Opinión

La economía de la felicidad

Una rama de la economía ha desarrollado técnicas para evaluar el bienestar social asociado a diferentes asignaciones de recursos. ¿Se puede medir la felicidad?

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06
mayo
2015

Fui uno de esos estudiantes de empresariales conversos, que gustaba más de aplicar a asignaturas de “economía” que a asignaturas de “gestión”. Éstas me parecían sumamente más aburridas que aquéllas, por lo que mostré mucho más interés en clases como Política Económica, Economía Española y Mundial, Sistemas Financieros o Econometría que a Contabilidad. Fue en esas clases donde aprendí que el objetivo principal (y último) de la economía consiste en hacer un uso eficiente de los recursos -que suelen ser escasos-, de los que disponemos para satisfacer nuestras necesidades. A pesar de que la teoría económica acostumbra a caracterizar la satisfacción de estas necesidades mediante funciones de utilidad, se le podría asignar valores de “felicidad” a las elecciones que hacen los agentes económicos con su dinero disponible. Pero sólo estaríamos hablando de prioridades.

Sin embargo, la rama de la economía del bienestar ha desarrollado técnicas para evaluar el bienestar social asociado con diferentes asignaciones de recursos, lo cual requiere supuestos que permitan comparaciones interpersonales de utilidad o felicidad. Con todas sus limitaciones, estas técnicas abren la apasionante posibilidad de obtener índices de bienestar en diferentes territorios y diferentes puntos del tiempo.

Dos investigadores de la Universidad de Stanford desarrollaron un estudio que correlacionaban un índice de bienestar con el PIB per cápita. Para una muestra de 134 países en el año 2000, la correlación entre ambas variables es del 95%. Pero el bienestar no es similar a la felicidad. En uno hablamos de prioridades escaladas, en otro de situaciones y aprecio. Y es que la felicidad aumenta el número de variables puesto, ¿de qué depende la felicidad? Uno podría argumentar que la calidad de vida en España es más elevada de lo que sugiere el índice de Jones y Klenow, porque su medida no tiene en cuenta el clima especialmente placentero de la península ibérica, la alegría momentánea por un evento determinado (sí, estoy hablando del Mundial de Sudáfrica) o su alta calidad medioambiental. Tampoco se hizo un estudio de felicidad tras el gol de Iniesta en el mes de julio de 2010. No me quiero imaginar el día que los Luxemburgueses ganen un Mundial de fútbol (o mejor, se clasifiquen para uno), para consolidarse en la primera posición. Sin embargo, y en defensa de los autores, la ciencia económica aún no ha ofrecido herramientas que permitan cuantificar estos otros factores. A medida que estas herramientas se vayan desarrollando, la medición del bienestar se irá perfeccionando. Pero hay más.

La felicidad es un concepto complejo que ha sido abordado desde muchas perspectivas, tales como la filosófica y la artística. En palabras simples, la felicidad es definida como el grado con que una persona aprecia la totalidad de su vida presente. Esta definición tiene implicaciones importantes para la medición de la felicidad. Si reconocemos que se trata de un fenómeno interior a cada persona, entonces parece más adecuado medirla con auto-reportes que con evaluaciones de expertos. Y si la felicidad tiene grados, entonces las mediciones deberían reconocer distintos niveles y no clasificar a las personas simplemente como felices o infelices. La medición de la felicidad también debería anclarse en el presente, remitir a la vida en general e incorporar tanto pensamientos como sentimientos. No sabemos si seremos felices en el futuro, pero puede que consideremos que actualmente somos más felices que antes, lo que distorsiona la medición.

Pero entonces, ¿cómo medir esa variable cualitativa que es la felicidad? Debemos aceptar que la felicidad es distinta en cada uno de nosotros. Y que además, también es distinta en diferentes momentos del tiempo. Es más, puede ser también diferente a lo largo del día. Y más aún, la felicidad también depende de las expectativas de cada uno, de tal manera que se llega a decir que el que tiene expectativas menos elevadas suele ser más feliz. ¿Estaríamos de acuerdo en que los factores que definen la felicidad podrían incluir la salud, el trabajo, la familia, el ocio, la climatología, el humor, el amor, la amistad, el reconocimiento, el patrimonio personal o el hecho de no tener batería en el móvil?

En la Universidad de Leipzig hicieron un estudio, recogido por Europa Press, en la que se estableció que tribus africanas aisladas habían experimentado un aumento de su felicidad escuchando por vez primera a Beethoven. Pero entonces, la enorme diversidad que esconde la felicidad, ¿se puede medir? Si yo le pregunto a usted, querido lector, si en general es muy feliz, ¿me basta? Puede usted decirme que sí, que no, o que a veces. No soy yo quien para rebatirle que usted no sea feliz, por lo que tendría que creérmelo.

¿Y está usted satisfecho con su vida? ¿Está particularmente interesado en algo? Puede que con la suma y análisis de todas sus respuestas a este tipo de preguntas, sí que podamos medir su felicidad actual. Se ha demostrado, por ejemplo, que quienes declaran una alta felicidad tienen una mayor actividad cerebral en la zona de los pensamientos y las emociones placenteras (corteza prefrontal izquierda), y sus amigos suelen confirmar su satisfacción vital de forma complementaria e independiente. También se ha demostrado que quienes declaran una alta felicidad demuestran con mayor regularidad actitudes positivas como sonreír frecuentemente o manifestar verbalmente una satisfacción, y tienen una mejor respuesta a las enfermedades.

Artículo originalmente publicado en The Social Science Post.

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