasa con las térmicas. La digestión de esto no es fácil. Una sociedad moderna que aspira a la prosperidad tiene que ser solidaria. No puedes dejar en la estacada a gente que esté siendo víctima de una transformación tan importante como esta cuando encima los has abandonado hasta el último minuto. Hay que ser solidario de manera anticipada porque es más fácil, pero hay que serlo más todavía si estalla en la cara. La segunda parte radica en que tienes que ser creíble, generar confianza en la capacidad de cambio; por tanto, no puedes inventarte las cosas o hacerlas a la ligera. Activar todo ese proceso técnico, económico y suficientemente práctico no se hace de un día para otro. Luego hay que tener en cuenta que estamos en un nuevo ministerio que fusiona dos áreas muy diferentes. Una cosa que también detecté rápidamente es que no había debate público en torno a estos temas. Cuando la gente pregunta «y qué hago yo con mi coche», pienso «pero, vamos a ver, ¿cómo que qué haces tú con tu coche… ¡en 2040!?». Te das cuenta del nivel de desinformación y de falta de reflexión respecto a temas que son la quintaesencia de los cambios en el mundo, no solamente aquí.

En España, uno de los grandes problemas es la desertificación. ¿Cómo va a impactar el calentamiento global en nuestro país?

Esta es la gran preocupación que nos debería llevar a participar en un debate estratégico de mucho más calado, porque desertificación es cambio climático, es calidad de suelos, es agua, es actividades económicas, es ordenación del territorio y es incremento potencial de tensiones. Es verdad que la respuesta es muy compleja y las competencias están muy fraccionadas, y que hasta ahora no ha habido una estrategia seria en la materia. La desertificación está en gran medida asociada al clima, pero hay actividades antrópicas, falta de responsabilidad, que pueden acelerar este problema: talas, desviar el agua, malas prácticas agrícolas con fertilizantes que dañan el suelo, incendios intencionados… Hemos sido poco conscientes de lo que esto supone como amenaza. Por ahora no hay, con total franqueza, una capacidad de respuesta inmediata. Creo que esto tiene que formar parte del centro del debate como un problema que es pluriactor y plurisector, ser una de las prioridades de la próxima legislatura. 

Otro de los grandes debates es la movilidad. El sector del automóvil representa un 11% del PIB y muestra su preocupación por el impacto económico que puede tener en la economía y en el empleo.

«Hemos sido poco conscientes de la amenaza que supone la desertificación»

Este es uno de los temas en los que deberíamos evitar debates anecdóticos estériles. Creo que hay un consenso elevadísimo a la hora de identificarlo como un sector estratégico para la economía y el empleo, con un nivel de madurez muy importante en el conjunto de la cadena de valor –desde las materias primas (acero, aluminio, etc.) hasta las piezas (componentes) y los talleres–. La evolución del sector es indiscutible, porque han cambiado los patrones culturales de la demanda. Sabiendo, además, que el 85% de los coches que se producen en España son para exportación y la mayor parte de los destinos a los que van ya han cambiado el patrón cultural y el regulatorio. Todos saben que la industria está cambiando: las casas matrices, cuyos centros de decisión están fuera, pero ensamblan aquí; las fábricas de componentes, que están aquí; los talleres de mecánicos, que cada vez más tendrán que saber de electrónica y no de mecánica; los de ventas, que ven que cada vez se va más al leasing y al sharing. Pero también lo sabe el Gobierno y lo saben las instituciones. Este sector es clave y hay que acompañarlo para que la transformación sea viable y no genere tensiones. Por tanto, más que buscar culpables, hay que sentarse en una mesa y trabajar en cómo nos modernizamos y cómo nos reposicionamos.

Teresa Ribera

Habéis lanzado la Estrategia de Transición Justa. ¿Cómo se van a mitigar los impactos que la transición ecológica pueda tener en las clases sociales más desfavorecidas?

Vemos varios puntos a tratar que son conceptualmente diferentes, pero que tienen que ver con los desfavorecidos (en riesgo) por la transición. Uno de ellos son los trabajadores en comarcas muy dependientes de un único centro de actividad: ocurría con la minería, ocurre con las térmicas, con las zonas aisladas, puede ocurrir con la nuclear. Ahí hay un acompañamiento de salida (política social), un acompañamiento reeducativo y formación profesional para los trabajadores más jóvenes y un acompañamiento suficientemente anticipado para la reactivación industrial en la zona. El segundo bloque serían los precios de la energía en el corto plazo para consumidores. Las cifras son tremendas, porque en consumo doméstico los precios son altos; por tanto, la internalización del coste del CO2, mientras siga funcionando el mercado marginalista, que internaliza el coste de CO2 de manera indiscriminada, obliga a repensar cómo compensas a los consumidores domésticos. Esto supone incentivar el autoconsumo, activar un mecanismo de subastas de renovables por tecnología donde se subaste energía, pero cuyo factor decisivo sea el precio. De esta manera, bajará el precio general en el conjunto del sistema. El tercer punto a tratar es cómo abordar la pobreza energética. Junto a la Estrategia de Transición Justa tenemos la Estrategia de Pobreza Energética.

Parece inevitable que las ciudades, por su impacto, sean el centro de gravedad de la transición ecológica, pero esta tendencia global entra en tensión con la despoblación, que en nuestro país hemos bautizado «la España vacía».

«Los alcaldes se están convirtiendo en protagonistas muy interesantes del proceso de cambio»

Es un debate que se ha planteado mal. Para qué queremos el territorio, cómo lo usamos y por qué no somos conscientes del nivel de interdependencia que existe entre uno y otro. Necesitamos una visión un poco más de conjunto. Hay una buena parte de consumo y de emisiones de gases de efecto invernadero que se produce en grandes núcleos urbanos, pero también es cierto que el gran pulmón lo tienen conectado al lado. Creo que hay que reequilibrarlo y evitar la sensación de distintas velocidades, o distintas prestaciones de servicio, o distintas fiscalidades, que fue lo que estuvo en el origen de los chalecos amarillos: no pueden decirnos que bajan los impuestos a las grandes fortunas y que, por razones ambientales, suben el diésel a todo el mundo cuando hay una gran franja central de Francia esencialmente rural donde los servicios públicos de transporte no existen, donde hay que coger el coche para todo y las rentas son limitadas. Ese aspecto de reconocimiento de servicios ambientales, de desarrollo rural sostenible, tiene que formar parte del conjunto de la estrategia. Hay alternativas que desde aquí tenemos claro que hay que activar, como potenciales de biomasa, servicios ambientales o asociados al desarrollo rural impact, pero son vasos comunicantes que hay que reequilibrar.

Uno de los grandes retos para la conservación de la biodiversidad es la lucha contra el plástico. ¿Qué puede hacer España en este sentido?

Recoger la directiva europea y transponerla rapidísimamente. Necesitamos plantearnos nuevos materiales y una estrategia de economía circular y de recuperación. Creo que la selección de plásticos de un solo uso ayuda mucho, porque es obvio que es una parte del problema y además es muy gráfico y comprensible. Y tienes cobertura comunitaria, que también es muy importante. Este tema activa otras cosas: quizá no tanto en las grandes compañías, pero esta cuestión de innovación, economía circular y nuevos materiales está permeando con una gran curiosidad en el conjunto del tejido industrial, que al final son pymes. Creo que hay que alimentar y ayudar a los profuturo y no pensar solo en el pasado. Tan importante es ayudar a acabar de hacer las cosas bien como ayudar a que las cosas evolucionen en la dirección que toca. A la hora de la verdad, si solo haces caso al que chilla más, provocas un incentivo perverso: todos acabarán gritando.

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