Cuando hablamos de la natalidad en nuestras sociedades occidentales insistimos mucho más en describir su caída que en explicarla. Hablamos con justificada preocupación de un proceso que nos está dejando sin niños, pero no profundizamos lo suficiente en buscar las causas que están provocando un auténtico invierno demográfico.
La demografía es una ciencia joven y no posee un excesivo aparataje teórico, pero sí que ha formulado varias teorías sobre la evolución de la fecundidad. Presentaré tres de ellas que pueden ayudar a entender las causas del descenso de la natalidad en las sociedades modernas: el modelo de la elección racional, el de la aversión al riesgo y el de la equidad entre los sexos.
La elección racional
La teoría de la elección racional se encuadra en el marco de la maximización de las utilidades. Según sus postulados, los individuos (y las familias) muestran un comportamiento racional que les conduce a fijar como objetivo la mejor utilidad posible, término que designa en economía lo que resulta más favorable para la prosperidad del individuo (o de la familia).
Según el economista de la Escuela de Chicago Gary Becker, premio Nobel de Economía, la decisión de tener hijos se establece a partir de la comparación entre las ventajas psicológicas, sociales y culturales esperables y los costes económicos derivados de su nacimiento y educación.
La fecundidad varía según la percepción de las parejas sobre las ventajas de tener un descendiente
Una disminución de la fecundidad en un país se puede explicar por el aumento del «precio» relativo de un hijo o por la disminución significativa de la renta familiar. En sentido contrario, una recuperación de la fecundidad puede obedecer a una disminución de los costes de tener un niño por la implantación de una política de ayuda familiar o un incremento de los ingresos en una etapa de bonanza.
En términos económicos, la formulación de la teoría es la siguiente: la fecundidad varía según la percepción de las parejas sobre las ventajas de tener un descendiente en relación a otros bienes.
En Francia, la fecundidad subió en los años 40 del pasado siglo como consecuencia de la adopción de una política de ayuda familiar. Y lo mismo ocurrió en los años 80 gracias a las prestaciones a las familias numerosas. Sin embargo, la fecundidad ha bajado cuando estas medidas también lo han hecho.
La aversión al riesgo
La segunda teoría, la del temor al riesgo, añade una dimensión temporal al modelo de elección racional. La decisión de tener o no un hijo depende de la manera en la que los padres vislumbran el futuro. Si lo consideran incierto, no se deciden a engendrar un nuevo niño y la fecundidad baja. Eso es lo que ocurrió en Japón con la ralentización económica de los años 90. Las parejas redujeron su fecundidad y consagraron sus esfuerzos a mejorar sus perspectivas de renta o empleo.
Si, por el contrario, las parejas ven el futuro con cierto optimismo mantienen actitudes fecundas más generosas. Así pues, la teoría del temor al riesgo añade al modelo costes-beneficios de Becker la visión que sobre el porvenir tengan los padres potenciales.
La igualdad entre los sexos
Según el postulado de la tercera teoría, una mayor equidad entre los sexos (educación, empleo, sistemas fiscales, prestaciones sociales y familiares) favorece la fecundidad.
Por el contrario, las tasas de natalidad resultan especialmente reducidas con una equidad menor y un modelo tradicional que considera al varón como sostenedor de las familias.
Cuál es el balance
Las tres teorías aportan elementos útiles para explicar el descenso de la fecundidad en nuestras sociedades. Y además son perfectamente combinables. Muchas parejas, cada vez más igualitarias, se plantean con una gran racionalidad la descendencia que quieren engendrar teniendo en cuenta las condiciones del presente y las incertidumbres del futuro.
Es preciso reconocer que es así y admitir, al mismo tiempo, que en las sociedades en las que vivimos la elección racional supedita mucho el nacimiento de un hijo u otro suplementario al bienestar ansiado por sus progenitores.
En la balanza de esa elección pesa más el plato del confort que el de las satisfacciones inmateriales que producen los hijos. Evidentemente, hay excepciones: parejas que no pueden tener hijos porque no poseen las condiciones económicas y laborales que permitirían su crianza y educación. A estas, sobre todo, es a las que hay que ayudar con las medidas que faciliten tomar una decisión racional deseada y no preterida por factores materiales, a veces imperativos.
Una vez más estoy reivindicando la necesidad de establecer en España una política de ayuda familiar que permita a las parejas que son cada vez más igualitarias tomar decisiones deseadas en las que la racionalidad no se vea alterada por factores corregibles y el miedo al futuro tenga el antídoto conveniente.
Rafael Puyol es catedrático de Geografía Humana. Presidente de UNIR, UNIR – Universidad Internacional de La Rioja. Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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