Un mercado laboral más diverso, inclusivo y resiliente
Las sociedades homogéneas y uniformes están al filo de la extinción. Este hecho ha acelerado la necesidad de trasladar la diversidad social a las empresas, como pilar indiscutible de competitividad.
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¿Son realmente las organizaciones un reflejo de la sociedad? En caso afirmativo, ¿son verdaderamente entornos inclusivos? A día de hoy, sería muy aventurado responder con un sí. Las estrategias de diversidad e inclusión se encuentran en una fase muy temprana de desarrollo, respondiendo únicamente a minorías o personas en riesgo de exclusión. Sí estamos en una fase de cambio cultural, que no es poco.
Los comités de dirección ya integran la diversidad como cuestión prioritaria en sus agendas; sin embargo, aún no se considera un topic estratégico, sino más bien una respuesta frente a normativas como la Ley de Igualdad o la Ley General de la Discapacidad. Así, la diversidad se traduce en una acción de compliance, sin percibirse como una verdadera oportunidad para la generación de valor compartido. Y este es, precisamente, el mayor reto que tenemos por delante.
El camino hacia la diversidad y la inclusión trasciende a las propias empresas para abarcar al mercado laboral en su conjunto. Mientras sigan existiendo personas sistemáticamente excluidas del mercado, la diversidad seguirá presentando innumerables sesgos y difícilmente podremos hablar de inclusión.
«Mientras sigan existiendo personas sistemáticamente excluidas del mercado, difícilmente podremos hablar de inclusión»
El reto es en un doble sentido: en primer lugar, con el propio tejido empresarial, que debe desterrar prejuicios y evolucionar hacia un enfoque transversal de la diversidad. En segundo lugar, con los propios desempleados. En el mercado actual, perder el empleo a partir de cierta edad resulta un auténtico drama. En una era de cambio –o, más bien, un cambio de era–, no nos educan para la transformación, con lo que la resiliencia brilla por su ausencia cuando surgen contratiempos en nuestra trayectoria profesional. Las políticas activas de empleo deben dirigirse hacia el empoderamiento real de la persona, dejando de ser un sujeto al amparo de las empresas o del Estado, para incidir en su capacidad de elegir, tomar decisiones y realizarse profesionalmente.
La transición hacia un mercado laboral más diverso, sostenible y resiliente precisa un enfoque integral, que siente sus bases en el talento de las personas y en la equidad –que no igualdad– en el trato. Empoderamiento de las empresas, que han de deshacerse de obsoletos clichés, y empoderamiento de las personas, que han de tener a su alcance los recursos clave para ser profesionales empleables durante toda su trayectoria profesional.
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