Opinión

Hacia una nueva economía

Jordi Ballera, director Edelman Madrid, analiza los retos que debe afrontar el orden económico mundial tras la peor crisis desde el Crash del 29 y en un contexto en el que «la escasez caracteriza todo lo que nos rodea».

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08
enero
2012

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Existe un consenso en que el crecimiento económico es globalmente positivo y, según Elhanan Helpman, “es difícil no concluir que éste ha elevado la renta de los pobres en todo el mundo”. En Europa, este crecimiento ha contribuido al largo periodo de paz y bienestar del que hemos gozado desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Nos enfrentamos ahora a la peor crisis sistémica desde la Gran Depresión de 1929. Al igual que otras crisis recurrentes de carácter cíclico, esta crisis tiene muchas causas: la expansión crediticia, el ahorro en los países emergentes o el comportamiento irracional; pero también la fe ciega en el crecimiento ilimitado y el olvido de que la escasez es la característica básica de todo lo que nos rodea, desde las materias primas hasta el agua, pasando por la tierra o los alimentos.

La producción de escasez

Pese a sus similitudes con otras crisis anteriores, en ésta converge además otra crisis más profunda y estructural causada por el agotamiento del modelo de crecimiento que han seguido las economías modernas desde 1780. Este modelo no sólo ha fracasado a la hora de gestionar de manera eficiente la escasez sino que la ha promovido y agudizado. Hoy todo parece indicar que hemos alcanzado el límite crítico en este proceso económico de producción de escasez cuyas consecuencias sociales y medioambientales pueden ser irreversibles.

Pensemos en el empleo: éste se ha vuelto estructuralmente escaso. A lo largo del último siglo, y como consecuencia del aumento de la productividad, cada periodo de expansión genera un crecimiento cada vez menor del empleo, alcanzando la situación inédita de crecimiento sin empleo en muchos sectores.

Otro ejemplo. El incremento del consumo en Occidente y el desarrollo económico de los BRIC ha provocado en los últimos diez años el aumento tanto de la volatilidad como del precio de las materias primas, consolidando un escenario de escasez global. Esta explosión de la demanda ha extendido la huella ecológica y está contribuyendo al agotamiento de las reservas, a la deforestación y a la sobreexplotación agrícola y pesquera.

El paro y el agotamiento de los recursos naturales son dos ejemplos de esta producción de escasez con consecuencias dramáticas. Por un lado, el paro estructural ha erosionado la legitimidad del capitalismo tardío al romperse el pacto social que ha permitido la consolidación de un sistema basado en la cohesión y el bienestar general. Por otro lado, el agotamiento de los recursos anticipa tendencias inflacionistas en productos de primera necesidad, conflictos geoestratégicos de carácter global y tensiones sociales promovidas por actores que demandan una distribución más justa de los recursos disponibles.

Un nuevo modelo

Nacido en la primera revolución industrial y heredero del sistema energético, el modelo actual ha recurrido a una organización centralizada y jerárquica de las unidades productivas diseñadas para el uso intensivo del capital y de insumos altamente concentrados. Este modelo se ha replicado además en otros subsistemas como el comunicativo o el político. Todos ellos coinciden en su rigidez, ineficiencia, insostenibilidad, fuertes barreras de entrada y en un formalismo procedimental que erosiona la justicia y promueve la corrupción.

Hoy estamos asistiendo al agotamiento de este modelo y diversos autores buscan, en los ecosistemas naturales o en simulaciones teóricas, principios exitosos que puedan fundamentar un nuevo paradigma para el crecimiento. Estos autores han constatado que los sistemas más eficientes tienen una estructura descentralizada, horizontal, participativa y adoptan un proceso decisional bottom up, que se orienta al aprovechamiento máximo y a la distribución óptima de los recursos. Este paradigma ya está emergiendo en el ecosistema mediático (con Internet), en la I+D (con la nanotecnología) y en el energético; algunos científicos apuntan que este sector avanza hacia un modelo en el que millones de consumidores generarán energía verde en sus hogares para su autoconsumo y compartirán el excedente a través de redes distributivas eficientes, logrando ofertas elásticas gracias a una retroalimentación permanente.

El sector forestal gallego es otro ejemplo de cómo pequeños productores atomizados aprovechan unos recursos renovables locales y optimizan sus procesos para alcanzar una productividad potencial que triplica la alemana o la sueca. Al mismo tiempo este modelo descentralizado y capilar contribuye a la articulación territorial, mejora el medio ambiente y regenera unas reservas que, bien gestionadas, son ilimitadas. Es más, el desarrollo de derivados termoplásticos de la lignina retará la hegemonía del aluminio, del plástico y de otros derivados del petróleo, y sustituirá un modelo energético de carácter monopolístico, dependiente e ineficiente por otro atomizado, local y sostenible.

Dado que este modelo no se basa en la concentración y la centralización de los recursos, sino en su conexión y agregación, su éxito requerirá de la coordinación de los diferentes actores a partir del diseño de procesos comunicativos transparentes, inmediatos, multidireccionales y colaborativos. Esto supone un gran reto y requerirá restituir a la comunicación su centralidad esencial y su protagonismo para acelerar el desarrollo de este nuevo paradigma que está llamado a liderar el futuro.

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