Cambio Climático

Desaparecer del mapa

Los efectos del calentamiento global no son un futurible. El océano devora terreno mientras centenares de miles de personas son testigos de cómo sus tierras se sumergen bajo las aguas. Kiribati, una isla del Océano Pacífico, es uno de los casos más acuciantes: si no se toman medidas, el país puede volverse inhabitable en 2050 y acabar por desaparecer.

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Fenton Lutunatabua
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05
septiembre
2015
© Fenton Lutunatabua

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Fenton Lutunatabua

En 1995 se estrenó la película Waterworld, en la que un intrépido Kevin Costner se las arregla para llegar a Tierra Seca, el único lugar del planeta que no había quedado anegado por el agua. Aunque el escenario catastrofista que dibuja el film no encuentra sustento científico alguno (los polos no contienen, ni de lejos, tanta agua como para cubrir la totalidad de la superficie terrestre), sí nos saca del letargo ante lo que se avecina: si no reducimos las emisiones de CO2 a la atmósfera, dentro de 5.000 años la temperatura media de la Tierra habrá aumentado unos 14ºC y todo el hielo de los casquetes polares y los glaciares se habrá fundido por completo, con un consecuente ascenso del nivel de mar de 66 metros.

El calentamiento global sale, además, infinitamente más caro que el estrepitoso fracaso recaudatorio de Waterworld. De ser ciertas las previsiones de la comunidad científica, se perderían 13 millones de kilómetros cuadrados de territorio costero, residencia de más de dos mil millones de personas. En Europa se verían afectadas ciudades como Londres, Venecia, Barcelona, Lisboa o Roma, mientras que países como Holanda y Dinamarca quedarían prácticamente inundados. Al otro lado del Atlántico, la península de Florida desaparecería del mapa. Tampoco se librarían Nueva York, Washington, San Diego, San Francisco y Los Ángeles. El deshielo destruiría Buenos Aires, Río de Janeiro, Montevideo o Lima, mientras que en Asia lo haría con Pekín, Shanghái, Tokio, Seúl, Hong Kong, Manila o Singapur. África sería el continente que mejor resistiría a la subida del nivel del mar, pero los efectos perversos del cambio climático llegarían al norte hasta Túnez y El Cairo, así como a la costa oeste arrasando con ciudades como Dakar.

No. Nosotros no lo veremos. Pero no se necesitan 5.000 años para presenciar las consecuencias. Los hijos de las 105.000 personas que hoy habitan el archipiélago de Kiribati, ubicado en la zona central oeste del Océano Pacífico, saben que serán los primeros en el mundo en ver cómo su país se sumerge bajo sus pies. Kiribati podría volverse completamente inhabitable en 2050 y acabaría por desaparecer, según asegura el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés). En marzo de 2012 ya se planteó al parlamento la compra de terrenos a Fiji para trasladar a parte de la población debido a la mayor frecuencia de huracanes y lluvias torrenciales y al aumento del nivel del mar. En consecuencia, Kiribati se ha convertido en uno de los lugares más densamente poblados del planeta, con 127 habitantes por kilómetro cuadrado. Solo en la isla de South Tarawa (15.76 kilómetros cuadrados) se concentran alrededor de 50.000 personas, una densidad equivalente al área metropolitana de Tokio.

«Si no se hace nada para frenar el calentamiento global, Kiribati se hundirá en el océano. Para 2030 empezaremos a desaparecer. Nuestra existencia terminará en etapas. Primero, las capas de agua dulce serán destruidas. Los árboles del pan, el taro… el agua salada los matará», afirmó en 2013 su presidente, Anote Tong, en declaraciones al semanario Businessweek. En su opinión, los países con altos niveles de emisión de gases de efecto invernadero son los primeros responsables de la actual situación de su país. «Yo entiendo las realidades de este mundo. Las personas se preocupan por lo que les afecta; no se preocupan por las cosas que no sienten. Pero mi ira no va a hacer que Estados Unidos y China dejen de quemar carbón», lamentaba.

Y es que Estados Unidos y China, junto a Rusia, Brasil, India, Alemania y Reino Unido son los culpables del 60% de los efectos del cambio climático. «La historia juzgará a los mayores emisores de carbono del mundo en forma extremadamente severa a menos que tomen pasos inmediatos e inclusivos para reducir emisiones. En términos morales, simplemente no es aceptable permitir que las pequeñas islas-nación en desarrollo se hundan lentamente bajo las olas por la egoísta determinación de las naciones industrializadas de proteger sus propias economías», manifestaba el primer ministro de Fiji, Josaia Bainimarama, durante un discurso ante la Asamblea General de las Naciones Unidas en septiembre de 2014, declarado año internacional de los Pequeños Estados Insulares en Desarrollo (PEID).

COVID19 y sostenibilidad ambiental

Los PEID forman un grupo heterogéneo de 39 estados de África, América y Asia. El territorio de muchos de ellos, como es el caso de las Bahamas, Kiribati, las Maldivas o las Islas Marshall, no supera los dos o tres metros de altitud sobre el nivel del mar. Para el año 2080 sus habitantes estarán expuestos a un riesgo 80 veces mayor de lo que habría sido sin un proceso salvaje de industrialización. «Ningún país o pueblo ha encarado antes el riesgo de una inundación total por el crecimiento de los mares a causa del calentamiento global. Y sin embargo, eso es lo que debemos enfrentar, la pérdida completa de idiomas, culturas, historias y todo el progreso que lograron a tan alto costo aquellos que llegaron antes que nosotros», expresaba el presidente de la República de Nauru, Baron Waqa, en la ONU.

Refugiados climáticos

Si sumamos las poblaciones de las Bahamas, Kiribati, las Maldivas y las Islas Marshall, el número de personas no supera las 900.000, un porcentaje ínfimo del total de personas que podrían ser desplazadas para 2050 por causas medioambientales: 200 millones, según calcula el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), especialmente de países empobrecidos. Porque el resultado de que el mar siga tragando tierra también se encarna en sequías, inundaciones por riadas, cosechas menos abundantes, una mayor demanda energética, más incendios forestales y olas de excesivo calor.

Los 2.600 habitantes de las Islas Carteret (Papúa Nueva Guinea) son los primeros oficialmente declarados «refugiados por causas derivadas del cambio climático». Hace más de 20 años, los propios ciudadanos decidieron construir diques de contención con residuos y conchas de moluscos para frenar el avance de las olas. En 2007 fueron testigos de cómo una de las islas se dividía en dos. Desde entonces, centenares de isleños han escapado a zonas menos afectadas como la isla de Bouganville. Además, los casos de malaria se han multiplicado y los cultivos de taro, coco y banana mueren a causa de unas tormentas cada vez más violentas. Seline Netoi vive en Huene, una de las islas más pequeñas del archipiélago, junto a su marido y su hijo. «Vivimos de leche de coco y pescado. Comemos una vez al día. Cuando hay marejadas y no podemos pescar o el viento es demasiado fuerte para subir a los árboles, no tenemos nada que comer», cuenta en declaraciones a Cáritas.

«Groenlandia y la Antártida pierden 500 kilómetros cúbicos de hielo cada año por culpa del calentamiento global», «La temperatura de la Tierra ha subido 0,8ºC desde finales del siglo XIX», «El mes de julio ha sido el más caluroso de cuantos hay registrados»… Los titulares se agolpan. Pero para los 26 millones de personas que ya han sido desplazadas por causas medioambientales el cambio climático ha dejado de ser un concepto abstracto.

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