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Las frases sin dueño

Muchas frases célebres circulan entre nosotros sin autor claro. Atribuidas a grandes figuras, su origen suele ser incierto. La construcción y propagación de estas citas nos enseña cómo se construyen las figuras de autoridad.

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16
octubre
2025

En internet y en las redes sociales abundan las frases memorables atribuidas a pensadores ilustres o personajes históricos como Platón, Lincoln o Einstein. Sin embargo, al investigar su origen, muchas resultan ser apócrifas o fruto de reinterpretaciones populares. Este fenómeno –que parece no dejar de acentuarse con el paso del tiempo– no solo refleja errores menores: es un síntoma de la forma en que construimos la autoridad cultural. Veamos algunas de esas citas célebres en detalle.

«La belleza está en los ojos de quien mira». Aunque se asocia con Oscar Wilde o William Shakespeare, la primera aparición documentada de esta frase se encuentra en Molly Bawn (1878), novela de Margaret Wolfe Hungerford, aunque puede que se remonte a aún antes. Todo un clásico.

«Quien no recuerda el pasado está condenado a repetirlo». Esta advertencia, frecuentemente adjudicada a Churchill o a Burke, pertenece en realidad al filósofo George Santayana. Concretamente, aparece escrita en su obra The Life of Reason (1905).

«La vida es lo que sucede mientras estás ocupado haciendo otros planes». A pesar de ser uno de los versos más icónicos del legendario John Lennon, esta frase, en realidad, apareció por primera vez en 1957 en una columna de Allen Saunders para la revista Reader’s Digest. Aun así, lo más probable es que pase a la eternidad como una cita atribuida al genio de Liverpool.

La propagación de frases apócrifas es un síntoma de la forma en que construimos la autoridad cultural

«Es más fácil engañar a la gente que convencerla de que ha sido engañada». Todos asociamos esta cita con Mark Twain, pero no existe ninguna evidencia escrita que lo confirme. El origen de esta frase es irrastreable.

«No hagas prioridad a alguien si solo eres una opción para esa persona». Circula como cita de la escritora estadounidense Maya Angelou, pero, al igual que en el caso de Mark Twain, no figura en su obra.

«La tolerancia llegará al punto que las personas inteligentes no podrán pensar para no ofender a los imbéciles». A menudo mal adjudicada a Dostoievski, esta frase no aparece en ninguna de las obras del gran escritor ruso. Por el momento, parece imposible que alguna vez lleguemos a saber quién es su autor original.

«Hazlo con miedo». Esta frase se ha atribuido erróneamente a varias autoras contemporáneas, desde Brené Brown hasta Elizabeth Gilbert, pero ninguna de ellas la escribió. Es una máxima surgida en redes motivacionales y popularizada en campañas virales de autoayuda. No hay nadie que no la haya leído a estas alturas.

«Sé el cambio que quieres ver en el mundo». Generalmente atribuida a Gandhi, esta frase no figura en sus escritos. Investigaciones recientes indican que podría derivar de una paráfrasis editorial posterior.

«Los caminos difíciles conducen a destinos hermosos». Repetida hasta la saciedad en redes y pósters motivacionales, esta frase carece de autor claro. Ha sido atribuida sin pruebas a Confucio, Buda e incluso Hemingway, aunque no hay evidencia textual en ninguno de los casos.

«Ningún copo de nieve se siente responsable de la avalancha». Aunque se ha relacionado con Voltaire o, también, con autores rusos, su origen exacto sigue sin resolverse. La frase circula desde hace décadas en contextos activistas y medioambientales, pero no hay pruebas concluyentes sobre su procedencia.

Citas sin firma: una autoridad fabricada

La confusión sobre la autoría de muchas frases célebres no es nueva. Desde los primeros siglos de la imprenta, un error tipográfico, una cita mal atribuida o una frase dicha de memoria en un discurso bastaban para desviar el crédito. A menudo, bastaba con que una edición popular incluyera un nombre equivocado para que la atribución quedara fijada durante generaciones.

Verificar no es una obsesión filológica: es una forma de cuidar el pensamiento crítico

Con la llegada de internet, el fenómeno se ha multiplicado. Las redes sociales propagan mensajes descontextualizados, adornados con retratos de escritores, pensadores o artistas que parecen darles legitimidad. Basta una imagen potente, un nombre reconocible y una idea contundente para que nadie se detenga a comprobar si la frase fue realmente dicha o escrita por esa persona. En ese clima, el impacto emocional suele pesar más que la verdad.

El problema no es solo de precisión, también lo es de honestidad cultural. Repetir sin cuestionar que algo lo dijo Gandhi o Wilde cuando no hay pruebas es participar –aunque sea sin intención– en una cadena de desinformación. Verificar no es una obsesión filológica: es una forma de cuidar el pensamiento crítico en un entorno donde todo circula sin filtro.

En la era de la inteligencia artificial, saber de dónde viene una frase no es un detalle menor. Es, también, una forma de reconocer a quienes realmente la pensaron, aunque nunca se hicieran famosos por ello.

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