Opinión

Carta a mi hija Bruna

«La premisa de estas líneas, pequeña Bruna, es que siempre enciendas las alarmas cuando alguien te quiera soltar una arenga moralizante», escribe Pablo Blázquez, editor de Ethic.

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01
agosto
2017

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Esta mañana me has llamado muy pronto, tras haber estrellado contra el suelo, implacable, a toda la corte de conejos y osos de peluche que cada noche te acompañan en tu cuna. Yo estaba en la buhardilla, envuelto en los quehaceres editoriales y bebiendo el primer café de la mañana. Tu voz se ha deslizado sobre la penumbra. Un resplandor ha iluminado la casa.

Dentro de poco cumplirás dos años, así que aún falta tiempo para que puedas leer esta carta. La premisa de estas líneas, pequeña Bruna, es que siempre enciendas las alarmas cuando alguien te quiera soltar una arenga moralizante. Por lo general, quienes tienen este empeño viven tan concentrados en mortificar a los otros que se olvidan de ejercer una sana autocrítica. Ser autoexigente, reflexivo e intentar siempre hacer lo correcto es más que suficiente: que les den a todos esos que van por el mundo repartiendo carnés de ética. Para ellos, ese árido y aburrido paisaje en el que abundan los cardos y reinan las simplezas. Mantente también a salvo de la imbecilidad de la corrección política: avanza a velocidad exponencial y no sé a qué nivel grotesco habremos llegado cuando seas una adolescente (o adolescenta). La educación se basa en el sentido común y en el respeto hacia los otros: no permitas que ningún mojigato, con sotana o sin ella (últimamente creo que son más los que no la llevan), te dicte las reglas.

Pensarás que estoy un poco loco, pero en estos días del año 2017 se habla mucho —también en las revistas— sobre los robots y cómo van a transformar nuestras vidas. Es un debate complejo, interesantísimo y muy potente en el que, probablemente, realidad y ficción se sigan confundiendo con demasiada frecuencia. En Ethic, para aclararnos, nos hemos reunido recientemente con filósofos, expertos en robótica y doctores en bioética. Las conclusiones están en las páginas de esta revista, pero lo que yo te quiero decir es más personal: no te preocupes en absoluto, porque nada podrá sustituir jamás la belleza y el talento de las personas.

Aunque sabes —o sabrás, cuando me vayas conociendo— que me fío poco de quienes con un renglón dividen el mundo en buenos y malos, también quería hablarte de un capullo integral a quien por desgracia conocerás de sobra cuando leas esta carta. Se llama Donald Trump, tiene maneras de hortera y de fascista y su última barrabasada ha sido sacar a Estados Unidos de la alianza internacional que se firmó en París para defender la salud del planeta de nuestros propios y gravísimos excesos. Que la ideología y el sectarismo anticientífico se alineen para arruinar la salud del planeta que nos cobija denota una burricie dogmática ininteligible. Y que un tipo como Trump sea el presidente de Estados Unidos y controle, por tanto, la sala de mandos más potente del planeta, resulta perturbador.

Como ves, pequeña Bruna, el mundo no es Disneylandia, aunque algunos se empeñen en regalaros barbies. Pero tampoco es un valle de lágrimas al que hayamos venido a flagelarnos. Y, donde hay un Donald Trump sembrando el odio, también existe un Emmanuel Macron, capaz de unir y movilizar a la sociedad civil de Francia para derrotar a los viejos y anquilosados partidos y a los xenófobos del Frente Nacional con su movimiento En Marche!, una propuesta centrista que mezcla, con sentido común y sin complejos, los elementos más atractivos del liberalismo y de la socialdemocracia. En fin, pequeña Bruna, que siempre nos quedará París, aunque por allí campe también una tal Marine Le Pen.

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