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Siglo XXI: cuando el agua es libertad

Fue Nelson Mandela quien dijo que «la libertad política no existe si los pueblos no tienen acceso al agua». Sin agua potable, salir de la pobreza es, prácticamente, una misión imposible.

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22
enero
2014

Fue Nelson Mandela quien dijo que «la libertad política no existe si los pueblos no tienen acceso al agua». Sin agua potable, salir de la pobreza es, prácticamente, una misión imposible. Las enfermedades relacionadas con la desnutrición, el cólera, la diarrea o la fiebre tifoidea hacen mella y la capacidad de desarrollo mengua notablemente. ¿Podremos convertir el agua en un bien universal?

En el año 2010 la comunidad internacional celebraba el cumplimiento de uno de los Objetivos del Milenio: 6.000 millones de personas en el mundo tienen acceso a fuentes de agua potable. Esta buena noticia ilustraba el progreso que, sin duda, se ha llevado a cabo en las últimas décadas. Sin embargo, casi 785 millones de personas en países pobres y en vías de desarrollo aún siguen careciendo de este derecho universal.

«El desafío está en encontrar sistemas de gestión que aseguren el acceso a toda persona al agua potable en la cantidad y calidad adecuadas», afirma Alberto Guijarro, de Ongawa. Para ello, hacen falta políticas más ambiciosas y una planificación hidrológica que permita mejorar las condiciones básicas de abastecimiento y los servicios de saneamiento, así como desarrollar sistemas de tratamiento de agua y mejorar la extracción y el uso de las reservas.

Aunque el agua es la sustancia más abundante del planeta, sólo el 2,53% del total es agua dulce. Proteger las reservas naturales de agua fresca es un desafío a escala local y global. Según señala el último informe del Proyecto para un Sistema de Agua Global (GSWO, en sus siglas en inglés), «tanto los países industrializados como los países en vías de desarrollo se enfrentan a las mismas amenazas relativas a las reservas de agua dulce».

La diferencia es que la tecnología que pueden adoptar los países industrializados muchas veces supone una inversión inasumible para los países más pobres. Pero los desequilibrios en el acceso del agua son evidentes y vienen de lejos. Un ciudadano de Estados Unidos consume más de 600 litros al día y un europeo, 350. En el caso de un ciudadano de la África Subsahariana la cifra cae, vertiginosamente, hasta los 10 litros.

Casi 785 millones de personas en el mundo carecen de acceso a agua potable.

En el último siglo, el consumo de agua se ha multiplicado por dos cada veinte años. La industria necesita mucha agua para producir bienes de consumo. Por ejemplo, la fabricación de un coche demanda una media de 200.000 litros y la confección de un producto mucho más simple, como un par de vaqueros, 11.000 litros. «Las empresas tienden a ignorar el agua hasta que ésta escasea, está contaminada, es demasiado cara o, en cierta forma, se administra mal», lamenta la directora de la Fundación Entorno, Cristina García-Orcoyen. «Ha llegado la hora de que las compañías de todos los sectores y tamaños incluyan el agua en sus estrategias».

Esta tensión entre la escasez y las necesidades creadas tampoco se resuelve si atendemos a otros elementos que también forman parte de la realidad: reducción de las precipitaciones, deforestación, agricultura insostenible, urbanismo salvaje, cambio climático… Las reservas de agua de África han caído un 75% en el último siglo, y las de Asia y Latinoamérica, un 70% y un 60%, respectivamente.

Según el Informe de Naciones Unidas sobre el Desarrollo de los Recursos Hídricos del Mundo, dos millones de toneladas de desechos son arrojados diariamente al agua. La degradación de la calidad debido a los vertidos es especialmente perniciosa en las poblaciones pobres. Allí es donde, según las conclusiones de la ONU, más impacto tienen las aguas contaminadas: provocan rebrotes de enfermedades parasitarias que se asocian a la falta de acceso y de servicios de salud.

Hay datos que resultan escalofriantes. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), cada día mueren 4.500 niños por falta de agua potable o saneamiento. Para algunos, se trata de una cuestión de prioridades en la agenda. «Es lamentable que el Banco Mundial sostenga que no dispone de créditos para satisfacer el agua en el mundo después de haber dado miles de millones a las entidades financieras», afirma Pedro Arrojo, profesor de Análisis Económico de la Universidad de Zaragoza y especialista en economía del agua.

Desde la ONG Ingeniería Sin Fronteras critican que la Organización Mundial del Comercio (OMC) no reconozca el agua como un derecho fundamental, sino como un bien privado. «La realidad es que en algunos países pobres, las familias destinan el 30% de su salario al agua. Se trata de una ecuación insostenible».

La tarifa social

Es necesario encontrar modelos de gestión que faciliten el acceso al agua a los sectores sociales con bajos ingresos, especialmente en los países en vías de desarrollo. «Garantizar la sostenibilidad en la gestión eficiente del agua implica que hay que ser conscientes de lo que cuesta sin hacer que su coste sea un impedimento para acceder a ella por parte de quienes no tienen recursos. En estos casos hay que diseñar sistemas de tarificación adaptados a estos colectivos, tarea nada sencilla pero imprescindible», señala Alberto Guijarro, de Ongawa.

La tarifa social del agua ­– que consiste en establecer un precio progresivo en función de la renta – es defendida por cada vez más expertos. «Es una manera de asegurarnos de que toda la población de un determinado lugar tiene la posibilidad de disfrutar del agua. No olvidemos que se trata de un recurso natural gratuito, de todos, y que los costes asociados al agua son consecuencia de los servicios que se ponen en marcha para que podamos disfrutar de un agua de calidad», apunta Ignasi Fainé, director de Responsabilidad Social de Agbar.

En el año 2025 habrá 9.000 millones de habitantes en el mundo, que se concentrarán principalmente en núcleos urbanos. Las ciudades tendrán que estar preparadas. El diseño urbano eficiente, la gestión y planificación del agua, la innovación sostenible y los sistemas de tratamiento y consumo deben responder al desafío. En los últimos años se han mejorado los procesos industriales y se han desarrollado soluciones inteligentes como las desaladoras, los trasvases o la interconexión de redes, pero se trata sólo de unos pequeños pasos en comparación con todo el despliegue que puede permitir una estrategia ambiciosa de innovación sostenible.

El director de la Asociación Internacional del Agua, Ger Bergkamp, ha explicado a Ethic algunas de las medidas que considera prioritarias: desarrollar planes integrales de abastecimiento de agua y saneamiento en los que el agua se use y reutilice de manera más eficiente; diseñar técnicas de reducción de fugas y mejora de la eficiencia energética a través de sistemas inteligentes de tratamiento y distribución; democratizar el uso a través de tarifas apropiadas, establecer una coordinación eficiente entre los proveedores e impulsar la última tecnología.

Pero, ante todo, se necesita un cambio en el comportamiento que provoque nuevas formas de colaboración. El tandem público-privado es clave para desarrollar y mantener las infraestructuras necesarias que proporcionan servicios de calidad. «Las empresas podemos aportar tecnología y conocimiento y las administraciones podrían bonificar a las empresas que mejor lo hagan. ¿Por qué no puntuar extra en los concursos a quienes integren criterios de eficiencia energética?», añade Fainé.

Pero la cosa no va solo con gobiernos y empresas. El papel y la corresponsabilidad del ciudadano puede ser decisiva, como demuestra el éxito de las campañas de concienciación para fomentar un buen uso del agua en cualquier territorio que sufra sequías cíclicas. En España, por ejemplo, el consumo medio de agua por habitante era de 168 litros en el año 2000,  cifra que cayó hasta los 154 litros en 2008 tras sucevias campañas, según los datos del Instituto Nacional de Estadística (INE). ¿Quién dijo que la sensibilización no funciona?

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