Hay personas con una predisposición innata al equilibrio y la simetría, que mantienen sus pertenencias ordenadas y pulcras. No obstante, el orden, más que un hábito innato, se adquiere con el ejercicio o se aprende de familiares, pareja o amigos.
Rechazo al desorden
Explicaba Aristóteles que la virtud se encuentra en el justo medio, y esto se aplica también al orden. Una casa desordenada proyecta caos mental y se convierte en incómoda, incluso para sus desorganizados moradores.
El desorden suele provocar rechazo y se convierte en un vicio desagradable para los demás, dificulta la socialización y refuerza el aislamiento. Seguramente ha oído hablar del síndrome de acaparador compulsivo, por el que hay personas que comienzan a acumular objetos y basura en su casa, se recluyen durante semanas o meses, y, finalmente, tienen que ser rescatados por la policía o los bomberos.
En el otro extremo, la obsesión por el orden, que altera el estado de ánimo cuando se ve algo fuera de sitio, puede derivar peligrosamente en un trastorno de personalidad obsesivo compulsivo. Quizás recuerde la inquietante película Durmiendo con su enemigo, donde Julia Roberts interpreta a Laura Burney, una mujer casada con un hombre controlador, que ejerce violencia moral y física sobre ella.
El carácter perturbado del marido se refleja en pequeños detalles domésticos: exige un orden estricto en la colocación de las toallas en el baño, la disposición de las latas en la despensa, las perchas y la ropa en los armarios. Cuando encuentra un objeto «descolocado», según su criterio, corrige y amenaza a su mujer.
Los defensores del orden sostienen que su ventaja fundamental es encontrar las cosas en todo momento porque están en lugares fijos («cada cosa en su lugar») y no se pierde tiempo en buscarlas. Se trata de eficiencia y de disfrutar de un entorno agradable. Sus detractores, en cambio, reivindican espacio para la espontaneidad y la liberación.
Planificar y priorizar
Indudablemente, una de las bases de una buena gestión es el orden de la agenda personal y laboral. Planificar y priorizar las actividades es un hábito que permite abordar las cuestiones importantes de forma sistemática, tomar mejores decisiones e impulsar el funcionamiento de la organización.
Entre las muchas cosas que aprendí trabajando con Juan Miguel Antoñanzas, anterior presidente del consejo asesor de IE Business School y eminente directivo, están las buenas prácticas de gestión y planificación: me llamaba la atención su orden sistemático para atender tareas.
Solía llevar una hoja, siempre con el mismo formato, con la lista de cuestiones por ejecutar, distribuidas en función de su prioridad, importancia y proximidad temporal. Las más relevantes y de medio plazo encabezaban la lista, lo que le permitía pensar habitualmente en ellas. Las más inmediatas, que iban desde felicitar a una persona a hacer una llamada, aparecían al final y eran las que primero ejecutaba. Así, las iba tachando de abajo hacia arriba.
Las personas con agendas rígidas se hacen antipáticas y no crean una imagen de productividad
Al cabo de uno o dos días cambiaba la hoja, sustituyendo las bajas con nuevas altas de compromisos y decisiones. Ese orden le permitía ser extremadamente cumplidor. Hoy, lógicamente, hubiera cambiado la hoja de papel por alguna de las aplicaciones de Microsoft Office.
Orden y adaptabilidad
Una manifestación singular del desorden, especialmente en el ámbito del trabajo, es la procrastinación: «La acción o hábito de retrasar actividades o situaciones que deben atenderse, sustituyéndolas por otras situaciones más irrelevantes o agradables por miedo a afrontarlas o pereza de realizarlas».
Si mantiene organizada su agenda profesional, lo normal es que la mayoría de las horas se llenen con reuniones, videoconferencias, presentaciones, visitas fuera de la oficina o viajes. Si en las organizaciones se usan agendas digitales compartidas, además de ayudar a organizar mejor el tiempo de cada profesional, se hace más transparente el trabajo, ya que nuestros colegas también saben si tenemos huecos disponibles para sus solicitudes. Por cierto, intente tener cierta disponibilidad para imprevistos. Las personas con agendas rígidas se hacen antipáticas y no crean una imagen de productividad.
He adoptado del ejemplo de Antoñanzas la práctica de anotar en una hoja todas las tareas importantes de la semana, personales y profesionales. Miro esa hoja todas las mañanas e intento avanzar teniendo en cuenta la inmediatez y la relevancia de la tarea.
Sin embargo, muchos somos culpables de procrastinar, posponiendo innecesariamente tareas que nos hemos propuesto realizar. Esto excluye, por supuesto, retrasar actividades porque surjan imprevistos, algo muy frecuente en el entorno profesional. Si hay que atender una urgencia no es procrastinación sino ajustar prioridades.
Santiago Iñiguez de Onzoño es presidente IE University, IE University, Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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