Contaminación

Zabol, la ciudad más contaminada del planeta

Colegios cerrados, conducción de riesgo, ambiente irrespirable y vida imposible. Es la realidad que soportan los más de cien mil habitantes de Zabol, situada en una de las regiones más pobres de Irán. Allí, el aire tiene unos niveles de polución 18 veces superiores a lo recomendado por la OMS.

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Zahida Membrado

Fotografía

Abbas Kowsari
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16
mayo
2018

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Zahida Membrado

Fotografía

Abbas Kowsari

En el año 1970, el arqueólogo iraní Mansur Sadjadi descubrió en el yacimiento arqueológico de Shahr-e Sükhté un cuenco de 5.200 años de antigüedad ilustrado con cinco imágenes secuenciales de una cabra dando un brinco para alcanzar las hojas de un árbol. La observación detallada de la pieza llevó a concluir a los investigadores que estaban frente a la primera animación gráfica de la historia. El enclave geográfico que reveló tan magnífico hallazgo milenario es hoy la ciudad más contaminada del mundo.

Estamos en Zabol, una urbe árida, con escasa vegetación y afectada por una extrema sequía en el sudeste de Irán, en la provincia de Sistán Baluchistán. Un informe de la Organización Mundial de la Salud (OMS) la situó en 2016 como la número uno en el ranking de ciudades más contaminadas del planeta, y todavía hoy conserva esta funesta posición. Pero la contaminación en Zabol no procede de los gases contaminantes originados por fábricas ni por la quema de combustible barato. Este remoto lugar, habitado por una población de 135.000 personas, padece el ensañamiento de las tormentas de arena, constantes a partir del mes de mayo, y cuyos efectos para la salud de sus habitantes son devastadores.

El fenómeno meteorológico es conocido como «el viento de los 120 días», con rachas que azotan durante cuatro meses cada año la meseta iraní, y que pueden alcanzar los 130 km/h. Soplan de norte a sur y se originan en los desiertos de Irán y de Arabia Saudí. El viento transporta hasta esta región millones de partículas de arena que se mantienen en suspensión debido a la evaporación del agua de los lagos, fruto de la falta de lluvias y de las altas temperaturas.

Según datos de la OMS referidos a la contaminación del aire en zonas urbanas, Zabol registra 217 microgramos por metro cúbico (µg/m3) de partículas en suspensión de menos de 2,5 micras (μm). Los estándares recomendados por la Organización son de 18 µg/m3, por lo que es sencillo hacerse una idea de los niveles de contaminación que se respiran en esa región.

Los dispensarios atienden a una media de 250 personas cada día por problemas relacionados con el aire

Esas mismas partículas se depositan en los pulmones de la población, provocando daños graves en el organismo. Por ello, cada año el Gobierno de Zabol reparte más de 8.000 mascarillas para que los ciudadanos puedan protegerse frente al aire contaminado. Pero ¿cómo vive una comunidad apresada por tormentas de arena durante 120 días al año? La realidad de esa fracción del vasto territorio iraní es compleja y, a la impiedad del clima, hay que añadir una paupérrima situación económica. Sistán Baluchistán es una de las provincias más necesitadas del país, prácticamente abandonada por la Administración central. Es sinónimo de escasez, paro, hastío y nulas expectativas de futuro para los jóvenes. Sus habitantes quieren a su tierra, pero desean huir de ella.

Cada día, durante la terrible época de tormenta, los distintos dispensarios de Zabol atienden a una media de 250 personas por problemas relacionados con el aire: irritación ocular, alergias en la piel y obstrucciones respiratorias de distinta índole. Niños y ancianos son los que se llevan la peor parte, puesto que sus pulmones son más débiles. Es una imagen habitual en Zabol ver a críos en bicicleta con pañuelos cubriéndoles todo el rostro menos los ojos. Cuando llegan a casa, antes de acceder a la vivienda, sus madres les sacuden la ropa para dejar fuera todo el polvo incrustado. En vano, según se mire, puesto que los sedimentos que transporta el viento se cuelan por cualquier parte y, aunque los lugareños se afanen en sellar puertas y ventanas, tras una noche de fuerte viento, las familias amanecen con dos dedos de arena sobre el suelo. Es inútil abrir las ventanas para ventilar, puesto que ello solo conllevaría la entrada de polvo y más polvo.

Mahmmud Hosradi, profesor asistente en la Universidad de Sistán Baluchistán, señala que el fenómeno de las tormentas de arena existe desde hace siglos, pero ha sido en los años recientes, debido a los efectos del cambio climático y a una ineficiente política medioambiental, que el volumen de arena en el aire ha alcanzado niveles desorbitados.

La principal causa de este empeoramiento de la situación es la extrema sequía que viven los humedales de la región, que limitan con la frontera suroriental de Afganistán y, en concreto, el lago Hamún, el mayor pulmón hídrico de la provincia, que, desde el año 2000, registra un retroceso imparable del caudal del agua. El 40% de las 600.000 hectáreas que ocupa el lago Hamún está en territorio afgano, lo que limita todavía más la capacidad de maniobra de Irán a la hora de gestionar sus reservas hídricas. Además, el principal suministrador de agua del lago es el río Helmand, que nace en Afganistán y, en su paso por Irán, abastece de agua el lago. Kabul restringe el acceso de Irán a sus aguas fluviales, con lo que, cuando llegan los 120 días de viento, las aguas del Hamún quedan prácticamente secas y las rachas se llevan y esparcen todos los sedimentos del fondo del lago, cargando todavía más el ambiente.

El lago Hamún tuvo un papel decisivo en el desarrollo de la civilización hace más 6.000 años y su actual sequía está provocando el efecto inverso: la migración constante de sus habitantes hacia otras ciudades de Irán, donde respirar no sea una amenaza tan letal para la vida. La capital del país, Teherán, registra igualmente niveles muy altos de contaminación y es habitual el cierre de escuelas y departamentos oficiales en los días en los que apenas se vislumbra el cielo debido a la capa flotante de polución que sofoca la ciudad.

Los días de más viento, cuando la densidad de las partículas suspendidas convierte el aire en totalmente irrespirable, la visión no alcanza más allá de cinco metros. La conducción se vuelve una actividad de alto riesgo y los conductores tienen que estar muy vigilantes para no llevarse por delante un puesto de venta de melones dispuesto en el arcén. Durante esos días, las escuelas y los departamentos del Gobierno cierran y la vida en Zabol se reduce a la mínima expresión. Las mujeres envían a sus maridos a comprar en coche y, si ellas salen para hacer lo imprescindible, sus velos y camisas vuelan y se revuelven como si quisieran descubrir el cuerpo que hay debajo.

Las escasas precipitaciones, la mala gestión de las reservas hídricas o el uso de técnicas agrícolas anticuadas provocan graves sequías

Las causas de la severa sequía que afecta a Zabol las encontramos en una caída prolongada de las precipitaciones, una mala gestión de las reservas hídricas, el uso de técnicas de irrigación agrícola anticuadas e ineficientes, la llegada al lago de familias de plantas no autóctonas y la sobreexplotación de los pastos. Un cóctel explosivo de factores de fatales consecuencias: migración forzada de aves, destrucción de la vegetación propia de la región, amenaza de la vida de algunos animales −como la vaca Sistani−, salinización de las aguas, aumento de enfermedades cardiovasculares y respiratorias, del cáncer e incluso de enfermedades intestinales. Además del impacto económico y social en la población local, con niveles crónicos de desempleo, y el aumento de las drogodependencias y el contrabando.

El doctor Sadegh Asghari, profesor de Geografía de la Universidad de Zabol, subraya que el fenómeno de las tormentas de arena está generando diversos desafíos en los aspectos económicos, sociales y ambientales de la zona, y añade que «el agotamiento de la población y la disminución de la tasa de natalidad en muchas de las aldeas alrededor del lecho seco del lago Hamún muestran la condición crítica que padecen estas áreas».

La percepción que tienen los ciudadanos de Zabol es que sus problemas están muy lejos de ser una prioridad para el Gobierno de Teherán. En la provincia, no hay reservas de gas ni de petróleo; tampoco es un destino turístico, más bien todo lo contrario −las agencias de viaje desaconsejan su visita−, por lo que la atención que prestan las autoridades al territorio se reduce a viajes esporádicos en los que prometen mejoras, pero éstas se hacen esperar.

Desde el Ministerio de Medio Ambiente, indican que son necesarios unos 300 millones de dólares para hacer frente a la sequía que vive el país, el mayor desafío al que se enfrenta junto con la conquista de las libertades individuales que exige gran parte sociedad. Algunas familias que tienen la suerte de contar con parientes fuera de Zabol hacen las maletas con la llegada de las tormentas y pasan el verano lejos. Regresan cuando el viento afloja y conectan de nuevo con su tierra, y sus costumbres. Y la vida vuelve a Zabol, un año más.

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