Derechos Humanos

Ni un paso atrás

La baja autoestima, las cargas familiares, la dependencia económica o el miedo a no ser creídas son los grilletes más efectivos para impedir que la mujer maltratada se aleje del verdugo.

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25
julio
2017

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La baja o nula autoestima, las cargas familiares, la vergüenza, la dependencia económica o el miedo a no ser creídas son los grilletes más efectivos para impedir que las mujeres maltratadas se alejen de sus verdugos. Todas ellas buscan reconstruir su historia, recomenzar su vida. Y, para ello, el trabajo se convierte en un salvoconducto necesario.

«Aunque ahora soy una mujer fuerte, una mujer segura de mí, mi historia ha sido una historia de sufrimiento, de mentiras y de muchísimas lágrimas. Me enamoré muy joven del que se convirtió en mi marido, en el padre de mis hijos… y en mi peor pesadilla. Al principio, todo era perfecto, él se desvivía por hacerme feliz, era muy atento, cuidaba de mí, yo era su princesa… pero pronto todo aquello cambió. Empezó a prohibirme hacer aquellas cosas normales que hace cualquier mujer (salir de compras, maquillarse…) y, lo peor de todo, me aisló de mi familia. Me tenía dominada, pero yo no sabía verlo. Cuando me quedé embarazada, todo empeoró, y fueron los peores años de mi vida, años de palizas, de desprecios, de insultos, de miedo constante cada vez que oía abrirse la puerta… de sufrir por mis hijos, que lo veían todo. También años de dependencia absoluta, porque le perdonaba una y otra vez, aunque él se empeñaba en quitarme cuanto tenía, mi dinero, mi integridad, mi autoestima… Para él, yo no valía nada, ni como mujer ni como persona. Y llegué a creérmelo».

A Virginia, como a muchas otras, los malos tratos le anularon su dignidad. Según datos de la Delegación de Gobierno, una de cada cuatro mujeres mayores de 16 años ha sufrido violencia de género en nuestro país. El ratio es aterrador. Virginia es una de ellas. Pero un día reunió el coraje suficiente para quebrar esa cotidiana intimidación a la que estaba sometida. «En la última paliza, me desvió el tabique nasal, tuve la cara morada durante quince días. Me amenazó: “Si no eres mía, no serás de nadie. Virginia, tu fin es el cementerio”. Entonces, temí por mi vida como nunca antes y, sobre todo, por la de mis hijos. Denuncié y me fui a casa de mi hermano, con un hijo en cada mano. Estaba asustada y tenía mucho miedo, porque no tenía nada, no tenía casa, ni dinero ni trabajo… Casi ni ganas de seguir adelante. El mayor temor era perder la custodia de mis hijos, así que me aferré al camino de la lucha, dejando de lamentarme y de preguntarme por qué a mí».

La baja o nula autoestima, las cargas familiares, la vergüenza, la dependencia económica o el miedo a no ser creídas son los grilletes más efectivos para impedir que la mujer maltratada se aleje del verdugo. Por fortuna, hay cientos de instituciones, públicas y privadas, que acogen a estas mujeres y reparan ese daño emocional y físico soportado, que ayudan a recomponer la confianza en sí mismas, y otras muchas entidades que toman el relevo en esa asistencia y las acompañan en la búsqueda de empleo.

«El trabajo es vital para favorecer la integración social de las mujeres que han sufrido violencia de género, siendo una herramienta que les permite dotarse de autoestima, autonomía e independencia. Estas mujeres, además, han vivido en soledad y aislamiento, por lo que el trabajo logra un segundo beneficio: la ampliación de su red social, que redunda en su integración», explica Belén López Peso, directora de Conocimiento del Área de Igualdad y Género de Intress, Instituto de Trabajo Social y Servicios Sociales, una entidad sin ánimo de lucro para personas en riesgo de exclusión social.

La Fundación Integra es una de las dos organizaciones que trabajan con el Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad, para dar servicio a la Red de Empresas por una Sociedad Libre de Violencia de Género, de la que forman parte alrededor de un centenar de compañías. Desde sus inicios, en 2001, ha ayudado a cerca de 3.000 mujeres, facilitándoles un puesto de trabajo. Virginia fue una de ellas, primero en Eulen, después en Carrefour. «Trabajamos con muchas entidades que se ocupan de la parte previa a la búsqueda de empleo, que prestan a estas mujeres ayuda psicológica, jurídica, etc., y, cuando su ánimo está preparado, nosotros entramos en acción. Lo primero es conocer la situación de cada mujer, porque cada caso es distinto y tiene sus particularidades (si tiene hijos a su cargo, si vive de alquiler, si tiene otro tipos de recursos, etc.), detallamos su formación, aquellos cometidos para los que se encuentra apta, y después buscamos un puesto de trabajo adecuado para ellas. A partir de aquí, siguen un proceso de selección normal. Si las cogen, es por sus actitudes, por sus capacidades, no por su condición de víctimas, sino porque se lo merecen», nos explica Lola Santos, responsable del Área de Violencia contra la Mujer de la Fundación Integra.

Si consiguen el puesto, se realiza un seguimiento exhaustivo, solicitando incluso a la empresa una valoración del desempeño de sus funciones. «En un 95% de los casos, es siempre positivo o muy positivo y, si no lo es, se debe a causas que no tienen que ver con el colectivo de mujeres maltratadas, sino con cuestiones achacables a cualquier persona (absentismo, bajo rendimiento, falta de puntualidad, etc.)», continúa Santos.

«Conseguir un trabajo fue para mí como nacer de nuevo. Yo pensaba que no servía para nada, que mi destino estaba siempre unido a mi agresor. Tenía el miedo metido en el cuerpo, creía que no era capaz de sacar adelante a mi hija… No podía ni imaginarme trabajando en cualquier cosa, era como si hubiera asumido que era inútil para todo, a pesar de haber terminado mi carrera de Derecho. Jamás pensé que tener un trabajo, más allá de permitirme la independencia económica, me curaría de mi baja autoestima y me daría tanta confianza en mí misma», nos comparte Alicia, una joven de 37 años que lleva cuatro como dependienta de unos grandes almacenes.

mujeres maltratadas

El maltratador se encarga de dinamitar la confianza de su víctima. «El dominio y el control del hombre comienza por inculcar un sentimiento de inferioridad productiva, intelectual y de nulidad social en la mujer. Las posibilidades de acceder al mundo laboral son controladas o negadas por parte de sus agresores, que quieren mantener el control de la economía. Esta forma de control económico impide que las mujeres puedan ver una alternativa de vida diferente», apostilla Santos.

La observación de Alicia es trascendental. Es imposible realizarse sin la independencia económica que procura un empleo, pero el empleo, para las mujeres maltratadas, supone mucho más que una contraprestación económica: sin ánimo de frivolizar, es algo similar al bálsamo de Fierabrás, aquella poción quijotesca que sanaba el alma y el cuerpo de aquel que se la untaba. «La inclusión laboral es uno de los pasos fundamentales para evitar la exclusión y la marginación social, así como un instrumento para ejercer los derechos y obligaciones de la ciudadanía, con significación social y personal», apuntan los responsables de ApoyARTE, Espacio entre Mujeres, el área de la Fundación Atenea que, en la actualidad, ayuda a alrededor de 100 mujeres víctimas de violencia a buscar empleo.

Un trabajo, sí, pero decente. «Ayudamos a estas mujeres a que opten a un trabajo que verdaderamente apoye los procesos de integración, que no contribuya a aumentar la precariedad que consiente el mercado actual mediante contratos de corta duración, un horario excesivo y salarios bajos. Los empleos que necesitan las mujeres que han sido víctimas de violencia exigen una remuneración mínima que les permita cubrir las necesidades vitales básicas (casa, comida, ropa, colegio, transporte), unos horarios que faciliten la conciliación y unas condiciones estables y duraderas», concluye el equipo de la Fundación Atenea.

«Cuando consigues salir de la situación de maltrato, pasas por muchas fases, algunas muy duras. Pero que te den la oportunidad de trabajar es fundamental. Alguien que no te conoce de nada confía en ti. El trabajo te da seguridad personal, te hace tener confianza en tus capacidades, te ayuda a recuperar la autoestima, la seguridad, a comprobar, poco a poco, que todo lo importante depende solo de ti. Y que eres capaz de afrontarlo. Después de un tiempo trabajando, mi vida empezó a funcionar con normalidad. Eso es lo único que quiero, una vida normal, sentirme persona, que mi pasado no marque lo que soy hoy», apunta Virginia.

Un trabajo. Así, en abstracto, porque no existe un prototipo de mujer maltratada y, por tanto, no hay un empleo concreto que encaje con el colectivo. Aunque algunas entidades trabajen con mujeres que responden a un canon más o menos cerrado, como el caso de la Fundación Atenea, que atiende a una mujer inmigrante o nacional en edad laboral, con menores a su cargo, la gran mayoría de familias monoparentales o reconstituidas, con bajo nivel formativo, con escasa o nula red de apoyo familiar y social, en situaciones de salud y vivienda precaria y con presencia de la violencia a lo largo de su vida, por lo general no hay un patrón único.

Así como cada caso de maltrato es un microcosmos con su propia idiosincrasia, en líneas generales no puede hablarse, pese a lo que los prejuicios aseguran, de prototipo de mujer maltratada. «No existe un perfil de mujer maltratada; hay que tener esto claro», afirma rotunda Carmen Benito, presidenta de la Asociación de Mujeres Unidas contra el Maltrato. Las hay analfabetas y licenciadas, con el graduado escolar y doctoradas, patrias y extranjeras, de clase social baja y con enorme poder adquisitivo, muy jóvenes y adultas… y, entre ambos polos, de cada una de las categorías. La gama de matices es inmensa.

Todas ellas buscan reconstruir su historia, recomenzar su vida. Y, para ello, el trabajo es un salvoconducto necesario. «Tienen todas las fortalezas a su favor para desempeñar un empleo adecuado a sus aptitudes. Lo han pasado realmente mal, pero ha podido en ellas su capacidad de remontar, su resiliencia, su fortaleza, y son muy conscientes de que un empleo es su gran oportunidad; por eso no defraudarán», argumenta Santos. «La familia es un refugio. Las asociaciones que nos prestan ayuda, también. Pero, para que cada una de nosotras sea capaz de salir adelante, tener trabajo es imprescindible. Nuestra rehabilitación total, si se puede hablar de eso, pasa por tener empleo», asegura Alicia.

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