Salud

«El hambre está tipificado como crimen de guerra»

Hablamos con Olivier Longué, director general de Acción Contra el Hambre, sobre la relación de la desnutrición con las guerras y el cambio climático.

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13
octubre
2017

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Después de dos décadas en las que el hambre en el mundo no ha hecho más que descender, este año ha vuelto a repuntar: afecta a 815 millones de personas, 40 millones más que hace dos años. Una tendencia positiva que acaba de quebrarse por la mano del hombre: la mayoría de los países con una crisis alimentaria sufren un conflicto bélico. Los datos que acaba de hacer públicos Acción Contra el Hambre son alarmantes: hay guerra en uno de cada cuatro países del mundo, y seis de cada 10 personas que sufren hambre vive en un país en conflicto. En el caso de la infancia, la relación es de 122 de los 155 millones de niños con desnutrición. A eso hay que añadir que este año se ha batido el récord de desplazados desde la Segunda Guerra Mundial: más de 66 millones de personas. «Se contraviene constantemente el derecho comunitario», advierte durante la conversación Olivier Longué, director general de Acción contra el Hambre, y enumera: «Se destruyen redes de agua y pozos, las cosechas, se ataca al personal humanitario, se queman tierras y se deniega el asilo mientras se provocan millones de desplazamientos forzados. Todo esto relaciona estrechamente el hambre y los conflictos».

¿Cuándo se puede considerar que un país entra en un estado de hambruna?

Se declara en dos niveles. Uno es la mortalidad por falta de alimentos, a partir de un dos por mil de la población. Otro es cuando más de un 30% de la población sufre desnutrición de forma aguda.

Pero no siempre debe ser fácil determinar esos porcentajes en el tercer mundo…

Efectivamente. Creemos que en Sudán no se ha declarado la hambruna por falta de información. El Estado no está en condiciones de informar de lo que pasa en las regiones más remotas. De modo que, aunque no haya una declaración oficial, creemos que sí urge la misma respuesta que si la hubiera. Lo mismo sucede en Somalia, porque tiene zonas a las que no hay acceso.

«De promedio, se calcula que una guerra reduce al año el 17% del PIB de un país»

Las cifras de Acción Contra el Hambre son estremecedoras. ¿Cuál es la vía para enfrentar esta situación?

Hemos calculado en 27.000 millones de dólares el presupuesto que necesitaría el conjunto de ayuda humanitaria, esto es, agencias, ONG, la ONU… para poder hacer frente a esta crisis. La mayor parte debería ir a refugiados y desplazados. El problema es cómo debemos usar ese presupuesto. Hay un parche humanitario que se hace en detrimento de un desarrollo más profundo. Es un parche que no llega a todas partes porque el acceso es complicado, de modo que hay una mala cobertura de las necesidades básicas. Hay, por tanto, una estructura del hambre que se está consolidando, y que es realmente alarmante. Porque significa más hambre y más conflictos, y viceversa, y entra en el ciclo perverso en el que están ahora más de 40 países.

Ha mencionado a los refugiados, una de las consecuencias directas de los conflictos, y los más vulnerables a la pobreza.

Algunos ya llevan toda una generación como desplazados, o viviendo en un campo de acogida, hablamos de más de 17 años… El sistema internacional está superado por la magnitud del problema y de las crisis que padecemos. Y ha cambiado la tipología del refugiado. En el caso de Siria ya no es el caso de refugiados que huyen a un país vecino para protegerse con su frontera. Aquí pasaron cinco años después del inicio del conflicto para que millones se personas se fueran muy lejos, a Europa. ¿Por qué esperaron tanto? Porque la gente pierde la esperanza. Y los desplazamientos se dan tan masivamente y en tan poco tiempo, que las instituciones públicas no están a la altura, y el sistema humanitario no tiene la capacidad para gestionar a tantos refugiados. El otro problema es el coste. Y no hablo solo del económico: acoger a refugiados tiene coste político en Europa, tal es el ejemplo de Angela Merkel, que por presión social ha tenido que limitar a 200.000 el número personas acogidas. Y eso que el derecho de acogida está contemplado en la normativa internacional, ya desde la Segunda Guerra Mundial. Pero no se desarrolla, ni se aplica.

¿Y qué pasa con el derecho a no pasar hambre?

El hambre está tipificado como crimen de guerra. Es un delito en los Convenios de Ginebra del año 49, inspirados en el horror de la Segunda Guerra Mundial. En el sitio de Leningrado, hoy San Petersburgo, estuvieron tres años sin acceso a alimentos y la gente acabó comiéndose entre sí. Las guerras, y quienes las provocan, producen hambre en muchos países. Pero es complicado identificar las acciones que han ocasionado ese hambre. Y todavía no hay conciencia suficiente para poner los mecanismos de monitoreo, identificación y persecución. Por eso, aún hoy, es un arma silenciosa.

Y volvemos a la relación directa de la guerra y la desnutrición.

La relación es que las guerras provocan el hambre, y el hambre provoca las guerras. Las guerras provocan hambre porque fuerzan al desplazamiento de millones de personas, destruyen medios de producción como el ganado, destruyen los mercados y las vías de comunicación… De promedio, se calcula que una guerra reduce al año el 17% del PIB de un país. Un conflicto de cinco años, por tanto, puede acabar con la economía de un país. Y el hambre provoca la guerra porque detectamos que la frustración y el sufrimiento social rápidamente desembocan en una crisis.

«Las grandes sequías han provocado, por ejemplo, que se duplique el precio del pan»

Hay otra crisis muy relacionada con el hambre: la climática.

Está dentro de la ecuación de hambre y guerras. Te pongo el ejemplo de Somalia. Tuvo un periodo de sequía severa a finales de los años ochenta que degeneró en un conflicto, y este a su vez en hambruna. Y ahora es un ciclo que se reproduce. En Siria hubo una terrible sequía entre 2008 y 2009, el Gobierno dejó de subvencionar el pan y el carburante, los agricultores no podían irrigar porque no tenían agua y no podían pagar el carburante para trasladarla… Esto generó pobreza y hambre. Y una frustración que fue el caldo de cultivo de la guerra civil que aún arrastra. El ejemplo de Túnez es llamativo. Un país emergente hasta hace poco, con uno de los mejores sistemas educativos de la región. Las grandes sequías han provocado, por ejemplo, que se duplique el precio del pan. Túnez da una medida de la influencia del cambio climático en los medios de producción. En Egipto más de lo mismo: sería difícil no entender la crisis que vive el país si el precio del pan no se hubiera duplicado en dos meses.

Además de las guerras, el mal uso de la agricultura y los recursos también pueden ser causa de hambre severa. Por ejemplo, el acaparamiento de tierras.

En muchos sitios, se hace mal. Normalmente, en zonas donde rigen dictaduras, o Gobiernos autoritarios. La clave está en evitar el monocultivo. En los años sesenta, la dictadura de Malaui se empeñó en producir maíz de forma masiva, cuando no era un cultivo autóctono. Requiere muchísima agua, en un país vulnerable a las sequías. Por eso fue un error basar su economía en el maíz. Sin embargo, conozco casos en los que China o Arabia Saudí han comprado tierras en otro país, y lo han acompañado de un proceso de industrialización de la agricultura, de formación de los agricultores locales… Depende de cada caso. Pero no siempre el acaparamiento es negativo para un país. En cualquier caso, nosotros trabajamos mucho en la diversificación, por ejemplo en América Central, en Nicaragua y Guatemala, grandes productores de café. En Europa, solo el 40% de los agricultores vive al 100% del campo, porque lo combinan con otros trabajos u ocupaciones. Queremos que en esos países lleguen a esta situación. Que no dependan solo de lo que da el campo porque, y más con el cambio climático, no es un valor estable.

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