Cambio Climático

El papel de los bosques ante la escasez de recursos

Cada año se destruyen unos 14 millones de hectáreas de bosques. Israel es el único país del mundo que ha aumentado su masa forestal en los últimos 100 años.

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01
abril
2015

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La humanidad se enfrenta a grandes retos: el cambio climático, el hambre o la escasez tanto de tierras fértiles no contaminadas como de fuentes de energía accesible y renovable. Son retos inaplazables que exigen ser afrontados tecnológica y políticamente. A nivel tecnológico, la gestión sostenible y eficiente de los bosques y la transferencia de ciencia y tecnología a la producción forestal pueden resolver gran parte de estos desafíos.

La madera es una materia prima natural, renovable, reciclable, sus residuos son buenos fertilizantes y su transporte no comporta riesgos medioambientales. Tras el petróleo, es la materia prima más importada del mundo y sus reservas, bien gestionadas, son ilimitadas. No en vano la madera es el polímero más abundante del planeta. Sin embargo, la deforestación irracional ha reducido dramáticamente la superficie forestal del planeta: la transformación de los bosques en terrenos para la industria ganadera y los cultivos orientados a biocombustibles destruye cada año unos 14 millones de hectáreas.

Israel es el único país del mundo que ha aumentado su masa forestal en los últimos 100 años. En este país el 70% de las áreas verdes han sido creadas por el hombre plantando más de 240 millones de árboles desde su creación en 1948. Israel ha demostrado así que la deforestación no es un proceso irreversible y que es posible desarrollar una política activa de forestación que frene el proceso de desertificación y ponga esos suelos a producir agrícolamente.

Los nuevos derivados de la madera

Si tradicionalmente la madera se transformaba en papel o tableros, hoy se puede transformar en subproductos de alto valor añadido que amenazan la hegemonía de los derivados del petróleo, como el plástico, los aceites para motores o la propia gasolina, y anuncian un gran cambio disruptivo. Destacaría dos grandes líneas de investigación sobre estos subproductos de la madera.

Por un lado tendríamos la madera líquida elaborada a partir de la lignina de árboles. La lignina es, junto con la celulosa y la hemicelulosa, uno de los tres principales componentes de la madera; mezclada con aditivos como puede ser la parafina se trasforma en bio-plástico que, sometido a determinada presión y temperatura, puede ser fundido y moldeado para darle cualquier forma. Sus aplicaciones, 100% reciclables, son múltiples e incluyen la industria de la automoción, la juguetera o la de consumibles para impresoras 3D.  

Por otro lado, recientes investigaciones aventuran un salto cualitativo de la mano de la nanocelulosa cristalina, que se extrae básicamente de la pulpa de celulosa de la madera. La fibra de nanocelusosa, de entre 3 y 5 nanómetros (un cabello mide 100.000 nm) es extremadamente ligera, más resistente que el acero, absorbente y altamente conductora. Las aplicaciones de este super-material son infinitas. Desde su uso para carrocerías reciclables de coches que los harían más resistentes y ligeros, con el ahorro energético que eso supone, hasta sus aplicaciones para la tecnología sanitaria, electrónica, solar o de remediación de la contaminación marina.

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La ecuación FFF

Paralelamente a la I+D+i en subproductos de la madera, asistimos a otro gran salto en el desarrollo de nuevos  procesos de aprovechamiento y valorización de la madera en grandes LCF-Biorefinerias (Lignocellulosic feedstock). Estos procesos integrados vendrían a afrontar la ecuación FFF (Feed, Food and Fuel) que, bien resuelta, contribuirá a satisfacer nuestras necesidades de alimentación animal, humana y de energía.

Al igual que una planta petroquímica, las LCF-Biorefinerias separan la biomasa en todas sus fracciones utilizables para producir un amplio abanico de subproductos. Así, de una misma fuente de biomasa se obtienen simultáneamente biocombustibles, sustancias químicas y alimentos, aprovechando todo el potencial de la celulosa.

Pensemos en África. Solo en este continente el 65% de las tierras cultivables están demasiado degradadas para producir alimentos. Pero ahí donde hortalizas o cereales no pueden crecer, sí puede hacerlo un árbol. Los árboles pueden crecer en tierras contaminadas y además cumplen una función fitorremediante mejorando la calidad de los suelos y recuperando terrenos desertizados. La plantación y poda de especies locales como ébanos o de plantaciones jóvenes de pinos o eucaliptos ofrece materia prima de manera recurrente y sostenible que mediante biorefino puede ser transformada en alimentos y combustible.

Así, subproductos energéticos y alimentarios dejan de competir y se integran de manera armónica. Esto supone una gran ventaja con respecto a los biocombustibles de primera generación que han demostrado tener efectos perversos al desplazar los cultivos dedicados a la alimentación animal. Además de en combustible, la biomasa puede transformarse en alimento para el hombre como azúcar con bajo índice glucémico o vainilla, y en alimento animal como taninos para aglomerantes de pienso para truchas o tortas lignocelulósicas para vacas. Alimentadas con derivados de la celulosa, las vacas necesitan menos antibióticos y producen leche rica en omega-3 mejorando la dieta proteica de la población. Al mismo tiempo, y desde un punto de vista medioambiental, la LCF-Biorefineria transforma el 100% del carbono de la biomasa en subproductos, por lo que se reducen sustancialmente las emisiones directas de CO2 a la atmósfera.

En definitiva, los bosques, bien gestionados nos ofrecen materias primas ilimitadas que pueden contribuir a resolver los problemas de escasez que caracterizan a la energía y a los alimentos. Es necesario, pues, transferir ciencia y tecnología a los bosques y definir un marco legal estable que permita invertir e innovar para aprovechar al máximo todo el potencial de la biomasa.

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