Educación

«El periodismo ha perjudicado a la educación del ciudadano»

La escritora Elvira Lindo (Cádiz, 1962) reflexiona en esta entrevista, realizada por Gonzalo Fanjul, sobre la educación, el periodismo y el papel de la sociedad civil en el mundo moderno.

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01
enero
2014

Elvira Lindo es una escritora difícil de encasillar. A caballo entre España y Nueva York, y con una carrera que abarca el periodismo, la literatura y los guiones cinematográficos, Lindo ha cubierto casi todos los palos y a casi todos los públicos. Pero en su trabajo siempre es posible identificar la ternura y el sentido del humor de quien es capaz de entender al otro. Esa capacidad para la compasión queda reflejada en esta conversación que tuvo lugar en Madrid.

Por Gonzalo Fanjul

¿Qué tipo de sociedad vamos a ser cuando esta crisis haya terminado?

No lo sé, porque todavía me estoy acostumbrando a ver cosas en mi mundo, en mi patria chica que es Madrid, que no había visto nunca. Me encanta caminar por las ciudades donde vivo, he caminado toda mi vida por Madrid y desde hace unos años camino por Nueva York, y había cosas que veía hace años en Nueva York que pensé que no iba a ver nunca en Madrid. Yo llegué aquí con 12 años y me crié viviendo los años 70 y 80 y aún cuando en los 80 Madrid vivió los tiempos de la droga, nunca pensamos que volvería a haber bolsas de exclusión y pobreza en tu propio mundo. Había pobres o gente de barrio, pero no había una clase media que de repente se descolgara de la vida normal y de repente se quedara sin nada…

Y eso lo estás viendo ahora…

Sí, lo estoy viendo ahora y lo había visto en Estados Unidos porque forma parte de la literatura y la cultura de los Estados Unidos. Esas personas que hoy está aquí arriba y mañana está abajo, y viceversa, esas personas que tienen tantas vidas como un gato. Pero yo creo que en nuestro mundo, en España, no estábamos acostumbrados a esas vueltas tan radicales de la fortuna. Y ahora lo veo en mi propio país. No es fácil hacerse a la idea porque parecía que siempre se progresaba hacia adelante, que el futuro era un progreso mejorable. Y ahora me doy cuenta de que no es así. Nosotros tenemos hijos en edades de buscarse la vida, creo que lo están haciendo con mucho empeño y valentía, pero realmente no creo que vayan a poder tener un futuro tan seguro como el que hemos tenido nosotros. Esa es una idea traumática porque te rompe los esquemas. Supongo que es una idea mucho más traumática cuando una persona madura se encuentra en una situación bélica, eso es incomparable. Pero hablo de nuestro mundo, que era pequeño y con una clase media extendidísima. Creo que el estado de shock en el que nos encontramos ahora en España obedece a eso.

En algunos de tus artículos haces referencia a la recuperación de los movimientos vecinales: el Estado se retira y la sociedad se ve impelida a intervenir como no lo había hecho antes. Hay algo muy norteamericano en todo eso, en la idea de la responsabilidad frente a la comunidad. ¿Crees que de verdad esto está pasando? ¿Hay un civismo recuperado en los ciudadanos?

Yo creo que sí. Es que cuando vives un tiempo fuera te acostumbras a no juzgar las cosas de una manera tan implacable como estamos acostumbrados aquí. Esto es bueno o esto es malo. Y cuando pasas un tiempo en los Estados Unidos, que es una sociedad tan criticable y tan criticada, también ves cosas que están bien. Como consecuencia de la ausencia del Estado es verdad que la sociedad civil tiene muchas responsabilidades. Y aquí no pasaba exactamente eso. Pero sí es verdad que hubo un movimiento vecinal en el los últimos años 70, que en nuestro caso estaba relacionado con un movimiento nacional que se implantó en la sociedad para forzar un cambio político, de paso del franquismo a la democracia. Entonces yo creo que más que movimiento vecinal en el sentido americano, era en un sentido bastante político. Yo creo que ahora el movimiento vecinal tiene que renacer en un sentido más social. De alguna manera se está haciendo, la solidaridad social está funcionando. Por eso yo reaccioné en mi artículo, por supuesto no defendiendo a las autoridades que dirigen Madrid, pero sí creo que es una ciudad que está castigada por muchos motivos y hay que defender a los seres humanos que viven en ella.

Preparando la entrevista me topé con un comentario tuyo sobre una foto de Gervasio Sánchez en la que aparece un niño en Kabul que había perdido una pierna y un ojo por una mina antipersona. La madre aparece al lado con un burka  y le coge la mano al niño. Hablas de la compasión del fotógrafo; no de la solidaridad o la empatía, sino de la compasión. ¿Qué importancia le concedes a la compasión? Tu literatura, Manolito Gafotas, es compasión pura, en el sentido de ponerse en el lugar de otros, a veces con mucho sentido del humor, sin necesidad de solemnizarlo.

Yo creo que hay sentimientos y cualidades humanas que han sido desdeñadas por relacionarse con cualidades religiosas. Hay palabras que han desaparecido o que determinada gente progresista ha eliminado de su vocabulario y que yo reivindico fuertemente. Una de ellas es la palabra compasión. Todas ellas están relacionadas con la empatía, que es necesaria para la convivencia y que ya sabemos que compartimos con los simios y que sobrevivimos gracias a ello. Otra palabra desdeñada es el remordimiento. Parece que al utilizar esa palabra te van a soltar el discurso de la culpa judeocristiana. Yo hay cosas de las que me siento completamente libre y elijo los sentimientos que quiero tener. Hay veces que siento remordimiento y a mí no me exige nadie sentir remordimiento, ni siquiera la cultura cristiana, católica. Lo elijo yo porque me parece que es algo que hay que sentir en determinados momentos en la vida…

Porque el remordimiento implica conciencia…

Eso es. Y compasión me parece una palabra a reivindicar, como caridad, aunque no sea en el sentido de la caridad que se practica cuando llega la Navidad. Pero todas estas palabras tienen un fuerte componente empático y antes de que fueran juzgadas a nivel político, estaban en la literatura de Galdós, utilizadas muy apropiadamente. Así que uno de los sentimientos que aspiro a tener toda la vida es compasión, porque eso me hace más humana.

La etimología de compasión es preciosa, la capacidad de padecer con otro, es muy particular. Tú que admiras a Chaves Nogales, ese tipo de periodismo que es capaz de ponerse en el otro lugar sin perder la neutralidad. Hay algo, una tensión muy fina. También ocurre con Steinbeck, en los reportajes que escribe para las Uvas de la Ira…  ¿Y cómo educas a tus hijos en la compasión? ¿Cómo educamos a nuestros hijos en la capacidad para ponerse en el lugar de otros?

Yo creo que eso ha sido fundamental. Yo tuve un hijo con 22 años y creo que mis amigos había cosas que no contemplaban en la educación de un hijo, como que estuvieran pendientes de lo que provocaban ellos en los demás, no sólo lo que ellos querían o sentían, tener un sentido más budista de la existencia. Tú vives en un mundo y no sólo importa lo que a ti te pasa, sino lo que les pasa a los demás cuando estás tú delante. Eso no creo que lo tuviese muy intelectualizado, pero sí es verdad que he sido siempre desde niña una persona muy consciente de lo que ocurría a mi alrededor, la pura conciencia de lo que sienten los demás. Así que primero con mi hijo y luego con los de Antonio [Muñoz Molina, su actual marido], que se han criado bastante juntos, hemos procurado que se dieran cuenta, que fueran conscientes de que podían proporcionar cariño y causar dolor en los demás. Y eso es fundamental, porque cuando tus hijos van creciendo hay algo que te llena de felicidad y es que te digan que tus hijos son buenos y agradables. Eso supera cualquier vanidad. La base es la educación. La educación del ser humano, cómo se comporta con los demás, es la base de todo. Nos ha costado. Hay veces que la gente nos dice que hemos tenido suerte, y bueno, suerte en el sentido de que había un buen material humano, pero nos ha tocado ejercer de padres con  la parte desagradable que ello conlleva.

Portada de una de las novelas de la escritora y periodista Elvira Lindo.

¿Qué autores te vienen a la cabeza si quiere uno conocer los sentimientos humanos?

A mí me encantan los autores que son perspicaces en cuanto a la psicología humana y Chejov sería uno fundamental. Sus historias no son complacientes, miran al ser humano tal y como es, pero para mí es además como una especie de santo laico en muchos aspectos. No sé si esto aporta algo o no a su literatura, pero me parece que fue una persona íntegra y generosa y su propia profesión de médico hacía que aunaran dos vocaciones que el unía de manera muy interesante. Galdós sería otro, que ha contado mi ciudad, Madrid, yo creo que mejor que nadie, y creo que de verdad tenía una mirada compasiva sobre los seres humanos y en su novelas hay mendigos, burgueses y todo tipo de gente, como en los cuadros de Velázquez, todo el abanico humano está en ellos, y todos son grandes, sus personajes. La última premio Nobel, Alice Munro, de orígenes canadienses muy humildes, introduce protagonistas en sus cuentos que describiríamos como poco interesantes y, sin embargo, ella da una categoría a la gente humilde, que conmueve y enseña. Creo que el caso de Antonio es también el caso de alguien que mira con piedad a los seres humanos y de ahí yo destacaría la manera en la que vio el principio de la Guerra Civil en La noche de los tiempos. Es probablemente uno de los libros menos sectarios que hay sobre ese momento en el que muchos se volvieron buenos y otros muy malos. Creo que más que estar preocupado sobre la línea política que tenía su narración estaba preocupado por los seres humanos que la traspasaban.

Quería hablar un poco de ciudadanía. Hemos hablado del modo en que los anglosajones entienden la ciudadanía, ¿tú te identificas con esta sociedad? ¿Crees que esta sociedad fuerza a las instituciones y a los representantes públicos a rendir cuentas?

Yo creo que ahora hay muchas ganas de que alguien pague el pato de lo que está pasando, pero creo que son ganas muy abstractas y difusas, a veces mal organizadas. Porque, como decíamos antes, creo que el espíritu español es solidario pero ha sido poco organizado socialmente. Ahora mismo existe mucha rabia contenida, hay ciertos deseos de venganza. Se mezcla el resentimiento de uno con el rencor de otros, se mezclan víctimas verdaderas y victimismo. A no me gusta dar la idea de que en este país lo que ha ocurrido es que había cien sinvergüenzas y un pobre inocente, y que esos cien sinvergüenzas nos han engañado a todos y así está el país. Yo creo que eso es muy populista, un halago al pueblo…

¿Tú crees que hay una complicidad social más o menos explícita?

Sí, creo que esto no cae del cielo y en un país que fuera más consciente, que tuviera más participación en su vida política y ciudadana, probablemente sería más complicado que hubiese tanto casos de corrupción. Que ahora todos estos casos de corrupción estén saliendo me parece bien. Hay algunos que te asustan, pero es un buen síntoma. Probablemente ha habido una falsa idea democrática y ha habido una concesión a los que mandaban como cediéndoles no sólo decisiones puntuales, sino el que se creyeran que por haber ganado las elecciones tenían en sus manos todo: nuestro dinero, que colocaran a los suyos… Todo formaba parte de una dinámica normal, algo que entendíamos que suele hacer el que manda. Porque si te paseas por los pueblos o lees casos de uno que ha enchufado a su primo, te das cuenta de que era visto como algo normal. Hay una necesidad de que realmente el que la ha hecho la pague, pero también de reeducarnos.

¿Cómo nos reeducamos? ¿Cómo nos convertimos de votantes en ciudadanos, cómo aprovechamos esta ocasión para hacer ese ejercicio?

Volvemos a lo que puede hacer uno personalmente sin estar instigado por nadie. Este es el momento de las decisiones personales. El que tenga hijos tiene que ser muy consciente de cómo los educa ahora mismo. Tienes que ser consciente que hay recortes escolares, la educación pública no va a ser como era, los profesores están superados por las ratios, los recortes. Entonces, ¿tenemos sólo que lamentarnos por lo que está pasando o ser conscientes de lo que está pasando y tratar de mejorarlo en la medida de lo posible? Yo realmente si tuviera hijos pequeños trataría que tuvieran la mejor educación posible.

¿Qué papel crees que juega el periodismo en todo esto? ¿Ha ayudado o perjudicado?

Yo creo que ha perjudicado. El periodismo es fundamental en un sistema democrático. No hay otra manera de contar. La sensación de que todas las mañanas te enteras de lo que ha pasado. Pero todo está muy pervertido ahora. Cuando yo empecé en el año 81 en la radio, todo el mundo quería ser periodista porque tenía un gran prestigio social y el periodismo fue importantísimo en aquellos momentos. La radio en la que yo trabajaba refleja realmente lo que ocurría en el país. Era la manera de enterarte, por ejemplo, que había habido un golpe de estado en el Congreso. La radio pasó de ser un medio rancio a ser un medio súper necesario para el cambio democrático. Pero yo creo que en los años de bonanza que hemos tenido en España, los periodistas han tenido un acercamiento excesivo con la clase política. Periodistas políticos o culturales, pero muy cerca de aquellos a los que iban a criticar o valorar, hemos funcionado como un país muy pequeño, como una provincia, como algo muy local. Entonces, esa especie de distancia que ves en otros periodismos, como el anglosajón, esa distancia…

…casi sanitaria…

Sí, totalmente. Tienen una distancia que les hace escribir y juzgar con cierta objetividad. Y yo creo que eso se pervirtió. Pero ahora se ha unido a la crisis del papel, la crisis económica y el periodismo se ha abaratado.

¿Y tú ves alguna esperanza? Porque tú ves eso, pero por otro lado hay una miríada de otros proyectos, de otros medios nuevos. Lo de menos es el formato, digital o no. Pero la profesión misma se está transformando de algún modo, ¿o no?

Se está transformando, pero es un oficio que cuanto más se hace y aprende, se hace mejor. Y es un oficio que nos tienen que pagar. Lo que se hace gratis es amateur. Estamos en un periodo de confusión y no sabemos manejar los nuevos soportes, pero creo que dentro de 50 años la gente sabrá muy bien cuál es el periódico del que se fía y cuáles son los medios que tiene que poner en entredicho.

Hay un término que se utiliza ahora, con todo el tema de Cataluña, ‘los límites de la solidaridad’. Hay que establecer, dicen, límites a la solidaridad. Yo le doy vueltas a esto porque en mi trabajo es un dilema para todos los que trabajamos aquí, la colisión permanente entre nuestros pobres y los ajenos. Las prioridades de lo que tenemos aquí frente a lo que está ocurriendo fuera. ¿Cómo manejamos esto? ¿Existen límites a la solidaridad?

Estos días te hacen pensar porque están los temas encima de la mesa: los límites de la solidaridad, lo que soy yo y eres tú, lo que me pertenece a mí y no a los demás… Sinceramente, creo que la gente debería situarse más en el mundo y saber hasta qué punto es afortunada por haber nacido donde ha nacido, de la familia de la que viene, el apellido que tiene. Creo que España es un país de gente que ha salido muy poco y eso se nota. Cuando la gente está poniendo todo el tiempo en entredicho si le gusta o no ser español; yo no le doy muchas vueltas a la identidad, pero es que soy española y no le puedo hacer otra cosa, he nacido en Cádiz, pago mis impuestos aquí, he crecido aquí, vivo aquí. Hay cosas que me hacen del sitio del que soy. Y si me paso parte del año fuera de España, sé la identificación que tengo con mi país, soy española, sin ninguna importancia política. Entonces pienso en el viaje a Etiopía y en esa relación con esos niños y pienso en cualquiera de ellos y me pregunto, ¿cuántas madres de estos niños habrían dado lo que sea porque su hijo fuera español? Simplemente por pertenecer a un país donde el niño iba a poder tener asistencia médica, ir al colegio, dormir en una cama. Hay cosas que me parecen superficiales, son cosas que me incomodan y ya no tengo mucha paciencia.

En cuanto a los límites de la solidaridad… es tan antipático. La solidaridad no se puede limitar. Pero además, antes podíamos hablar de estos límites con otro países, luego con la crisis empezamos a plantearnos que también teníamos pobres a lo que había que limitar y luego en nuestro propio país, donde como en todas partes hay unas regiones más ricas y otras más pobres. Y siempre está el descontento de la más rica diciendo por qué tengo que subvencionar yo esto. Es un momento en el que me siento tan incómoda…

Tu cine es un cine de personas. Pensaba en Plácido, Berlanga, Azcona

Yo me siento heredera y alumna de Azcona, al que conocí y tengo mucha admiración. Pero fíjate, hasta hace ocho años todos mis personajes, tanto del cine como de la literatura, eran suburbiales, de extracción popular y eso no era nada cool. Esto ha cambiado desde hace poco. Cuando yo hacía estos libros de Manolito era algo exótico. Provocaba hilaridad que nos les llegara el dinero a final del mes para pagar la letra de un camión, era algo como costumbrista. Cuántas veces habré tenido que responder a la pregunta de por qué había elegido dos barrenderas. ¿Es que en la literatura los personajes tienen que tener carreras universitarias? Así que, no es que no me crea la preocupación política o social, es que creo que también hay una parte que es una moda también.

Dentro del trabajo que yo hago sobre inmigración, el fenómeno migratorio de los españoles está generando mucha empatía; la gente entiende por qué necesitamos, por ejemplo, un sistema más flexible con Colombia, porque ahora llegan y necesitan un permiso de trabajo. Los mozambiqueños te cuentan las escenas de portugueses atónitos siendo rechazados en la frontera, cuando llegan a Maputo, porque no tienen un permiso de trabajo. La historia cambia. Pero el verdadero problema que tenemos, no es que la gente se vaya, sino que no vuelvan. Que se vayan es esencialmente bueno.

Ese es el problema. Pero las estadísticas del Real Instituto Elcano demuestran que no hay tanta emigración masiva, o que si se va, vuelve. El español quiere volver a su casa. El otro día leía una carta en El País a Rajoy de una científica que se iba a California que yo no entendí muy bien. El problema es para la ciencia en España, para la educación. Para un científico en sí no es ningún problema irse con un contrato de trabajo a California, que te puedes llevar a tu hijo y tu marido. Porque la realidad es que cuando los científicos se van con un contrato fuera, no es un drama. Es un drama la persona que se va con unas condiciones más primarias…

Es un drama para la economía, para nuestra sociedad…

Eso es distinto, para nuestra sociedad. Pero yo creo que no hay que fomentar el victimismo.

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