A las puertas de Davos 2025
El lema escogido para el encuentro de este año es «Colaboración para la Era Inteligente», y estará centrado en cinco objetivos prioritarios: reconstruir la confianza; reimaginar el crecimiento; salvaguardar el planeta; transformar las industrias para la era inteligente; e invertir en las personas.
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Estos días tiene lugar en Davos, Suiza, el encuentro anual que convoca el Foro Económico Mundial (WEF) y que, como ya es tradicional, reúne a los principales responsables de la toma de decisiones de los gobiernos, las empresas y la sociedad civil para abordar los problemas destacados y prioridades mundiales para este año. A diferencia de las cumbres temáticas o sectoriales (sobre temas de seguridad o de cambio climático, por ejemplo), se trata de la mayor y más amplia convocatoria a los líderes de los diversos sectores con vocación de contribuir a la mejora de los grandes desafíos globales y regionales.
El lema escogido para este encuentro es «Colaboración para la Era Inteligente», y estará centrado en cinco objetivos prioritarios: reconstruir la confianza; reimaginar el crecimiento; salvaguardar el planeta; transformar las industrias para la era inteligente; e invertir en las personas. Es decir, además de la insistencia en los tres temas básicos establecidos hace ya 10 años en la Agenda 2030 (people, planet, profits), el WEF añade este año un factor «intangible», pero esencial: la confianza, junto con el impacto transformador de la IA, asociada a las oportunidades que puedan derivarse de su uso para el mundo productivo.
El Foro Económico Mundial apunta este año en la convocatoria de su título a un doble horizonte deseable: en primer lugar, frente al aumento de los conflictos geopolíticos, las tensiones comerciales, la polarización política, la ansiedad climática, la fragmentación económica, los temores bélicos o las turbulencias estatales necesitamos más y más colaboración, espacios multilaterales de diálogo y cooperación; en segundo lugar, estamos entrando en una nueva era determinada por las posibilidades de las nuevas tecnologías convergentes (un particular Big BANG tecnocientífico: la feliz conjunción aplicada de Bits, Átomos, Neuronas y Genes, es decir, la asociación entre computación, nanotecnología, neurotecnología y biotecnología) y por el poder de la Inteligencia Artificial (IA). En el mejor de los casos, el buen uso de esas tecnologías podría abrir las puertas a nuevas oportunidades para generar prosperidad, incrementar la productividad y mejorar los niveles de vida para todos.
En pleno siglo XXI, parecemos preferir los campos de batalla a las mesas de negociación, de ahí el clamor –casi la súplica– colaborativo de los líderes del WEF
Por eso mismo, la imagen que se desea proyectar en Davos promoviendo colaboradores con conciencia global en una era de hiperinteligencia choca aún más con el escenario actual basado en la confrontación entre competidores destructivos y unilateralistas actuando solo por intereses nacionales y con la máxima torpeza y odio. Varias voces señalan que el multilateralismo se resquebraja, las alianzas se deterioran, la democracia se ve amenazada como nunca y el proteccionismo galopa a sus anchas. En pleno siglo XXI, parecemos preferir los campos de batalla a las mesas de negociación, de ahí el clamor –casi la súplica– colaborativo de los líderes del WEF.
¿Cómo podremos transitar de esta realidad sórdida e hiperconflictiva de autócratas belicistas o tecnomillonarios populistas a un entorno colaborativo basado en la acción colectiva y el liderazgo responsable? En encuentros anteriores de Davos se nos alertó de la necesidad de aprender a hacer frente a las policrisis mediante el uso del pensamiento sistémico. Pero nada se dijo sobre cómo evitar que los causantes de esas policrisis (geopolíticas, económicas, financieras, medioambientales) tuvieran un fácil acceso al poder. El espíritu de Davos y el anuncio optimista de una era hiperinteligente chocan con la emergencia de otra era, anunciada por Ian Bremmer, en la que ninguna potencia o líder mundial está dispuesto o es capaz de impulsar una agenda global y mantener el orden internacional. Ese déficit de liderazgo global responsable es cada vez más peligroso. Por eso, las posibilidades de una renovación positiva del orden global o de la construcción esperanzada de una nueva etapa tecnoeconómica anunciada por el WEF coinciden con los mayores riesgos de disrupción y los peores augurios de que estos riesgos se cumplan.
Tal vez, nuestro mayor aprendizaje después de estudiar la naturaleza de las policrisis es que nuestro principal riesgo no venga causado por un evento único o una combinación de eventos, sino por el impacto acumulativo derivado del déficit de liderazgo responsable que amenaza con hacer colapsar el orden global.
Esto significa que la tarea prioritaria para los próximos años no va de promover liderazgos narcisistas atraídos por el dinero y los halagos, autoconsiderados indispensables («hombres fuertes haciendo cosas de hombres fuertes»), que violan con demasiada frecuencia las reglas del juego democráticas, sino que va de promover liderazgos responsables. La columnista de opinión del New York Times y redactora jefe del Huffington Post, Lydia Polgreen, se lo preguntaba recientemente: ¿quién será capaz de encarnar un espíritu de hacer avanzar al mundo con algún atisbo de paz y prosperidad en una era de conflictos sobre la migración, el clima, el territorio, la religión, la cultura o la economía?
Desde mi modesta opinión, la mejor opción a impulsar desde el WEF consiste en la ejemplaridad, es decir, en seleccionar, invitar y poner bajos los focos a aquellos líderes y lideresas de cada sector y región cuyo ejemplo, criterio y estilo de actuación tal vez no sean los mejores del mundo, pero sí los mejores para el mundo. Si el objetivo principal es favorecer la colaboración para una nueva era inteligente, comencemos por escoger a agentes colaborativos e inteligentes capaces de transmitir esperanza y contagiar las ganas de actuar para pasar del ciclo disruptivo actual a un nuevo ciclo constructor, capaz de impulsar una agenda global y mejorar (o al menos mantener) el orden internacional. Davos es una enorme caja de resonancia entre las élites mundiales. Por eso mismo, tal vez su mayor responsabilidad consista en discernir muy bien a quién dan voz y protagonismo y a quién no. Las ideas tienen consecuencias, no lo duden, sobre todo cuando, en lugar de «disparar en todas direcciones sin apuntar», se pone el foco en el mensaje y en la credibilidad de los mensajeros. La sociedad civil global organizada puede hacer un gran bien. Falta ahora que se lo proponga.
Àngel Castiñeira es director de la Cátedra Liderazgos y Sostenibilidad de Esade
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