Innovación

La revolución de las ciudades digitales

Para ser una ciudad inteligente hace falta algo más que desplegar sensores. Ser smart no es un fin en sí mismo, sino un medio para mejorar los servicios públicos y la calidad de vida de los ciudadanos.

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22
febrero
2016

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El siglo XXI es el siglo de las ciudades. Con más de la mitad de la población mundial viviendo en ellas, se han afianzado como centros de influencia económica y social. En paralelo, el estallido de la revolución digital está creando una sociedad hiperconectada y colaborativa que transforma de forma decisiva las relaciones entre los ciudadanos. En la confluencia de ambas tendencias globales aparecen las smart cities o ciudades inteligentes.

Es la principal conclusión del estudio Smart Cities, la transformación digital de ciudades que IE Bussiness School, Telefónica y PWC presentaron el pasado mes de noviembre, y el cual he tenido el placer de dirigir. En este white paper confluyen opiniones de ciudadanos y expertos con recomendaciones para adaptar de manera eficiente la revolución digital al ámbito urbano.

Hoy en día es difícil encontrar una ciudad española que no esté abordando iniciativas smart. Santander, Barcelona, Málaga, Rivas Vaciamadrid, Valencia o Madrid han desarrollado experiencias pioneras de transformación urbana que pueden considerarse exitosas y que son reconocidas como referentes a nivel global. Sin embargo, los proyectos de smart city necesitan ir más allá de las experiencias actuales y convertirse en realidades con impacto en la gestión municipal y la vida del ciudadano.

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¿Qué es una smart city? No hay un consenso amplio sobre los elementos mínimos que han de estar presentes en una ciudad para ser considerada inteligente. Sin embargo, de entre todas las definiciones emergen cuatro elementos comunes:

Una visión holística o global. La ciudad inteligente no se limita a una aplicación sectorial de su inteligencia sino que ésta se encuentra presente en todos los ámbitos de la ciudad y se refleja en su propia gestión, que unifica y coordina transversalmente ámbitos y actores urbanos.

Un medio para conseguir unos objetivos. Ser smart no es un fin en sí mismo, sino un medio para llegar a conseguir lo que todas las ciudades ambicionan: mejorar los servicios públicos y la calidad de vida de los ciudadanos; hacer que el sector productivo local sea más competitivo e innovador y generar un espacio de convivencia sostenible medioambientalmente. En definitiva, que sea atractiva para captar inversores, talento y visitantes.

La tecnología como factor disruptivo. La revolución digital permite ampliar y enriquecer la información de ciudadanos y organizaciones; posibilita sinergias e interoperabilidad dentro de la propia ciudad y con otros servicios y sistemas supramunicipales (transporte, energía, salud, etc.) e impulsa la innovación con actividades como open data (datos abiertos), living labs (laboratorios vivos) y tech hubs (nodos tecnológicos). No obstante, aunque la digitalización es un componente esencial del proceso, una ciudad inteligente no puede crearse únicamente desplegando sensores, redes y análisis de datos para mejorar la eficacia de sus servicios.

Un nuevo modelo de relaciones. La ciudad inteligente cambia el modelo de relaciones existentes. Desde el punto de vista económico, da paso a la economía colaborativa; en términos sociales, permite nuevas formas de participación ciudadana, y en el ámbito municipal facilita la adopción de políticas urbanas más ágiles y transparentes. Este nuevo modelo de relaciones abre la puerta a una comunicación más fluida entre todos los actores (ciudadanos, empresas, instituciones, visitantes, inversores,…) y, a su vez, profundiza en su integración con otras ciudades y con otras escalas territoriales.

Daniela Avila

La hoja de ruta hacia la smart city

Los expertos coinciden en identificar seis áreas de trabajo comunes para pasar de la estrategia a la ejecución:

  1. Ejercer un liderazgo claro y disponer de una organización con capacidad de ejecución y visión transversal. El alcalde debe asumir el pleno liderazgo del proceso. Él es quien tiene capacidad de marcar la agenda y asignar los recursos, y es también el responsable de impulsar una organización transversal que implemente y facilite las sinergias entre los servicios.
  1. Tener una visión compartida de ciudad y un plan de acción a largo plazo. La ciudad es un ecosistema complejo, en el que intervienen múltiples agentes, y no se puede transformar en un único mandato municipal. Es preciso manejar horizontes temporales más amplios que obligan a buscar consensos y permiten afrontar retos difícilmente salvables en el corto plazo. La participación y la colaboración del ciudadano es imprescindible.
  1. Avanzar en un nuevo modelo de relación entre la Administración y las empresas. El nuevo modelo debe apoyarse en un marco legal evolucionado que facilite la integración de servicios, el desarrollo de esquemas de relación a largo plazo y la incorporación del pago según nivel de servicio en función del cumplimiento de indicadores, en lugar de una cantidad fija en función de los recursos dedicados.
  1. Incorporar una solución tecnológica abierta. La opción elegida ha de ser estándar, horizontal, interoperable y escalable. El objetivo es integrar el conjunto de sistemas sectoriales en una plataforma de gestión de la ciudad que provea inteligencia y movilice a ciudadanos y empresas.
  1. Impulsar los modelos de financiación con participación privada. La colaboración de la empresa privada permite un avance más rápido en la transformación de los servicios y aporta capacidades y conocimientos específicos que los Ayuntamientos no poseen.
  1. Desarrollar modelos de negocio sostenibles y con retorno para todos los agentes involucrados. La captura de los beneficios de una smart city requiere que los diferentes servicios que la conforman se mantengan en el tiempo. Las plataformas de smart city generan información valiosa que permite evolucionar los modelos de negocio más tradicionales en una doble dirección. Por un lado, la mejora de la gestión de la ciudad, avanzando hacia servicios gestionados en base al uso o a indicadores de calidad o ahorro que permiten una mayor eficiencia y la recuperación de las inversiones. Por otro, la puesta a disposición de terceros de la información (open data), abriendo nuevos modelos más basados en la economía participativa y el emprendimiento. Es la economía de los datos (economy of data).

En definitiva, cada ciudad debe definir su propia visión y ritmo de transformación hacia una gestión inteligente. Sin embargo, para lograr un avance efectivo es imprescindible, además del liderazgo de los propios Ayuntamientos, la implicación del resto de niveles de la Administración, de las empresas, de las universidades y, por supuesto, de los ciudadanos.

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