El lado oscuro del ‘vaping’
Promocionados muchas veces como alternativa «segura» al tabaco, los cigarrillos electrónicos esconden riesgos menos visibles.
Artículo
Si quieres apoyar el periodismo de calidad y comprometido puedes hacerte socio de Ethic y recibir en tu casa los 4 números en papel que editamos al año a partir de una cuota mínima de 30 euros, (IVA y gastos de envío a ESPAÑA incluidos).
COLABORA2025
Artículo
El cigarrillo electrónico nació con la promesa de una reducción de daños: un dispositivo que permitiría a los fumadores alejarse del tabaco convencional sin tener los mismos riesgos. A una década de su popularización, la evidencia desvela un panorama menos benigno. La nicotina continúa siendo adictiva, pero ese no es el único problema. Estudios recientes sobre el vaping señalan la presencia de metales pesados, compuestos volátiles y partículas ultrafinas que penetran en el organismo, con consecuencias sobre los sistemas respiratorio, cardiovascular y nervioso.
Su estética con baterías recargables, sabores frutales y diseños llamativos ha atraído especialmente a adolescentes y adultos jóvenes, un segmento que en muchos países supera en consumo de vapeo al de tabaco tradicional. La Organización Mundial de la Salud (OMS) advierte que esta tendencia amenaza con revertir décadas de avances en la lucha contra el tabaquismo.
Si bien la nicotina sigue siendo el principal agente adictivo, la composición de los líquidos para vapear revela otros peligros. Investigaciones de la Johns Hopkins University y de la Universidad de California han detectado en el aerosol del vapeo concentraciones de metales pesados como plomo, níquel, cadmio y manganeso. Estos provienen de las resistencias metálicas que se calientan para producir el vapor. La inhalación continuada de estos elementos se asocia con daños neurológicos, alteraciones en la presión arterial y un mayor riesgo de enfermedades pulmonares crónicas.
La OMS advierte que esta tendencia amenaza con revertir décadas de avances en la lucha contra el tabaquismo
El problema se agrava porque muchos líquidos contienen saborizantes que, al calentarse, generan formaldehído y acroleína, compuestos irritantes con efectos carcinógenos. A diferencia del tabaco tradicional, donde la combustión produce un perfil químico relativamente conocido, la variedad de dispositivos y líquidos de vapeo multiplica las combinaciones y dificulta la regulación. El resultado es un cóctel químico cuya toxicidad completa apenas empieza a comprenderse.
Un informe de las National Academies of Sciences de Estados Unidos concluyó en 2018 que el uso de cigarrillos electrónicos expone a los usuarios a sustancias potencialmente dañinas con consecuencias tanto a corto como a largo plazo. Entre ellas, inflamación pulmonar, alteraciones en la función endotelial —clave en la salud cardiovascular— y efectos adversos en el desarrollo cerebral de adolescentes, más vulnerables a la nicotina y a los metales.
Los casos de EVALI (lesión pulmonar asociada al uso de cigarrillos electrónicos) registrados en 2019 encendieron las alarmas. Aunque en muchos se identificó el uso de líquidos adulterados con tetrahidrocannabinol (THC), las investigaciones revelaron que incluso los productos comerciales legales pueden provocar inflamación y daño tisular. Estudios publicados en The New England Journal of Medicine muestran que el vapeo altera la función de los macrófagos pulmonares, células esenciales para la defensa inmunitaria.
El sistema cardiovascular tampoco queda al margen. La American Heart Association ha advertido que la exposición repetida a aerosoles de nicotina y metales pesados contribuye a la disfunción endotelial, aumenta la presión arterial y puede favorecer la aterosclerosis. Estos efectos, sumados a la elevada capacidad adictiva de la nicotina, incrementan el riesgo de infartos y accidentes cerebrovasculares.
En el caso del cerebro, la preocupación es doble. Por un lado, la nicotina interfiere en la maduración de las conexiones neuronales en adolescentes, etapa crítica para el desarrollo de la corteza prefrontal. Por otro, la presencia de metales como el plomo o el manganeso se vincula a deterioro cognitivo y trastornos de aprendizaje. Además, los jóvenes que vapean muestran mayor propensión a trastornos de ansiedad y déficit de atención, una correlación que exige más investigación pero que refuerza la necesidad de cautela.
Teniendo todo esto en cuenta, las autoridades sanitarias se enfrentan ahora a un desafío complejo: regular un mercado en rápida expansión, con productos que cambian de formulación y presentación constantemente. Mientras algunos países han optado por prohibiciones totales o parciales, otros buscan equilibrar el uso del vapeo como herramienta para dejar el tabaco con la protección de los menores y de los no fumadores. La OMS recomienda políticas estrictas de control, incluyendo la prohibición de sabores que atraigan a los jóvenes, la imposición de impuestos equiparables al tabaco y la obligación de etiquetar claramente los riesgos.
La percepción de «alternativa segura» se desvanece a medida que avanza la evidencia científica. La adicción a la nicotina, la exposición a metales pesados y los efectos en pulmones, corazón y cerebro conforman un riesgo de salud pública que ya no puede considerarse marginal. Informar de manera rigurosa y establecer regulaciones sólidas se vuelve imprescindible para evitar que el vaping reproduzca, con nuevos envoltorios, los daños que durante décadas provocó el cigarrillo convencional.
COMENTARIOS