Medio Ambiente

Transición energética: un largo camino

Los últimos años han supuesto un baño de realismo y ya nadie se lleva a engaños: la descarbonización es necesaria, pero será un proceso arduo, lento y bastante caro.

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30
diciembre
2024

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Un vehículo eléctrico necesita para su fabricación unos 80 kilos de cobre, en comparación con los 15 que se utilizan en la producción de un coche de combustión interna. Para reemplazar los 1.350 millones de vehículos impulsados con diésel y gasolina por vehículos eléctricos (más la demanda estimada de otros 2.200 millones de coches para 2050) sería necesario extraer durante siete años seguidos la producción anual de cobre en la actualidad. Y no destinar nada de ese metal a otros de sus muchos usos industriales. Lo mismo ocurre con el litio, de cuyo mineral necesitaríamos 40 veces más cantidad de la que actualmente se extrae.

Son datos de hace escasos años publicados por la Administración de Información Energética de Estados Unidos y por la Agencia Internacional de la Energía, y que el erudito checo Vaclav Smil (uno de los mayores expertos en el estudio de este campo) presenta en el ensayo 2050. Por qué un mundo sin emisiones es casi imposible (Arpa Editores). Aquí es donde un economista clásico trataría de refutar a Smil argumentando que las sucesivas mejoras en la eficiencia de los vehículos eléctricos reducirían considerablemente la cantidad de materiales para su fabricación. A fin de cuentas, ya ha pasado muchas veces antes. Por ejemplo, para todas las funcionalidades que ofrece y su pequeño tamaño, un smartphone es muchísimo más eficiente en el uso de los recursos que un teléfono fijo de hace medio siglo.

Sin embargo, en su ensayo Smil sostiene que esa es una falacia lógica que confunde la sustitución del sistema energético global con el reemplazo de infraestructuras y bienes (que se hace sobre la base de un sistema energético ya asentado). Lo segundo siempre será más rápido y fácil de hacer que lo primero, y la fascinación con el coche eléctrico como pieza central de la transición energética y la descarbonización representa muy bien nuestra confusión porque en él confluyen ambos mundos. Vemos los vehículos eléctricos como un bien tan fácil de introducir en el mercado como lo fue en su día el smartphone, casi sin querer ver que el vehículo de combustión interna que queremos reemplazar está asentado sobre el sistema energético de combustibles fósiles a partir del cual no será fácil, ni rápido, ni barato transicionar.

Casi diez años después del Acuerdo de París, todavía no estamos realizando ninguna transición

De hecho, con los datos recopilados por Smil en su libro podemos afirmar que, casi diez años después del Acuerdo de París, todavía no estamos realizando ninguna transición. Globalmente consumimos más combustibles fósiles que nunca y las emisiones de CO2 a la atmósfera no han dejado de aumentar de manera constante desde que empezó a haber registros hace 80 años. Si quisiéramos ir por buen camino para alcanzar en 2050 el objetivo de emisiones neutras de carbono (no liberar a la atmósfera más CO2 del que somos capaces de capturar), para dentro de cinco años ya deberíamos haber eliminado las emisiones equivalentes a las que producen China y Estados Unidos en conjunto. Smil no niega que la transición energética vaya a producirse, pero sí sostiene que esta será mucho más lenta de lo que las políticas públicas y las iniciativas empresariales pretenden con la apuesta por una implantación masiva en tiempo récord de energías renovables.

En la actualidad, globalmente las energías renovables todavía no sustituyen a las no renovables, sino que las complementan. Es casi imposible que esa sustitución vaya a suceder pronto dada su intermitencia y baja densidad energética en comparación con las fuentes contaminantes que pretenden sustituir, lo que hace que el coste total de implementarlas sea realmente más alto independientemente de que, por ejemplo, el precio por unidad de los paneles solares se haya desplomado en los últimos quince años. Si aún con todo se ha tratado hasta ahora de realizar una transición acelerada es por la resistencia a aceptar que fallar en conseguirla supondría también hacerlo en el objetivo que nos hemos impuesto: limitar el aumento de la temperatura global en 1,5 grados para 2050. Ahora mismo nos comportamos como un jugador de casino que, ante las enormes pérdidas de juego, dobla constantemente su apuesta con la esperanza de reponerse.

En la actualidad, las energías renovables todavía no sustituyen a las no renovables, sino que las complementan

Hay, sin embargo, indicios de que la política europea empieza a comprender que una transición energética acelerada sencillamente no es posible. Aduciendo la necesidad de recuperar la competitividad perdida, el pasado noviembre la Comisión Europea anunció el suavizamiento de varias leyes que fuerzan a las empresas a ser más responsables del impacto ambiental de su actividad.

Mientras tanto, ¿qué hacemos con el coche eléctrico si no va a estar listo para su despliegue masivo en el medio plazo? Vaclav Smil nos da una respuesta en una entrevista concedida a El Mundo. Al ser preguntado sobre si su escepticismo fundamentado en datos puede ser desmovilizador, responde: «el optimismo mal informado y las expectativas exageradas no cambiarán la realidad. El progreso no depende solo de las capacidades técnicas, sino también de la predisposición a prescindir de cosas». También a las formas de hacer las cosas, podríamos añadir.

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