Opinión
Ponga un negacionista en su mesa
Mientras que las teorías que dudan de la existencia del Holocausto o de la evolución humana son cada vez más residuales, los escépticos que ponen en duda el cambio climático se resisten a doblegarse ante el peso de las evidencias científicas.
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Son fascinantes los negacionistas. Tan cargados de razón como impermeables al razonamiento. Se atreven con todo, sin atisbo de rubor, convincentes en su delirio: se escuchan a sí mismos y parecieran visionarios. Desde ese primer negacionista histórico, Pedro, que negó hasta tres veces a su maestro, muchos han sido quienes han refutado la realidad, la evidencia palmaria, la prueba obscena para evadir una verdad incómoda. Tiene algo de acto irracional por momentos simpático. Pero maldita la gracia.
Uno va por la vida más o menos concienciado o comprometido con la época que le ha tocado vivir, preocupado por aquello que –por minúsculo que parezca– pueda contribuir a mejorar el mundo y, cuando menos lo espera, allí donde jamás pensó que se vería en entredicho, aparece un negacionista. Hay que estar atento, no es tan fácil dar con ellos. Son una especie no en riesgo de extinción, pero sí rara. Existen distintos tipos: los que niegan que hubiese un Holocausto, aquellos que no soportan a Darwin –que al fin y al cabo era un mercachifle que no se enteró de que lo de la mujer que sale de una costilla de hombre no era metáfora, sino exacto–, quienes dudan de la existencia de enfermedades como el sida… Estas variedades de negacionistas van siendo residuales, quizá porque el tiempo siempre se coloca del lado de los hechos.
«Hay negacionistas de distintos tipos: los que niegan el Holocausto, el sida, la evolución humana…»
Sin embargo, la salud de esa variante que niega el cambio climático aún parece de hierro. No es tan raro toparse con alguien que lo desmiente con un discurso sumamente interesante: medias verdades, tergiversación de los hechos científicos, deducciones absurdas, falsas analogías, empleo de la falacia del hombre de paja (un ataque lingüístico que ridiculiza los argumentos contrarios, los ironiza, altera las palabras utilizadas, etc.) o la utilización del argumento ad consequentiam, aquel que basa su lógica en las consecuencias, lo que no hace más ni menos real a la premisa. Por ejemplo, cuando afirman que «si el cambio climático tuviera la gravedad que nos dicen, España ya sería un desierto», olvidan que el hecho de que España sea o no un desierto, ni confirma ni desmiente la autenticidad del calentamiento global.
Qué buenos ratos pasamos compartiendo un vino con un negacionista. Nos dirá, por ejemplo, que los volcanes emiten más CO2 a la atmósfera que la actividad humana. Cómo no caímos antes. Allí donde mires hay un volcán en erupción escupiendo, desaforado, CO2. Hay algo de cierto en lo que dicen los negacionistas: los volcanes son responsables de las emisiones… pero de menos del uno por ciento de las mismas.
Sin sonrojo alguno, colocarán a gran parte de la comunidad científica de su lado. «No hay consenso científico sobre el cambio climático», afirmarán. Maravilloso. Es cierto, apenas un 97 por ciento de los científicos mundiales no solo respaldan la evidencia, sino que la enlazan con la acción humana. Hay díscolos, como el primo de Mariano Rajoy. O algunos más reputados, como Richard Muller, que insiste en que catástrofes como el Katrina, el deshielo de Ártico o el retroceso del Himalaya son ajenos al cambio climático. Qué incomprendidos. El Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC en sus siglas en inglés) está integrado por dos mil científicos independientes de todas las latitudes de planeta, y lleva 25 años estudiando el cambio climático. Pero, ¿qué autoridad tiene, al fin y al cabo, frente a la tarea iluminada de los feligreses negacionistas?
«¿Qué representan estudios de instituciones como la ONU o la OMS frente a las pesquisas patrocinadas por las petroleras?»
Porque ¿acaso el cambio climático no es un proceso natural de nuestro planeta, siempre en continua transformación de sí mismo? Nada significa que haya necesitado para esos cambios miles de años y que los que ahora afrontamos tengan lugar con una celeridad aterradora –basta mirar lo acontecido en los cuarenta últimos años, coincidiendo con una actividad capitalista voraz, desenfrenada, escandalosa y desordenada–. Es obvio que la Pachamama ha apostado por la creación de refugiados medioambientales y por engullir países enteros. La Tierra se lo pasa pipa intensificando las olas de calor y haciendo avanzar los desiertos, creando una atmósfera cada vez más irrespirable o esquilmando las reservas de agua dulce. Además, está el Sol, esa pérfida estrella que con sus rayos cósmicos calienta hasta límites insospechados el planeta. Extraño argumento porque, si fuera así, se calentaría más la estratosfera (que está más cerca del Sol) que la troposfera, pero sucede justo al revés.
Los negacionistas, además, son muy deductivos. Piensan en los bruscos cambios de temperatura que se producen un día cualquiera: uno se levanta con siete grados y al mediodía disfruta de la calidez de los 23. Ergo, ¿qué cosa es esa de que si la temperatura de la Tierra sube un grado y medio, incluso dos, suponga una catástrofe? Total, la agricultura, la flora, la fauna y el nivel de los océanos pueden adaptarse tan bien como un humano a esos pequeños cambios térmicos.
Philip Morris patrocinó multitud de estudios que demostraban que el consumo de tabaco era ajeno al cáncer del pulmón. Quien paga exige resultados… pero el tiempo lo tachó de impostor. Si uno indaga en los sesudos estudios que desvinculan o niegan el cambio climático con la acción del hombre –como los que realiza el American Petroleum Institute o la Universidad de Harvard–, concluye que no son inocentes, que están sufragados por entramados de empresas que verán mermar su negocio si los gobiernos actúan para frenar el calentamiento global. ¿Qué representan instituciones como la ONU o la OMS, que advierten de las consecuencias irreversibles de ese cambio climático, frente a las pesquisas patrocinadas por las petroleras? Con lo atractivo que resultan esos blogs pseudocientíficos que hablan de conspiraciones mundiales, de que nos están engañando, de que el cambio climático es una enorme cortina de humo para evitar que hablemos de otras cosas…
No se molesten, los negacionistas son tozudos. Pero se colocan a la altura del refrán –y del betún–: no hay peor ciego que el que no quiere ver. Y ellos, al parecer, tampoco quieren escuchar.
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