Cultura

No hay magia en Silicon Valley

Saber reinventarse y aprender de los fracasos. Esa es la fórmula del éxito según Guy Kawasaki, una de las voces más escuchadas dentro del mundo del marketing digital y las nuevas tecnologías.

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02
febrero
2016

Dejémonos de relatos épicos: no hay nada mágico en Silicon Valley. Las empresas exitosas que surgen de este epicentro tecnológico situado al norte de California no se diferencian tanto como creemos de la startup que está desarrollando –quién sabe− el vecino de enfrente. Contratar, gestionar y retener a los buenos trabajadores. Para Guy Kawasaki, una de las voces más escuchadas dentro del mundo del marketing digital y las nuevas tecnologías, no es otra la fórmula que hace que un proyecto funcione.

Kawasaki pertenecía a ese «grupo de maniacos raros y narcisistas» encabezado por Steve Jobs que comenzaron a trastear con cables y circuitos en un garaje sin saber que, hoy, estaríamos escribiendo sobre él desde un ordenador Mac. Se refiere a sí mismo como el «evangelizador de Apple». «En aquel entonces -años 80- yo era un evangelista de software, me dedicaba a hacer que las empresas creasen programas para Macintosh. El proyecto era muy ambicioso, intentábamos que gente que nunca había utilizado un ordenador empezase a hacerlo, destapando así toda su productividad y creatividad. Pensábamos que era una forma de revertir la distopía del libro 1984 de George Orwell e, irónicamente, lo presentamos en 1984».

Para este americano nacido en Hawaii, «puede parecer que las empresas de Silicon Valley lo tenían todo planeado, que idearon desde el principio el teléfono, el ordenador, las tablets. Pero nada más lejos de la realidad. Empezaron formulándose preguntas muy sencillas. ¿Entonces, qué? ¿Qué es lo que va a necesitar la gente?», señaló durante un una conferencia organizada por la Fundación Rafael del Pino a propósito de la reedición de su libro El arte de empezar 2.0 (Ediciones Deusto). «Eso fue lo que hicimos nosotros, preguntarnos: ¿Por qué tenemos que ir a la universidad si queremos usar un ordenador? ¿Hay una manera mejor de hacerlo? No os creáis que los grandes proyectos empresariales empezaron con un gran director».

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«Ni tampoco os fieis de lo que dicen algunos ricos payasos. No permitáis que os pulvericen». Entre estos «estúpidos» encontramos a empresarios como Thomas Watson, quien fuera presidente de IBM en 1943, cuando dijo: «Creo que en todo el mundo hay, como mucho, mercado para cinco ordenadores». O a Ken Olsen, fundador de Digital Equipment Corporation (DEC), cuando en 1977 aseguraba que «no hay ninguna razón por la que un individuo quiera tener un ordenador en su casa». La torpeza de la multinacional Wester Union también es bien conocida cuando en 1876 escribió en una memoria interna: «Este teléfono tiene demasiados defectos para ser considerado seriamente como un medio de comunicación. El dispositivo en sí no tiene valor para nosotros».

Quizá por eso Kawasaki se toma el derecho de aconsejar: «Siempre queremos empleados con educación, formación y experiencia, pero no nos preguntamos si les gustará lo que hacemos. Ignorad la falta de educación perfecta. Contratad a gente infectada, y también a gente mejor que vosotros». «Frente a la obsesión de algunos por crear el plan perfecto, la oferta perfecta, el producto perfecto, hay que dejarse ir y, sobre todo, darse permiso para fracasar», opina Kawasaki, que recuerda la primera versión del Macintosh, en blanco y negro, con poca capacidad, lento. «Había tantas cosas que fallaban, ¡y pensábamos que era maravilloso!».

No son pocos los éxitos que surgen de un fracaso, casi, incluso, por accidente. Es el caso de esos famosos papelitos amarillos con los que los más olvidadizos empapelan las paredes o los más organizados separan sus archivos. Sin embargo, poca gente sabe que los inventores de los post-it en realidad pretendían crear un superpegamento que sirviera para pegar aviones.

«Dejad que florezcan 100 flores. Después, dad un paso atrás para ver qué dice el mercado», sugiere Kawasaki, que está convencido de que hay una alternativa al capital riesgo: «El paso crucial no es el dinero, sino acertar con el prototipo». Los beneficios, según él, son un fin para otro fin, nunca un fin en sí mismos. «Hay que crear un producto viable –económicamente−, pero también valioso –que mejore la vida de las personas− y validador –que apoye tu tesis, tu manera de ver el mundo−». Palabra de evangelista.

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