Cambio Climático

«Es imposible revertir la crisis económica sin resolver antes la ecológica»

Es una de las mujeres más influyentes en la protección medioambiental en España. La antropóloga Yayo Herrero ha conseguido, junto a otras compañeras, llevar a los medios el concepto de ‘ecofeminismo’.

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Cristina Crespo Garay
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13
abril
2017

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Cristina Crespo Garay

Es antropóloga, ingeniera, educadora social, profesora, investigadora, activista y una de las mujeres más influyentes en la protección del medio ambiente en España. Fue co-coordinadora estatal de Ecologistas en Acción y, desde el año 2012, dirige Fuhem, entidad sin ánimo de lucro en cuya sede recibe a Ethic.

Somos herederos del modelo económico del siglo XX basado en comprar, usar y tirar, que tiene mucho que ver con la crisis ecológica y medioambiental. ¿Es la economía circular una solución realista?

Estamos en un modelo que se sostiene produciendo y consumiendo a gran escala, lo que a su vez se basa en recursos finitos de la naturaleza, algo imposible de mantener, y lo que llamamos crisis ecológica es la evidencia de ello. Entre las alternativas, la economía ecológica plantea utilizar una serie de indicadores que permitan analizar la economía de forma diferente, incorporando a los sistemas de contabilidad nacional criterios que no solamente midan en términos monetarios sino también biofísicos. Del mismo modo, la economía feminista plantea que parte de las necesidades humanas están muy vinculadas al cuidado de los cuerpos, y por lo tanto, habría que introducir indicadores sobre el tiempo de las personas. La economía circular se enmarca dentro de lo que propone el paradigma ecológico, que busca articular la economía humana como la propia naturaleza, viviendo con cargo a las energías renovables y favoreciendo sistemas que cierren los círculos. Se pretende que cualquier material utilizado sea objeto de un uso posterior, que sufra un proceso de reciclaje para volver a ser incorporado dentro de los sistemas de naturaleza. Si tenemos en cuenta que la circularidad perfecta no existe, tendríamos que hablar más de una economía espiral, ya que en cada proceso de reciclaje hay que utilizar energía y siempre hay una parte que se pierde. El objetivo sería que cada cosa pudiera dar el mayor número de vueltas posibles hasta que deje de ser completamente utilizable. En realidad, todas esas miradas económicas pasan por asumir que el crecimiento permanente de una población y sus consumos es imposible y, por tanto, tenemos que evolucionar hacia sociedades que aprendan a vivir bien con menos materiales y energía.

«El calentamiento global va a entrar en la agenda sí o sí, diga Trump lo que diga»

La crisis de los últimos años ha provocado cierta despreocupación y falta de inversión en sostenibilidad. ¿Eso cambiará cuando mejore la economía?

Aún falta analizar que gran parte de la crisis ecológica que vivimos es la que ha motivado la crisis económica. Detrás de esta última hay fenómenos relacionados con que se ha basado la economía en lo especulativo, en crear burbujas que crecen y explotan llevándose la riqueza ficticia que habían generado. Hay que tener en cuenta que, tras las dificultades de la economía para crecer, está que la cantidad de petróleo de alta calidad empieza a caer, los conflictos geoestratégicos y bélicos que se producen por hacerse con los recursos finitos que quedan, la lógica del propio cambio climático que dificulta procesos básicos como la fotosíntesis o la renovación hídrica… Eso es signo de que detrás de la crisis económica o, más bien debajo, está la crisis ecológica. Es imposible que la primera se vaya a poder revertir en condiciones justas, generando bienes y servicios para las mayorías sociales, si no se resuelve la ecológica. Nuestro modelo económico ha interiorizado casi como una creencia sagrada que lo importante es el dinero, y que hay que producir y vender cuanto más mejor, sacrificando cualquier cosa con tal de que haya crecimiento económico, porque de él depende nuestro bienestar. Por eso es un modelo tóxico que crece devorándose a sí mismo y acabando con las propias posibilidades de existir y sostenerse para satisfacer de las mayorías sociales.

Según cálculos de la OPEP, queda petróleo para menos de cincuenta años. Las energías renovables ya no son una opción. ¿Se está haciendo lo suficiente para fomentarlas?

No. Estamos en un momento de encrucijada en el que hay sociedades que ya están viviendo con mucha menos energía, pero por la vía violenta del empobrecimiento máximo. La clave estaría en cómo hacer para que el proceso de transición a un modelo que va a llegar sí o sí sea por una vía pausada, que ponga las necesidades de las mayorías sociales en el centro, pero los partidos están bastante fuera de esta dinámica. Las políticas energéticas de España en los últimos años son nefastas en la transición a las energías renovables, porque se ha seguido favoreciendo un modelo fosilista que profundiza el cambio climático y nos deja en una situación de tremenda vulnerabilidad. Incluso los partidos que critican esa política energética aún no han hecho un análisis profundo sobre qué significa eso: implica un cambio radical del modelo productivo y del reparto de la riqueza, nuevas formas de relacionarnos…

Aunque el cambio climático es evidente, entre el reducto de escépticos está Donald Trump, presidente de una de las economías más poderosas y contaminantes, que ha sacado a EEUU del Acuerdo de París. ¿Qué supondrá realmente esta retirada a nivel social y político?

El cambio climático se ha puesto en la agenda y ha venido para quedarse. El aumento del nivel del mar y los fenómenos extremos, la sequía en latitudes como la nuestra o la alteración de los propios ciclos naturales va a tener que ser tratada sí o sí, pero la clave está en cómo. Hay formas muy diferentes de abordar estas cuestiones y algunas pueden ser tremendamente injustas. Si la apuesta es priorizar los intereses de las minorías protegidas por los poderes económicos, políticos y militares, habrá mucha gente que quede fuera. Las fotos de Manhattan sin luz durante el huracán Sandy dieron la vuelta al mundo, pero el único sitio que quedó perfectamente iluminado era la torre de Goldman Sachs. Hay sectores del poder que ya están desarrollando formas de organizar la economía que hacen del capitalismo de desastre una nueva forma de lucro y ejércitos que se están convirtiendo en especialistas del caos. No es cierto que no se esté mirando, lo que no se está haciendo es priorizar la protección de la vida de la gente. El calentamiento global va a entrar en la agenda sí o sí, diga Trump lo que diga, la cuestión es que se aborde desde la perspectiva de todos.

Las mujeres y los niños son hasta 14 veces más vulnerables a los efectos del cambio climático, según un informe Ecodes.

Sí, y los sectores de poder son muy conscientes de ello. Cuando hay un huracán o una catástrofe natural intensa y miras los datos de a qué estrato social pertenecen la mayoría de las víctimas y los damnificados, te das cuenta de que las clases más empobrecidas se llevan la peor parte, porque sus casas son más endebles y tienen menos posibilidades de huida. En el Katrina se vio cómo influyen en ello los ejes de dominación: murieron más personas pobres, más si eran negras y más si eran pobres, negras y mujeres, demostrando que en los desastres la mayor parte de la población que sale perdiendo es la que acumula más vectores de empobrecimiento, sometimiento y desigualdad. Y eso no sucede solamente ante catástrofes sino ante la vida cotidiana, donde todo se les pone muchísimo más difícil. Siempre decimos que la crisis ecológica no tiene ideología, pero cómo impactan todos estos problemas y la políticas que se acometen para tratarlos sí la tienen: se puede hacer poniendo en el centro la vida de todo el mundo o desentendiéndose de las condiciones de vida de gran parte de la población.

¿Cómo podría cambiarse el modelo productivo según la economía social? ¿Implantarla es una utopía?

Nuestro sistema se ha orientado hacia la creencia casi fundamentalista de que las personas, más que respirar, necesitan dinero. Ese principio pasa por encima de destrozar cualquier cosa, pero lo grave no es que se pueda crecer destruyendo naturaleza, sino que al propio crecimiento económico le preocupa poco cómo se reparte el excedente. La economía convencional capitalista no se preocupa de cómo repartirlo sino de que éste se produzca, suponiendo que el beneficio siempre cae en todas partes, pero no es así. Desde un punto de vista ecofeminista, el sistema tendría que hacerse tres preguntas. La primera es qué necesidades hay que satisfacer para todos y todas, ya que la economía normalmente no habla de necesidades sino de demandas, y demanda quien tiene dinero para ello, pero necesidades de abrigo, alimento, casa y relaciones tenemos todas las personas. La segunda es qué hace falta producir para satisfacer esas necesidades, ya que hay producciones que son absolutamente nefastas desde el punto de vista humano, por ejemplo el armamento, en contraste con otras imprescindibles como la de alimentos. Por último, la cuestión sobre cuáles son los trabajos socialmente necesarios para satisfacer esas producciones, porque no todos lo son y hay trabajos igualmente nefastos para nuestras necesidades, aunque las personas que lo realizan merezcan ser protegidas. No sé si es utópico, pero la verdadera fantasía es seguir pensando que, si seguimos como hasta ahora, se van a resolver las necesidades de las mayorías sociales y vamos a poder seguir mucho tiempo en el planeta. No es cierto que no haya propuestas ni planes: hay muchos estudios realizados a nivel estatal sobre cómo transitar del modelo fosilista a uno basado en renovables o sobre cómo vivir utilizando más energía limpia y muchísimos menos recursos. Hay iniciativas, lo que no hay son propuestas políticas o apuestas por hacer cambios estructurales.

En este planteamiento se habla de la invisibilización de los trabajos de cuidados dentro del modelo social y económico, casi siempre realizados por mujeres. ¿Cómo evidenciar y revalorizar estas labores?

Se necesita un importante trabajo cultural. Se han visibilizado en lo que rodeó la manifestación del 8 de marzo, ya que nunca se había hablado tanto de cómo, para feminizar la economía o la política, es necesario desfeminizar antes el espacio de cuidados y que los hombres y mujeres los asuman en condiciones de igualdad. Hay que defender el derecho de toda persona a ser cuidada y garantizar que ninguna en concreto tenga que cuidar de otra, es decir, que ninguna mujer tenga forzosamente que ocuparse de su padre y de su madre si no lo desea, aunque tenga que poner su parte como todo el mundo para que se sostenga el sistema global de cuidados. Economistas y sociólogas como Mª Ángeles Durán han intentado calcular qué impacto tendría económicamente el trabajo de cuidados en los hogares si se pagase al nivel de un salario medio, y sería equivalente al 60% del PIB. Es una gran cantidad de trabajo el aportado que se asigna a las mujeres de forma no libre y que se realiza mayoritariamente en espacios no visibilizados, por no hablar de que, cuando se convierte en un trabajo remunerado, es uno de los más precarios.

Las manifestaciones del 8 de marzo fueron un hito que puede marcar un antes y un después en la situación de millones de mujeres. ¿Supondrá un cambio real?

El cambio está en el movimiento feminista, que ha sido muy despreciado, muy poco entendido y tergiversado por la lógica de que las ‘feminazis’ quieren colocarse por encima de los hombres, sin entender que se pretendía un modelo en el que la vida de hombres, mujeres y personas que no se reconocen con ninguna identidad de género merezca la pena vivirse. Pone de manifiesto la desigual contribución de hombres y mujeres en trabajos como los de cuidados o las brechas salariales que no se sustentan en nada. La visibilidad que tuvo este año la movilización fue gracias al trabajo previo de mujeres de colectivos muy diversos que han sido capaces de componer un movimiento que visibilizara la injusticia de forma plena. Que el debate salte a la agenda pública es muy importante, pero la clave está en que el propio movimiento no permita que se convierta en algo descafeinado que se quede en las portadas de los periódicos. El feminismo aborda problemas estructurales muy grandes a nivel político, económico y de poder, y reformular la economía desde una perspectiva feminista es algo tan radical a nivel económico y social como hacerlo desde una perspectiva ecológica. Supone una nueva organización de los tiempos de las personas, porque se ha pensado la sociedad como si el sujeto que llega todos los días a su puesto de trabajo lavado y planchado fuera el sujeto universal, desconociendo que puede llegar allí desentendiéndose del cuidado de niños, mayores y de su propio cuidado porque, en ámbitos ocultos alguien lo hace, y mayoritariamente es una mujer.

¿Ese debate público tendrá impacto en los hogares?

Sí que lo creo. Por un lado, habrá mujeres que quieran seguir cuidando, también porque tenemos procesos de socialización basados en la culpabilización del hecho de no hacerlo. Esas mujeres deben tener un apoyo de los servicios públicos que les permita cuidar sin renunciar a sus proyectos vitales y sin caer en situaciones de semiesclavitud. La última gran huelga de trabajadoras que se ha mantenido fue la de las cuidadoras de residencias en Vizcaya, que lo han ganado todo gracias a que buscaron alianzas en las personas cuidadas y sus familias, que veían claramente que si una mujer tiene que cambiar y levantar a sesenta ancianos en dos horas no puedo hacerlo con cariño y sin violentar sus cuerpos. La relación estaba clara: a más tiempo, personas más cuidadas y más contentas, y menos culpabilidad de las familias. La movilización es fundamental, porque el patriarcado es un sistema donde los sujetos, mayoritariamente hombres, tienen una importante serie de privilegios y no hay ningún proceso social en el que las personas hayan renunciado a ellos voluntariamente.

«Desde el nacimiento hasta la muerte, las personas dependemos materialmente del tiempo que otras personas nos dedican. Vivir en soledad es, sencillamente, imposible». ¿Cómo se conjuga eso en una sociedad que nos empuja a estar cada vez más solos?

Si la crisis ecológica es el choque entre la naturaleza y las dinámicas capitalistas, esto es un naufragio antropológico fruto de la tensión entre la dinámica económica y lo que somos como personas interdependientes. El capitalismo, para crecer, ha introducido cada vez más cosas dentro de la economía. Una buena parte del crecimiento se ha producido porque cada vez hemos ido pagando más por cosas por las que antes no, sin que eso sea siempre justo. Durante la mayor parte de la Historia, la riqueza natural era gestionada a partir de las relaciones de las personas, que decidían qué y quién podía utilizar los recursos, cuándo, qué pasaba cuando alguien se saltaba las normas… Pero ahora las personas se perciben tan desconectadas de la naturaleza que se interioriza en la idea de quien te lo proporciona es un sistema tecnológico o económico. No nos relacionamos con las cosas a través de las personas sino del dinero: si tengo dinero puedo comprar todo. Esa transformación nos ha hecho asumir que, si necesito cuidados, pago a alguien que me cuide, sin darnos cuenta de que no todo el mundo puede hacerlo.

«Es necesario desfeminizar el espacio de cuidados y que hombres y mujeres asuman las tareas de forma igualitaria»

Esa polarización también tiene que ver con los problemas ecológicos en los hogares. Según las comparativas, una cesta de la compra de setenta euros superaría los cien con productos ecológicos. ¿Son conscientes las familias de que tienen que reducir su huella medioambiental?

Ahora mismo hay problemas de mala nutrición en familias empobrecidas. Eso no se plasma en ver a personas raquíticas, sino con problemas de obesidad porque se comen productos que tienen tóxicos o mucha grasa porque son baratos. Los que estamos alrededor del movimiento ecologista insistimos bastante en que, si solamente hacemos una apuesta por los productos ecológicos, sin analizarlo de una perspectiva de clase, puede haber una especie de pijoecologismo que signifique que haya personas adineradas que consuman productos más sanos inalcanzables para las mayorías sociales. Eso también tiene elementos de voluntad política ya que, cuando analizamos las políticas de incentivos o penalizaciones, es más fácil que encuentres incentivos para la agricultura industrial que para la ecológica, y eso puede cambiar de forma que la estructura de precios varíe. Por otro lado, también hay que asumir cambios en las pautas de alimentación, y reducir la ingesta de proteína animal es una clave de justicia para con los animales y las personas. Es necesario un proceso de educación dentro de las familias, ya que cuando se hacen campañas de sensibilización funcionan rápidamente. La clave está en que la perspectiva de clase esté muy incorporada, y que el sistema alimentario de calidad que sea para todas las personas, no solo para los ricos.

Después de las últimas polémicas, las ONG están en el punto de mira. ¿Hay suficiente transparencia?

Las organizaciones son muy distintas. Hay algunas que se fueron transformando en verdaderas empresas que preferían mantener su organización por encima de sus fines y otras han hecho un trabajo muy intenso pero de forma poco democrática y respetuosa con el lugar donde se cooperaba. En otro lado están otras organizaciones asamblearias y participativas que intentan confrontar con aquellos intereses que destruyen la vida en su conjunto global. Claro que generalizar puede hacer daño a la imagen de las organizaciones, pero es más dañino no afrontar los problemas e intentar tapar los que hay. Siempre habrá sectores interesados en igualar en lo malo a las organizaciones, pero las personas no somos iguales, ni los medios de comunicación, ni los partidos. Lo que ha sucedido en los últimos meses pone en evidencia que hay que revisar desde el punto de vista feminista todos los aspectos de la vida. El patriarcado se cuela en todos los espacios y hay hombres machistas también en estas organizaciones, que se tienen que blindar para que ninguna persona que desprecie a las mujeres o las infravalora pueda llegar a estar haciendo este tipo de trabajos, en contextos vulnerables donde hay grandes desequilibrios de poder.

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