Siglo XXI

Los dilemas del progreso a la luz de Steven Pinker y Luis Garicano

El psicólogo de Harvard y el profesor de la London School of Economics protagonizaron un debate en el Ateneo de Madrid.

Traducción

Jara Atienza

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Noemí del Val
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06
marzo
2019
Luis Garicano y Steven Pinker durante su conversación en el Ateneo de Madrid

Traducción

Jara Atienza

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Noemí del Val

El progreso necesita a alguien que lo defienda, y los nacionalismos, quien los combata. Pero ¿cuál es el camino a seguir? ¿Qué papel juega la razón? ¿Y la libertad? El psicólogo, ensayista y lingüista de Harvard Steven Pinker y el economista liberal y profesor de la London School of Economics Luis Garicano se dieron cita en el Ateneo de Madrid para debatir sobre los dilemas del progreso, en un acto organizado por los eurodiputados Javier Nart y Teresa Giménez. A continuación, reproducimos la conversación entre ambos pensadores.

¿Cómo podemos utilizar las emociones para el progreso?

Pinker. Cuando hablamos sobre Inteligencia Artificial (IA) o sobre la desmaterialización de la economía, lo hacemos en un contexto de miedo y ansiedad. Pero pongamos que la IA puede ayudar a un médico a diagnosticar una enfermedad. No podemos decir que esta sea mala. De la misma manera, si para ver una película o escuchar una canción no necesitas comprar un objeto físico muy caro, sino que solo tienes que acercarte a la pantalla de tu ordenador o de tu televisor, no puedes decir que la tecnología no ayuda. Visto de otro modo, si permite sustituir trabajos peligrosos, monótonos o tediosos –como la minería o la recolección de frutas– por robots, ¿no es la tecnología un beneficio para la humanidad? Así pues, el mayor reto al que nos enfrentamos en realidad es al de aprender cómo distribuir los beneficios de esa tecnología. Por ejemplo, si los mineros van a ser reemplazados de sus trabajos, debemos preguntarnos a qué podrían dedicarse.

Otro de los dilemas actuales hace referencia a cómo podemos cambiar la percepción de la gente, que no es consciente de que ya ha habido un enorme progreso, y de que su potencial es aún mayor. Al final, hemos convertido la lucha contra las enfermedades, la pobreza o la guerra en algo aburrido. Necesitamos inyectar nueva energía, pasión moral y emoción en ciertos aspectos del progreso. Sabemos que es posible, porque ya se ha hecho. Ha habido presidentes de los Estados Unidos que, al contrario que Donald Trump, fueron políticos optimistas. Por ejemplo, Franklin Roosevelt tuvo que lidiar con una guerra y con la Gran Depresión; dos retos mayores que a los que nos enfrentamos actualmente con la aparición de la IA y las nuevas tecnologías. Bill Clinton, Barack Obama e incluso Donald Reagan, al otro lado del espectro político, supieron también trasladar el optimismo a la sociedad pese al contexto social.

Recuerdo cuando en los 60 había un sentimiento generalizado de enorme progreso y de optimismo por cosas que ahora tememos. Creíamos, por ejemplo, que la energía nuclear podría acabar con la pobreza energética o que las Naciones Unidas iban a traer paz al mundo. Se creía que estábamos avanzando hacia un lugar mejor. Es algo paradójico porque, en esa época, la gente no era consciente de la opresión racial latente en la sociedad de Estados Unidos, ni de la pobreza mundial ni de las autocracias existentes. Aun así, había una mirada optimista sobre el progreso que todavía no hemos logrado recuperar. Cuando digo hemos, me refiero a los liberales cosmopolitas, a las personas ilustradas.

Pinker: «En los 60 había una mirada optimista sobre el progreso que todavía no hemos logrado recuperar»

Garicano. Estoy de acuerdo con el argumento de que el progreso es bueno en la medida en que puede, por ejemplo, ayudar a médicos a hacer mejor su trabajo. Sin embargo, si a un radiólogo le dicen que todos los diagnósticos los va a hacer una máquina, entiendo que no se sienta feliz con ello. Recuerdo ver en televisión a Steve Schmidt, jefe de campaña del senador MacCain, diciendo: «Todo el mundo está muy emocionado hablando de cómo los coches o los camiones que se conducen solos serán una realidad muy pronto, pero lo cierto es que conducir es el principal trabajo de los americanos de clase media poco instruida». Si tú eres una de esas personas que lleva conduciendo un camión 20 años, es fácil hablar de progreso, pero es inevitable que te preguntes: ¿Qué va a pasar conmigo?

En relación a los políticos y el grado de felicidad social, me gustaría hacer referencia a un estudio que editaste en diciembre de 2018, en el que se medía la complejidad de las emociones del lenguaje. Lo que este análisis recoge es que Donald Trump es el político de la historia de EE.UU. que usa una manera de hablar más emocional, más cercana y, sobre todo, menos racional. Lo que lleva a preguntarse hasta qué punto la gente reclama este tipo de lenguaje.

Pinker. El estudio en cuestión también analizaba la confianza y la complejidad de la comunicación presidencial, que ha ido empeorando con los años. Trump es el ejemplo extremo de esta tendencia a la baja que, aunque presente en los discursos presidenciales, no está en los debates parlamentarios. Esto nos permite intuir que no se trata de un fenómeno cultural, sino particular de la figura del presidente quien, además, utiliza una sofisticación perversa para conseguir votos.

Esta es la paradoja de la democracia. Como decía el humorista americano H.L. Mencken: «La democracia es la teoría de que la gente común sabe lo que quiere y merece obtenerlo». En este sentido, me gustaría remarcar las paradojas de la democracia que recoge Rebeca Goldstein en su libro Plato at the Googleplex, en el que defiende la continuidad de los dilemas filosóficos clásicos más relevantes, presentes en la actualidad. Una de ellos es que todavía hoy, cuando conversamos sobre lo que es mejor para la sociedad y sobre cómo esta quiere ser gobernada, llegamos a una respuesta concreta. Luego hay elecciones a nivel nacional y los resultados obtenidos son completamente diferentes. Creer en la democracia significa aprender a conciliar estas dos demandas contradictorias. Es posible que la simplicidad y la confianza que emana de los discursos de Trump, unido a cierta ingenuidad sobre cómo ha podido llegar a ser presidente, lleve si bien no a mediadas más sofisticadas, a satisfacer el objetivo de vencer al oponente.

Garicano: «Cada vez se utiliza un lenguaje más dramático y menos racional para conectar con los votantes»

Garicano. En este punto señalaría también el papel de las redes sociales. En el estudio antes mencionado se llega a la conclusión de que, cuando se publica un tuit o un post en Facebook o Instagram, si este tiene una gran carga emocional, se difundirá mucho dentro de tu comunidad digital. Sobre todo si tiene una carga negativa. Por el contrario, la misma información no se compartirá tan bien entre comunidades externas. Esto parece indicar que, para llegar a personas que nos son más cercanas, y hacer que nuestro lenguaje sea efectivo, tendemos a mostrar las cosas más desagradables, más emotivas. Esto, extensible a Trump, sugiere que para conectar con los demás, el lenguaje que se utiliza es cada vez más dramático, más sucio, y menos racional.

Pinker. A pesar de esto, no debemos caer en el error de creer que la gente es estúpida. Aunque creo que necesitamos movilizar las emociones positivas en pro de los valores que hemos comentado, no hay que subestimar la capacidad de la gente de procesar datos. Estudios recientes demuestran que si aportas datos y gráficos, la gente tiende a cambiar de opinión, incluso en cuestiones en las que tiene una firme opinión política. Un claro ejemplo de ello es el debate sobre el cambio climático, un asunto muy polémico en EE.UU. Si tú explicas que todos los estudios demuestran que la temperatura global está aumentado, los conservadores no te creerán. En cambio, si les muestras tres gráficos de tres centros científicos diferentes en los que aparece que la temperatura aumenta a lo largo del tiempo, un alto porcentaje de los escépticos cambiará de opinión.

Tenemos pues que movilizar las emociones, sí. Pero también tenemos que ser inteligentes y utilizar los hechos, los gráficos y la razón, que son herramientas que pueden cambiar mentalidades. Hay un dicho que afirma: «La verdad es aquello que persiste cuando dejas de creer en ella». Tenemos esa ventaja: a pesar de vivir en la era de la posverdad y las fake news, la realidad existe y, junto a las emociones, puede funcionar. Solo tenemos que dejar de pensar que todo es propaganda.

¿Cómo podemos construir Europa? ¿Es el patriotismo compatible?

Garicano. Todos tenemos múltiples identidades y todas son compatibles entre ellas. La clave está en conectarlas emocionalmente. Podemos tener una visión positiva sobre un proyecto común para España a la vez que tenemos una visión positiva para un proyecto común europeo y mundial. Para ello tenemos que mostrar estadísticas y a la vez movilizar a la gente para que vea de corazón que hay algo valioso en Europa y algo aterrador en la vuelta al estado-nación.

Pinker. Se puede también coger ventaja del patriotismo. Por ejemplo, en Estados Unidos hay patriotismo, pero este no se identifica con una raza o una etnia, aunque sí que haya conflicto en estos términos. El concepto de ser americano está por encima del ser italiano o judío. Hay que ver cómo la entidad que se llama Europa puede estar por encima de Polonia o Alemania y cómo se puede extrapolar el patriotismo que la gente ve en los símbolos de su país a la bandera de estrellas dispuestas en círculo. En este sentido, la esperanza está en que, a pesar de que somos una especie tribal, el concepto de tribu es elástico.

Luis Garicano y Steven Pinker junto a la eurodiputada Teresa Giménez Barbat, moderadora del diálogo

Hay otro tipo de populismo, el del miedo, que hace referencia a una sociedad que vuelca sus temores ya sea contra los transgénicos, contra las vacunas o contra la esfericidad de la tierra. ¿Cómo podemos defendernos de él?

Garicano. Las redes sociales están fomentando este tipo de populismo: los algoritmos nos muestran lo que queremos ver. Así tenemos una visión sesgada de la realidad. Podemos hablar, por ejemplo, del debate sobre si hay que vacunar o no a los niños. Si tienes dudas sobre esta cuestión, vas a Youtube y ves un vídeo que te explica todo lo negativo de las vacunas. Luego, Youtube se encarga de escoger por ti otros vídeos similares. Cuando has visto diez, ya estás completamente convencido. Este aspecto me preocupa especialmente, porque las redes sociales permiten que las creencias más extrañas se extiendan rápidamente: hay gente que cree que la tierra es plana, que la crisis de los misiles nunca sucedió o que el hombre jamás llegó a la Luna.

Pinker: «Los hechos, los datos, pueden hacer cambiar de opinión a la gente. Tenemos que dejar de pensar que todo es propaganda»

Pinker. Muchas supersticiones y teorías conspiranoicas existían antes de las plataformas digitales. Todavía es una pregunta abierta si las redes sociales van a llevarnos irremediablemente por el mal camino, o si nos han cogido por sorpresa y todavía no hemos encontrado las medidas necesarias para contrarrestar esas supersticiones.

Por el contrario, las fuerzas de la globalización y la tecnología parecen imparables. No vamos a volver a los casetes ni a las máquinas de escribir, y los jóvenes no van a vivir toda su vida en el mismo país ni van a renunciar a comprar el mejor smartphone. No se puede luchar contra estos cambios tecnológicos. Y los políticos populistas lo que no hacen es buscar soluciones a las consecuencias de estos cambios.

El auge del populismo puede explicarse por los profundos cambios tecnológicos y económicos han habido en los últimos 50 años. Pero también por los cambios culturales en términos de dignidad y Derechos Humanos de las mujeres, de la comunidad LGTBI+, de los inmigrantes y las minorías raciales. Ante esta transformación, gente que nunca ha pertenecido a estos colectivos –hombres mayores blancos y con poca educación, que estadísticamente pertenecen al perfil de los principales seguidores del populismo–, consideran que su reclamo de dignidad está siendo erosionado. Los que apoyan ese intento de «make Amercia great again» no siempre son los que ven peligrar sus trabajos, sino personas que creen que los inmigrantes y las minorías les están usurpando un prestigio que deben defender. La mejor manera de rastrear a los votantes de Trump es ver el número de personas de la zona que han buscado en Google chistes racistas.

Garicano. En este sentido es necesario preguntarse si estas personas son racistas porque son infelices con sus trabajos y sus vidas, o si son infelices porque ven sus trabajos y vidas amenazadas por la búsqueda del progreso de los derechos de las mujeres y las minorías. Es curioso porque el odio nacionalista está presente en países en los que no hay diferencias étnicas. Entonces, ¿por qué se sienten amenazadas estas personas? Porque en realidad, cuando votan a Trump, no lo hacen para que este salve sus problemas sociales, sino para que salve sus problemas emocionales. Si tu crees que no vas a tener un futuro porque el mundo está cambiando, buscas protección más allá del interés económico.

Pinker. Como hemos dicho, el populismo es popular entre la gente de mayor edad, y todos sabemos lo que pasa con las poblaciones más viejas. Es lo único certero que tenemos. También sabemos que el populismo se extiende entre las personas menos educadas, pero el mundo se está volviendo más educado. Es también frecuente en zonas rurales, y el mundo se está urbanizando. Si combinas educación, urbanización y cambio generacional, parece que el populismo no tendrá peso en un futuro lejano, pero hasta ese momento, el camino va a estar lleno de turbulencias.

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