Internacional

La caravana migrante que huye del hambre y la violencia en Centroamérica

Un río humano de 7.000 personas de distintos países avanza a paso firme hacia el norte de México para alcanzar su meta de llegar a EE.UU.

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Asier Vera | Pijijiapan, México
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30
octubre
2018

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Asier Vera | Pijijiapan, México

El calor es sofocante, con una temperatura que roza los 40 grados antes incluso de llegar al mediodía. Ello no evita que la caravana migrante, un río humano de 7.000 personas, avance a paso firme en dirección al norte, para alcanzar su meta de llegar a EE.UU. Vienen de diferentes países de Centroamérica, pero a todas les une el mismo anhelo de dejar atrás la violencia de las pandillas que acaban con miles de vidas cada año en Honduras, Guatemala y El Salvador. Pero no solo huyen de las balas, sino también del hambre que se ha colado en sus hogares por la falta de empleo y por unos salarios pírricos que no les alcanzan ni para dar a comer a sus hijas e hijos.

A la caravana migrante, que comenzó el pasado 13 de octubre en la ciudad hondureña de San Pedro Sula, no la para nadie, ni los gases lacrimógenos que les lanzó la policía mexicana en la frontera con Guatemala ni las amenazas del presidente de EEUU, Donald Trump, quien ya ha avisado que enviará al Ejército para impedir la entrada de todas estas personas que solo buscan una mejor vida. Lo que no sabe Trump es que quienes migran de Honduras, Guatemala y El Salvador ya poco tienen que perder tras haberlo dejado todo en sus países, incluidas sus familias, con tal de alcanzar su ‘sueño americano’.

Fabiola Díaz, de 25 años, camina con la mirada fija en el horizonte, donde únicamente se ve una marea humana interminable que trata de llegar caminando al destino de hoy: la ciudad de Mapastepec, en el Estado mexicano de Chiapas, a 70 kilómetros de Huixtla, donde pernoctaron las dos noches anteriores. Díaz porta en los hombros a su hijo de dos años y lleva una pequeña mochila para los dos. Originaria del departamento hondureño de Santa Bárbara, afirma que se va de su país porque allí «no hay trabajo». En Honduras, dejó a otra hija de siete años con la abuela. Su «sueño» es que Donald Trump «abra su corazón y nos deje entrar en EE.UU. para que pueda ayudar a mi familia». En su país de origen trabajaba como empleada doméstica y reconoce que pasaba hambre. Sin poder contener las lágrimas, nos cuenta que había días que incluso no comía.

Fabiola Díaz, hondureña de 25 años: «Mi sueño es que Donald Trump abra su corazón y nos deje entrar en EE.UU.»

Los integrantes de la caravana migrante tratan de parar a todos los vehículos y camiones que pasan por la carretera a la espera de que les den ‘jalón’ y puedan avanzar así unos kilómetros sin la necesidad de caminar por un asfalto que hace horas que se ha convertido en un horno. El conductor de una furgoneta que hace el trayecto entre Huixtla y Escuintla decide solidarizarse con la caravana e invita a varios migrantes a montarse hasta que casi no cabe un alfiler en su interior. Rostros sudorosos y cansados suben al vehículo para tomar un poco de aire antes de que el conductor les avise a pocos kilómetros que deben bajarse de nuevo porque el Instituto Nacional de Migración de México está haciendo controles y revisando cada coche.

Antes de continuar la caminata con su hermana y con sus hijas de diez y ocho años, Fanny Bueso, procedente de El Progreso -tercera ciudad más grande de Honduras- revela que abandonó su país pocos días después de que las pandillas asesinaran a balazos a un primo que vivía con ella. «Nosotros vimos cuando lo dispararon y nos amenazaron con que nos iban a matar», asegura. Tras ser preguntada por qué pandilla de las dos que azotan Honduras era, Barrio 18 o Mara Salvatrucha, echa la vista a ambos lados y guarda silencio. Fuera de su país también puede correr peligro su vida, asegura.

Honduras: el país de «ver, oír y callar»

«En mi barrio no se puede vivir. Es horrible, vivimos con temor y no podemos salir y, si salimos, es como si anduviéramos en cautiverio», lamenta Bueso, quien viaja únicamente con dos mudas para ella y otras dos para cada una de sus hijas. Anuncia que, pese a que Donald Trump le impidiera ingresar a EE.UU., ella no volvería a su país, por lo que intentaría quedarse en México, cuyo Gobierno ya ha prometido dar visas humanitarias a los migrantes de la Caravana. No es la primera vez que emigra; hace tres años lo intentó nuevamente con sus hijas, si bien se quedó en la frontera con EEUU, donde la Migración de México las detuvo y tras permanecer tres semanas encerradas en una casa de migración, fueron deportadas a Honduras.

Sin embargo, Bueso no quiere que sus hijas crezcan en un barrio donde las pandillas obligan a las chicas cuando son adolescentes a mantener relaciones sexuales con los líderes «y si no, las matan». «Me voy para salvar su vida», recalca, al tiempo que critica que en Honduras no se puede recurrir a la policía, porque «está ligada con los delincuentes», de forma que «allí no se puede denunciar a nadie, porque es el país de ver, oír y callar». Ahora su único objetivo es llegar a Houston, en EEUU, donde desde hace 15 años vive su padre, quien ni siquiera sabe que la recibirá pronto.

Algunos bebés han tenido que ser atendidos en ambulancias por deshidratación

No están solos, ya que durante los primeros 100 kilómetros que la caravana migrante ha recorrido México, la solidaridad de la gente ha sido incalculable, ofreciéndoles agua y víveres durante todo el camino para que puedan soportar las elevadas temperaturas. Algunos bebés han tenido que ser atendidos en ambulancias por deshidratación. «Animo, sí se puede», rezaba el cartel de un mexicano a la llegada de la Caravana a Escuintla, donde fue recibida con aplausos y vítores, lo que supuso un balón de oxígeno para las miles de personas que soportan un duro viaje que parece una peregrinación hacia la esperanza que habían perdido en sus países de origen.

Jennifer Ramírez y Marlon Castro caminan cargados de mochilas y con un carrito en el que llevan a su bebé de cinco meses. A su lado, arrastran los pies otros dos hijos de cinco y tres años. «Ya no queremos seguir, estamos agotados», reconoce la mujer de 24 años, quien, sin embargo, asegura que no tuvieron otra opción que huir de Honduras, después de que a su pareja le amenazaran de muerte las pandillas tras negarse a transportar droga en el bus que conducía.

«Nos habían dicho que le iban a matar a él y a su familia y nos tuvimos que salir», relata. Por eso, pide a Donald Trump que «piense en los niños más que todo, porque si uno sale de su país, es porque necesita refugio». Ramírez, quien ha dejado una hija de siete años en Honduras, subraya que «jamás pensé que iba a estar en la carretera llevando a mis tres hijos y que pasaran por este sacrificio».

Tras varias horas de interminable caminata, María Elena, embarazada de cinco meses y con un bebé de un año y seis meses, descansa tumbada en el suelo de Mapastepec. Su pareja, Marvin Alexander asevera que «la necesidad le obliga a migrar a uno dejando un país donde hay hambre y delincuencia y no hay salud, ni educación para nuestros hijos». «No hay nada en Honduras a parte de un Gobierno corrupto, por lo que estamos buscando una nueva oportunidad, ya que nosotros no la tuvimos en nuestro país, al menos que la tengan nuestros hijos», concluye.

En Mapastepec se han agotado los alojamientos y son varios los migrantes que optan por ir en furgoneta al próximo destino de la caravana: Pijijiapan. Una de ellas es Elizabeth Umanzor, quien viaja con su marido, sus tres hijas de 15, 13 y 6 años, y su hijo de 10. Procedente del Progreso Yoro, en Honduras, se emociona al recordar cómo el 16 de octubre su hijo le pidió un regalo por su cumpleaños, «y para mí fue algo doloroso porque no pude comprárselo, ya que no tenía dinero». Confiesa que «tener que emigrar es bastante difícil, pero más difícil es saber que nuestros hijos nos están pidiendo un plato de comida o un par de zapatos y nosotros no podemos dárselo».

Las personas que integran la caravana migrante recibieron hace dos días en Huixtla el apoyo del Colectivo de Madres de hijas e hijos desaparecidos en la peligrosa ruta que conduce hacia EE.UU. Una de estas madres, Elvira Mendoza, de Guatemala, se dirigió a los miles de migrantes para decirles que «luchen, porque todo se puede, ya que no somos criminales; solo queremos trabajar».

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