Ser siempre justos con nuestros hijos es una tarea difícil. Ningún hijo es igual a otro y tratarlos siempre de igual modo puede ser complicado. Sin embargo, el favoritismo de un hijo sobre otro tiene implicaciones importantes para su desarrollo.
La ciencia lleva décadas observando que el favoritismo parental es un fenómeno frecuente. Un estudio reciente sobre más de 19.000 personas ha encontrado ciertas tendencias:
- Las niñas suelen ser más favoritas: los padres admiten tratar con más afecto y preferencia a sus hijas, si bien esta preferencia no parece ser observada ni por ellas ni por sus hermanos. Así que podría tratarse de un favoritismo sutil.
- Los hijos mayores son más favorecidos en autonomía y libertad: los primogénitos reciben a edades más tempranas libertades que tardan más en ser concedidas a los más pequeños. Esta tendencia sí suele ser apreciada por los hermanos menores, pudiendo ocasionar resentimiento al percibir un trato injusto.
- Preferencia por los hijos responsables y amables: los hijos menos conflictivos (más amables) y más responsables gozan de un mejor trato que los más impulsivos o temperamentales.
¿Por qué los padres tratan de modo diferente a sus hijos?
El favoritismo puede ser un proceso inconsciente. Las características de los hijos interaccionan con las de sus progenitores, pudiendo generar reacciones diferentes. Los padres se sienten más competentes cuando perciben que sus hijos son más fáciles de guiar, responden bien a los límites y generan menos conflictos. Cuando un padre se siente más confiado en sus competencias parentales afloja más las normas y se muestra más afectuoso.
Además, factores como el tipo de apego, las inseguridades de los padres o el género del progenitor pueden jugar un papel relevante. En algunas culturas, los padres pueden tener predilección por los hijos varones y las madres por sus hijas.
Consecuencias del favoritismo parental
El trato diferencial no es inocuo. Los estudios muestran efectos perjudiciales a corto y largo plazo. Los hermanos menos favorecidos presentan con mayor frecuencia:
- Más depresión y menor autoestima: sentir que se es tratado de modo desigual genera creencias de baja valía. Además, los adultos que perciben haber sido tratados de niños de modo menos preferente que sus hermanos presentan más sintomatología depresiva.
- Más alteraciones conductuales: los hijos menos favorecidos presentan más alteraciones de comportamiento y peores interacciones sociales.
- Peores relaciones familiares: los conflictos padre-hijo y entre hermanos aumentan cuando uno de los hermanos siente que es tratado de modo injusto. Además, este efecto puede perdurar hasta la vida adulta.
¿Cómo evitar el favoritismo?
La ciencia nos aporta algunas estrategias eficaces que promueven que los hijos se sientan tratados de modo justo:
- Tomar conciencia del trato que les damos: el primer paso es darnos cuenta de cómo tratamos a nuestros hijos. Párese y sea objetivo: ¿es igual de exigente con todos? ¿Es más afectuoso con uno que con otro? ¿Tiene uno de ellos algún privilegio que el otro no tiene? Por supuesto, puede haber motivos para un trato diferente, pero hacernos estas preguntas nos permite reflexionar sobre nuestras propias tendencias y entender mejor cómo se pueden sentir nuestros hijos.
- Favorecer la comunicación abierta: los hijos suelen expresar que se sienten tratados de modo diferente. Escucharlos y no invalidar lo que sienten es un punto clave. Las familias en las que existe un diálogo abierto presentan menos conflictos. Trate de prestar atención sin juzgarlo cuando diga que está siendo injusto. Puede ser que no comparta el motivo, pero trate de empatizar con la emoción que siente.
- Trato equitativo: esforzarse en lograr una crianza coherente y lo más igualitaria posible es un objetivo fundamental. Sin embargo, la igualdad total no siempre es posible, ni deseable. A veces, nuestros hijos presentan necesidades diferentes por su edad u otras características. Es importante transmitirles que lo justo es tratarles de forma equitativa, es decir, atendiendo a las necesidades que cada uno presenta en un momento determinado.
- Dedicar tiempo a cada hijo: pasar tiempo de calidad de modo individual con cada uno de nuestros hijos fomenta una relación más positiva con la familia. Además, fomenta que se sientan más queridos y ganen seguridad en sí mismos.
- La familia es un equipo: la familia no es una competición. Evite a toda costa realizar comparaciones entre hermanos. La investigación indica que estas son tremendamente perjudiciales para el desarrollo de los hijos. Fomente en su lugar la idea de equipo: en un equipo, no todos los jugadores son iguales ni hacen lo mismo, pero todos son imprescindibles. Transmita a cada uno de sus hijos que efectivamente no es igual que su hermano, pero que usted tampoco quiere que lo sea. Cada uno es único y eso es lo maravilloso de la familia.
No existen los padres perfectos. Así que trate de tomar conciencia de sus tendencias y analice por qué lo hace. Siempre es una buena estrategia no para alcanzar la perfección, sino para el autoconocimiento y la mejora. Podemos concentrar nuestra energía en que cada uno reciba lo que necesita, y hablar de ello de modo abierto.
Lo más importante, a lo que más esfuerzo deberíamos dedicar, es a que los hijos sientan que su familia es un lugar donde son amados y valorados.
Mónica Rodríguez Enríquez es profesora y doctora en Psicología de la Universidade de Vigo. Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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