Internacional

Ciudad Juárez: un paso al frente

La ciudad mexicana registra menos homicidios, ¿estamos ante una nueva etapa? La periodista Marta Torres analiza sobre el terreno las nuevas vibraciones de Ciudad Juárez.

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01
septiembre
2014

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La puerta del jardín de la casa del escritor juarense Willivaldo Delgadillo está abierta. Así permanece durante toda la noche en la fiesta a la que ha invitado a sus amigos y cuya fecha –noche del 15 al 16 de septiembre- coincide con el día del Grito de la Independencia de México. La arquitectura podría llevar a algún pueblo de playa del Mediterráneo. Pero las alambradas metálicas nos recuerdan que estamos en Juárez, una de las ciudades más peligrosas del mundo.

Por Marta Torres

Ciudad Juárez es una ciudad famosa por el horror de sus acontecimientos. Los feminicidios de Juárez, con miles de mujeres violadas, torturadas y asesinadas desde 1993, se han integrado desgraciadamente al paisaje urbano, cuya emigración entre 2010 y 2011 superó los 250.000 habitantes (en total, la población asciende a 1.320.000).

Pero la violencia ha descendido notablemente en los últimos años. Ya no se respira por las calles la sospecha. Ahora parece que sólo queda dolor. A la fiesta de Willivaldo Delgadillo acude la artista mexicana Erika Harrsch, que vive en Nueva York y que ha llevado a cabo el proyecto Passport of North America, que deja de lado los crímenes de la ciudad para cuestionar las políticas migratorias y reflexionar sobre las líneas que dividen México y Estados Unidos.

«Yo todavía me hago preguntas en torno al concepto de nación». Harrsch ha confeccionado una ruleta de la suerte con diferentes casillas, de modo que la suerte con la que puedes conseguir la nacionalidad estadounidense, la canadiense o la mexicana. También puedes ser declarado «ilegal». Y hay una casilla que advierte: peligro. Se trata de una referencia de la artista a esas señales que se esparcen por el desierto para advertir a los inmigrantes que cruzan de México a Estados Unidos.

Con la ayuda de Kerry Doyle, directora del Centro Rubin  de la Universidad de El Paso (UTEP, por sus siglas en inglés), Harrsch plantó su «oficina de pasaportes» en la ciudad fronteriza de El Paso, cerca del puente que conduce a Juárez. Allí raspan los dos mundos. A un lado, El Paso (Texas), una de las urbes más seguras de Estados Unidos. Al otro, Juárez (Chihuahua), una de las más sangrientas de México. Casi todo el mundo entra en su oficina porque cree que de verdad que podrá conseguir un pasaporte a ese otro mundo. Una vez dentro empiezan a relatar sus problemas burocráticos a Yajaira Enríquez y Pauline Mateos, dos estudiantes de UTEP que asisten a Harrsch con su proyecto. Ellas hacen de funcionarias de una oficina consular. La mayoría de ellos se alejan, decepcionados, cuando descubren que se trata de un proyecto artístico que pretende denunciar la situación y ayudar a derribar fronteras.

La impunidad es aún el telón de fondo de los crímenes de esta región: sólo se resuelven alrededor del 5% de los asesinatos en Juárez.

El pasaporte a Estados Unidos siempre ha sido un documento muy preciado, pero cuando más cotizó fue durante la complicada época de la narco guerra, cuando el anterior presidente Felipe Calderón desactivó la policía de Juárez y envío a los federales y ejército. Muchas voces -ONG, Iglesia, periodistas, intelectuales- denunciaron entonces que los militares se extralimitaban en sus funciones para llevar a cabo una «limpieza social» bajo el pretexto de combatir al narco en el Valle de Juárez.

El voltaje de la violencia

Queda dolor pero el voltaje de la violencia ha descendido desde el año 2010, cuando la media de asesinatos alcanzó los diez al día. En casa de Willivaldo Delgadillo hablan, al menos, de la narco guerra en pasado. De los 3.622 homicidios de 2010 se pasó a 2.086 en 2011. En 2012, se produjeron 737. Eso sí, la impunidad es aún el telón de fondo de los crímenes de esta región: sólo se resuelven alrededor del 5% de los asesinatos en Juárez, según nos revela el comisionado por los derechos humanos en Juárez, Gustavo de la Rosa Hickerson.

El voltaje de la violencia ha descendido. De los 3.622 homicidios de 2010 se pasó a 2.086 en 2011. En 2012, se produjeron 737.

«La violencia ha bajado. Cuando regresé de Nueva York a Juárez en 2011 no se veía a mucha gente fuera. La falta de la energía en la ciudad era muy extraña. Ahora está empezando a cambiar»,  señala el artista estadounidense Peter Svarzbein, que tiene una galería en el Paso. «Ahora estamos estamos intentando definir dónde nos encontramos después de toda esta violencia y después de que tanta gente se haya ido a El Paso como consecuencia de la inseguridad. Hay que intentar entender de nuevo la relación entre Juárez y El Paso. Sobre todo la comunidad de negocios está intentando ver cómo nos podemos mover hacia adelante. El mayor problema fue que no había nadie al frente de nada. Los cárteles empezaron a luchar y la violencia se desató. La falta de investigaciones  y de juicios llevó en gran parte a esta situación». Al final se traza una ecuación en el que todos los elementos están conectados: pobreza, violencia, inmigración.

Kerry Doyle también cree que la situación ha cambiado y que se abre una nueva etapa y nos deja una anécdota de cómo la violencia se introduce en las vidas, en los planes cotidianos. «Una noche que íbamos a cenar estuvimos discutiendo durante varios minutos a qué restaurante ir en función de cuál era el que menos probabilidades tenía de ser atracado. Había gente que se decantaba por uno porque le acaban de atracar hacía poco y pensaba que por la ley de probabilidades no podía ocurrir otra noche. Se negaban a ir a otro porque hacía mucho tiempo que lo habían atracado y nos aseguraban que podía ser objetivo esa noche. La gente que había venido de visita estaba horrorizada».

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