Innovación
El futuro es vegetal
Gracias a las plantas podremos inventar nuevas tecnologías, diseñar mejores modelos de organización social, contrarrestar la contaminación y hasta inspeccionar otros planetas.
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Según los científicos, hay alrededor de 298.000 especies de plantas en el mundo. Las primeras en aparecer tenían una estructura muy simple (como los helechos) y se reproducían por esas células diminutas de hermoso nombre: esporas. Sin embargo, el interés humano ha sido un tanto displicente hacia ellas. Sabemos que las flores encienden el deseo (son los órganos reproductivos de las plantas); que las raíces actúan como tentáculos que las permiten beber y yantar; que las hojas almacenan la luz solar necesaria para el proceso de fotosíntesis, por el cual transforman sustratos inorgánicos en materia orgánica rica en energía.
Más de treinta y un mil especies tienen uso documentado: casi dieciocho mil se emplean con fines medicinales; seis mil, para la alimentación; once mil, como fibras textiles y materiales de construcción; mil trescientas, con fines sociales (incluyendo el uso religioso); mil seiscientas, como fuente de energía; cuatro mil, como comida de animales; ocho mil, con aplicaciones medioambientales; dos mil quinientas, como veneno…
Lo que quizás sorprenda a muchos es que las plantas tienen no cinco sentidos, como los humanos, sino veinte distintos; que son mejores estrategas que las huestes napoleónicas; que se comunican, que sienten algo parecido a los celos y algo próximo a la solidaridad.
Las plantas no tienen cinco sentidos, como los humanos, sino veinte
Stefano Mancuso (Cantanzaro, Italia, 1965) una de las más relevantes autoridades mundiales en el campo de la neurobiología vegetal, director del Laboratorio Internacional de Neurobiología Vegetal en la Universidad de Florencia asegura en su último libro, ‘El futuro es vegetal’ (Galaxia Gutenberg), que gracias a las plantas podremos inventar nuevas tecnologías, diseñar mejores modelos de organización social, más descentralizados y menos jerárquicos, desalinizar el agua del mar, contrarrestar la contaminación y hasta inspeccionar otros planetas. Basta aplicar las soluciones que ellas utilizan. Ethic ha querido hablar con él para conocer con detalle sus descubrimientos sobre el reino vegetal. Baste un dato para hacernos una idea de su importancia: las plantas suponen el noventa por ciento de la biomasa.
Estructuras sociales más equitativas y útiles
Lo primero que nos advierte Mancuso es que nada tienen en común plantas y animales. Los animales optaron por moverse, las plantas están quietas; los animales son rápidos, las plantas lentas; los animales consumen, las plantas producen; los animales generan C02, las plantas lo fijan…
«Pero la gran diferencia entre los animales y las plantas es la difusión y la concentración. Cualquier función en los animales está a cargo de un órgano específico, mientras que en el caso de las plantas se difunde por todo el cuerpo», explica Mancuso al tiempo que defiende que «su organización es el símbolo de la modernidad: poseen una estructura modular, colaborativa, distributiva y sin centros de mando». Las sociedades, según el neurobiólogo, deben tender a estas especificidades.
Wikipedia, por ejemplo, imita la estructura vegetal: gracias a la contribución de millones de colaboradores, se ha creado una enorme enciclopedia, sin organización jerárquica alguna y sin incentivos económicos. «De alguna manera puede decirse que se estructura es precursora de internet, porque internet funciona de modo semejante al aparato de raíces. Es una red de pequeños ordenadores que, gracias a su común funcionamiento, se convierte en algo poderoso. El centro de operaciones se distribuye por todo el aparato, no hay un órgano, como el cerebro, que controle todo, que lo centralice. Un ataque al cerebro destruiría la estructura, pero en el caso de las plantas, o de internet puedes destruir un noventa por ciento de la estructura, pero habría un diez por ciento que seguiría funcionando».
¿Agua desalinizada? ¿Cultivos flotantes?
La comunicación de la era postmoderna sustentada en la estructura de las plantas. Pero, ¿y si, además, en ellas encontráramos la solución al problema del agua? Pensemos en las especies del género Opuntia (al que pertenece, por ejemplo, la chumbera). Gracias a su sorprendente capacidad de adaptación, han aprendido a absorber agua del único lugar del que la pueden obtener: la atmósfera. Lo hacen gracias a unas finísimas espinas conocidas como ‘palas’. A nadie se le escapa que la escasez de agua dulce se está convirtiendo en un serio problema para el desarrollo sostenible del planeta. El 97 por ciento del agua de la Tierra es salada. Y del resto, hay que descontar alrededor de un uno por ciento inservible, al provenir del hielo de los polos.
Pese a que se han ensayado algunas estrategias, es improbable, hoy en día, pensar de cultivos tradicionales que crezcan en ambientes salinos. Pero hay –Mancuso nos lo recuerda- un grupo de plantas que crecen y se desarrollan en terrenos de naturaleza salina, allí donde ninguna otra especie sobreviviría. Se trata de las halófitas (del griego, ‘halo’, sal, y ‘fito’, planta).
Gracias a ellas podremos inventar nuevas tecnologías y diseñar mejores modelos de organización social
El neurobiólogo expone que «domesticando el cultivo de estas plantas, muchas de ellas comestibles, tanto por el hombre como por los animales, conseguiríamos el riego con agua salobre, y podríamos convertir en productivas para el cultivo zonas costeras o de alta salinidad. Si las halófitas pudieran cultivarse en granjas flotantes en el mar, el espacio y el agua dejarían de ser un problema, y la amenaza para la seguridad alimenticia dejaría de ser un problema».
Una vuelta de tuerca al uso del agua salada. ¿Sería posible desalinizar el agua marina? Sí. Imitando el comportamiento vegetal. Palabra de Mancuso. Por ahora, la desalinización solar es el sistema más idóneo para conseguir agua dulce. El proceso, según el experto, es de lo más sencillo: el agua se evapora por la acción del sol y más tarde regresa al estado líquido por condensación en un ambiente más fresco. De hecho, el italiano nos recuerda que esta técnica se utilizó por parte de los soldados norteamericanos durante la Segunda Guerra Mundial para consumo muy reducido e individual. Mancuso ha diseñado planos y estructuras para trabajar en esta dirección, pero, como en otros proyectos suyos, la falta de recursos económicos ha estancado la investigación.
«Estamos cada vez más cerca de producir alimentos sin necesidad de suelo fértil, sin necesidad de agua dulce, y sin más energía que la solar», sentencia. «Sólo necesitamos subvenciones que nos permitan investigar en esta línea».
¿Robots inspirados en vegetales?
La pregunta parece ridícula, pero no es trivial. «En cualquier aplicación robótica es muy interesante incorporar el concepto de planta-colonia, que implica la idea de que la colonia sobrevive a sus componentes y, por tanto, permite una longevidad aumentada», explica Mancuso, que ha trabajado en el desarrollo de plantoides, es decir, máquinas con apariencia vegetal, útiles para muy distintos fines como la exploración del suelo o del espacio.
Uno de sus proyectos fue incorporado en la iniciativa Ariadna, del Equipo de Conceptos avanzados de la Agencia Espacial Europea (ESA). ‘Bioinspiración a partir de las raíces vegetales’. Tras esta sugerente rúbrica se plantea la posibilidad de que, puesto que las plantas son los organismos pioneros por excelencia, replicando sus mecanismos de supervivencia en un plantoide se obtendría una máquina capaz de adaptarse a entornos hostiles. Imaginemos –propone Mancuso- un plantoide en Marte. «Las raíces se encargarían de explorar el subsuelo mientras que, en la superficie, un conjunto de símil-hojas se ocuparían de alimentar al robot gracias a sus células fotovoltaicas».
Mancuso: «La colonia sobrevive a sus componentes y, por tanto, permite una longevidad aumentada»
En vez de enviar costosos, lentos y aparatosos robots que exploran porciones minúsculas de terreno marciano, la idea es enviar miles de plantoides que pudieran propagarse por la atmósfera como si fueran semillas hasta cubrir una considerable extensión de suelo, que se comunicasen entre sí y con la base en la tierra para ofrecer una detallada y cuantiosa información sobre la composición de la superficie.
Lo fundamental en estos plantoides sería ‘copiar’ el aparato radical las estructuras vegetales. Se trata de una red física cuyos ápices conforman una avanzadilla en movimiento continuo, que explora el terreno y abre camino. «Una especie de cerebro colectivo o una inteligencia repartida». Estas raíces perciben gradientes muy tenues de oxígeno, agua, temperatura adecuada y todo tipo de sustancias nutritivas con precisión exacta.
De momento, el alto coste de producir estos plantoides ha paralizado el proyecto espacial, pero hoy en día los plantoides son una realidad «que puede emplearse en casos de contaminación radioactiva o química, atentados terroristas, mapeo de campos de minas…»
«Tenemos que aprender muchísimo del mundo vegetal, es tan poco lo que sabemos de él, y sin embargo nos propone tantas soluciones a problemas cruciales para el planeta, para el propio ser humano, que gran parte de los esfuerzos internacionales tendrían que centrarse en este campo». Sin embargo, apostilla el científico, «ocurra lo que ocurra, en cualquier caso las plantas nos sobrevivirán cuando nos hayamos extinguido en el planeta». Y eso a pesar de que no hay constancia de que Noé incluyera plantas en su famoso Arca.
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