ENTREVISTAS

«Nunca le diría a un niño que Bach es mejor que Rosalía»

Fotografía

Txema Rodríguez
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02
junio
2020

Fotografía

Txema Rodríguez

Existen muchas maneras de conseguir una entrevista. Esta, realizada a inicios de febrero en la cafetería Monkee Koffee, se logró con unas torrijas. El pianista británico James Rhodes (Londres, 1975) se mudó en 2017 a Madrid y, desde entonces, no ha dudado en proclamar su admiración por la cultura española. Pero además de defender las croquetas, la paella o la siesta, el concertista busca despojar al mundo de la música clásica de la parafernalia que le rodea. Sin embargo, hoy Rhodes se encuentra inmerso en una lucha aún más importante: conseguir la aprobación de una ley de la infancia que proteja a los menores de abusos sexuales como los que él sufrió de niño.


Tu último libro se titula Playlist: Rebeldes y revolucionarios de la música, un nombre que elude el adjetivo «clásica», aunque se hable de Bach, Mozart o Beethoven. Es, como has comentado en alguna ocasión, una manera de distanciarse de todo lo que se asocia a ese mundo. ¿Por qué crees que existe ese rechazo?

Creo que la gente piensa que, cuando mencionas la palabra «clásico», te refieres a algo que pertenece a otras personas. Es como si paseas por Le Marais en París, observas su arquitectura impresionante y te dices: «es increíble, pero no tiene nada que ver conmigo». En la industria hay gente así, que quiere que su arte sea refinado y exclusivo cuando, en realidad, no lo es. Puedes ver ejemplos entre el público del Auditorio Nacional o en el Teatro Real, esa gente del barrio de Salamanca –donde vivía yo antes– que va a los espectáculos con sus abrigos de piel, y si haces cualquier ruido, te gritan «¡Shhh!». Es como ir a la iglesia. Eso destruye cualquier sensación de disfrute. La música clásica intenta mantenerse dentro de todo eso pero, si la escuchas, si realmente la escuchas, es música. Es toda igual: toda está hecha con las 12 notas musicales.

Vivimos en un mundo acelerado en el que las canciones e incluso los artistas son entendidos como productos de consumo rápido. Muchos de los éxitos que encabezan las grandes listas son canciones pegadizas y cortas que pronto pasan de moda. ¿Qué convierte una obra en algo atemporal que pueda ser entendida en siglos diferentes?

Hay muchísima música atemporal… me refiero a David Bowie, Freddie Mercury o los Beatles. La atemporalidad no es una característica exclusiva de la música clásica. ¿Cuáles son los ingredientes? Si lo supiese, seguramente la estaría componiendo. Probablemente sean los mismos que para los libros o los cuadros. ¿Por qué es atemporal un cuadro de Goya? Creo que es porque tiene algo intangible, algo que no podemos explicar. Para mí, una canción atemporal es aquella que puedes escuchar cientos de veces durante diez años y sigues sintiendo la misma emoción. Eso no sucede con Luis Fonsi. Le quiero, pero…

¿Es posible devolverle el papel de fenómeno de masas a la música clásica?

¡Eso espero! El problema es que hay personas que quieren lograrlo cambiando la música y eso es un terrible error. La música clásica es perfecta y no necesita cambiar nada, pero quizá sí debemos transformar lo que le rodea: la presentación, los lugares, la ropa ridícula que viste la gente, las reglas sobre cuándo aplaudir… Todo eso ya está cambiando, pero despacio. Yo he tocado en el Jardín Botánico, en el Sónar o en Universal Music y, aunque cada lugar tiene un público, todos ellos son muy diferentes al que hay en el Auditorio [Nacional]. Hablar con la gente es algo increíble. Ojalá más pianistas o directores de orquesta lo hiciesen, pero en el escenario lo único que pasa es que el pianista toca, las luces están encendidas y la gente lee el programa mientras tanto. ¡Como si leyesen un ensayo de Jenofonte! ¿Por qué? ¿Tanto cuesta hablar tres minutos sobre el contexto de la pieza? Y luego, se apaga la luz y a disfrutar durante veinte minutos. Ya está, no necesitas dar una conferencia, es fácil. Además, ¿hacia dónde vamos a caminar si no? Las salas de conciertos son los únicos sitios donde no hay Gran Hermano, Tinder, Twitter, Facebook o publicidad. Solo ahí puedes cerrar los ojos y desaparecer durante 90 minutos. Y necesitamos eso ahora más que nunca.

Si nos adentramos en la educación en España, la música ha quedado relegada a segundo plano. Ha dejado incluso de ser una asignatura obligatoria. ¿Qué papel juega la escuela en la misión de recuperar el valor perdido de la música clásica?

No solo sucede en España: nos encontramos lo mismo en Alemania, en Inglaterra, en América… Es una crisis global. Los políticos son los que deben devolverle el valor a la música, porque ellos son los últimos que deciden qué es lo que tiene que enseñarse en los colegios. Normalmente, eso suele significar matemáticas y lenguas porque, por supuesto, necesitamos más banqueros. Es ridículo. Hay cientos de estudios científicos que demuestran que aprender a tocar un instrumento tiene un impacto positivo en todo, desde la autoestima a la concentración pasando por el trabajo en equipo o el propio rendimiento en matemáticas o literatura. Fuera de las aulas, incluso también se han visto sus efectos en adultos con enfermedades degenerativas. El problema es que ahora tenemos una generación entera de niños que acaban el colegio y no tienen ni puta idea de quién es Bach, no saben cómo suena un violín y nunca han escuchado una orquesta. No pueden ver la línea que hay desde Bach hasta Rosalía, ni son capaces de tocar un instrumento. Imagina un niño que acaba el colegio y no sabe qué es el fútbol. Eso no pasaría. Todos –los músicos, los políticos, los educadores– tenemos la responsabilidad de cambiar eso. Pero, al igual que sucede con otras cuestiones, como los niños no pueden votar, es un problema que a los políticos no les importa.

En tu caso, dices que algunas piezas te han salvado la vida. Literalmente.

La música en general, no solo la clásica. Queen, incluso Wham!… Me da un poco de vergüenza, pero amo a [George] Michael. Freedom me encanta desde que era un niño y es muy importante para mí. ¡Qué canción! Nunca le diría a un niño pequeño que, de alguna forma, Bach es mejor o merece más la pena que Rosalía, Leiva, Estopa o Los Secretos. No es así: la música es música, lo que hace es proveer de algo que está por debajo de las palabras, algo que te permite reaccionar, que es lo que los niños necesitan. A mí me sucede lo mismo, me da algo mágico e intangible. ¿Puedes imaginarte un mundo sin ella? Sería inconcebible, tanto para un niño como para un adulto. En mi caso, yo solo era un niño raro, porque para mí la música clásica era mucho más que cualquier otra cosa.

En tus libros Instrumental y Fugas hablas sin tapujos de las agresiones sexuales que sufriste cuando eras niño. Tú reconoces que no te sentiste capacitado para denunciarlo hasta los 31 años, pero hay menores que nunca llegan a hacerlo. En España, existen datos que estiman que entre un 10% y un 20% de la población ha sido víctima de abusos sexuales en la infancia, pero tan solo un 15% ha llegado a denunciarlo. ¿Qué falla en el sistema?

«La única manera de que los políticos actúen es que algo les cause vergüenza suficiente en la opinión pública»

La mitad de los abusos sexuales fueron denunciados a la policía en este país el año pasado. Solo la mitad. Es una locura. Si preguntas por qué los niños no denuncian, lo primero que responden es porque no les van a creer y, segundo, porque aunque alguien les crea, no van a llegar a juicio. Si lo hacen, van a tener que dar pruebas en público de que han sufrido abusos. He visto casos de niños que literalmente se hacen pis en el juicio porque tienen que responder a su violador y, claro, no quieren hablar sobre ello. Es por esta razón por la que estamos desesperados por sacar adelante esta ley lo más pronto posible. Así, las víctimas solo tendrán que mostrar las pruebas una vez en el tribunal ante un juez preparado para la ocasión y los cargos prescribirán cuando cumplan los 30, no a los 18. Se preparará a los profesores para detectar estos casos y tendrán la obligación de denunciar cuando haya una mínima sospecha de abuso para que la policía actúe. Esta legislación lo cambiaría todo y convertiría a España en el país número uno del mundo en protección de la infancia. Es increíble la energía, la lucha y el tiempo que ha sido necesario para llegar a algo tan sencillo y humano como esto. Quiero decir, es una Ley Orgánica, importante, un asunto humanitario. Pero, para los políticos, siempre es política: el PP quiere que sea su ley, el PSOE que sea la suya y Vox no quiere tener nada que ver con ella. Yo solo puedo pensar que todos ellos son padres, y si uno solo de sus hijos hubiera pasado por algo así, esto estaría hecho en una semana. Conocí a Pedro Sánchez hace algo más de un año y medio, me miró a los ojos y me dijo: «Te prometo que vamos a hacer esto. Es una prioridad». Y aún estamos así. ¿Qué problema tienen? No son presupuestos, no es nada sobre Cataluña… Es un derecho básico.

Hace unos meses, el vicepresidente segundo del Gobierno, Pablo Iglesias, impulsó como primera medida del Gobierno esta nueva ley de protección de la infancia y la adolescencia frente a la violencia. Dijo que le gustaría bautizarla como Ley Rhodes. ¿Qué opinas de que se haya barajado tu nombre?

Todo el mundo me pregunta al respecto y es el mayor shock de mi vida. Sí que habíamos hablado de lo que pasaba con la ley, pero nunca del nombre. Yo daba por hecho que iba a llamarse Ley de la Infancia, algo simple, lo normal. Luego mencionaron mi nombre y rápidamente se convirtió en un montón de cosas. Es una lástima que cualquier asunto que tenga que ver con la cultura o con algo humanitario parezca tener que convertirse en un proyecto malo de izquierdas. Sinceramente, es un honor, es algo bonito y nunca lo hubiese rechazado, pero es como tener dinero en el Monopoly, algo que no es importante. Lo fundamental es que la ley se apruebe, da igual cómo se llame. Ni siquiera debería llevar mi nombre, porque no he hecho más que otras personas que han contribuido a que salga adelante. Hay personas y organizaciones que han hecho muchas más cosas que yo desde hace tiempo: Oxfam, Unicef, Save The Children, miles de abogados, doctores, activistas… Lo único que he conseguido ha sido acceder a Sánchez y a Iglesias y hablar de ello en los medios de comunicación. Parece que la única manera de que los políticos actúen es que algo les cause suficiente vergüenza en la opinión pública. Sobre el nombre, si nos hubiésemos sentado y me hubiesen preguntado lo que pensaba, les hubiese dicho que creo que es más apropiado llamarla «Ley de los niños» o «Ley de la infancia», pero no lo han hecho. Si la llaman «Ley Rhodes», bien; si no, también. Lo único que me importa es que salga adelante. Cualquiera que crea que sacar provecho político de una ley como esta es lo más importante, no debería estar cerca ni de ella ni de los niños. Esto no va de eso, va de que miles de menores están siendo violados y sufriendo abusos a diario y están completamente solos. Da igual si se llama la puta ley de la bicicleta, no hablemos más del nombre y centrémonos en sacarla adelante.

En más de una ocasión has defendido que se hable de «violación» y no de «abusos sexuales». Sin embargo, nuestro código penal distingue ambas como dos delitos diferentes. ¿Qué importancia tiene el lenguaje en estos casos?

La diferencia es algo legalmente técnico, pero le daría a alguien todo el dinero que tengo si se sentase conmigo y me explicase por qué un hombre de cuarenta años que viola a una niña de cinco no puede ser acusado de violación. No entiendo esa idea de que se trate de un delito diferente si las víctimas no gritan, lloran o le piden a su agresor que pare. Es el ejemplo perfecto de por qué necesitamos esta ley. Es algo tan incomprensible y bárbaro que no existen palabras.

James Rhodes Txema Rodríguez

En tus obras también hablas de las enfermedades mentales, la ansiedad y la depresión, y pones sobre la mesa el tema del suicidio. ¿Por qué crees que sigue siendo un tema tabú?

Por la misma razón por la que existen tantos tabúes. Todo está mejorando y hay muchos problemas que las personas no habían reconocido durante años pero que, finalmente, ahora sí se están escuchando. Lo mismo sucede con los problemas de salud mental: cada vez se acepta más y más hablar sobre el estrés, la ansiedad o la depresión… Aunque, obviamente, hay personas que nunca van a hablar sobre ello.

¿De qué manera la visibilidad puede ayudar a las personas que están intentando superar ese tipo de situaciones?

Al hablar sobre ello buscamos que no se vean solos y que puedan sentirse identificados. En esa tarea, la prensa también tiene una gran responsabilidad en cómo lo trata y el lenguaje que utiliza. Por ejemplo, normalmente se utilizan expresiones como que alguien ha confesado tener depresión y eso es un error: se confiesa un crimen, no padecer una enfermedad. Lo mismo sucede en el caso de los abusos sexuales. Tenemos que usar las palabras con mucho cuidado, no podemos decir que alguien «admitió haber sido violado cuando era niño», él no admitió nada, a él lo violaron. He comprobado que, en los medios, existe una conexión entre enfermedades mentales y abuso en menores, y ambos son tabúes. Incluso así, podemos ver cómo se habla cada vez más de ello en programas como Sálvame o Love Island y se introduce poco a poco en la cultura popular. Como seres humanos, todos encontramos difícil hablar de violaciones. Yo hablo de estas cosas porque me prometí a mí mismo que, si alguna vez tenía un pequeño altavoz, lo utilizaría para denunciarlo porque es algo que a mí casi me mata.

Hace ya casi tres años que te mudaste a Madrid, una ciudad que reconoces que te ha ayudado a vencer ciertos demonios. Con tus alegatos sobre cuánto te gusta vivir en España te has ganado críticas y chistes por ser demasiado optimista. ¿Tenemos complejo de inferioridad?

«Me sorprende que muchos españoles crean que España es una mierda: es un lugar maravilloso»

No puedo entender que en España exista gente que la odie tanto. Simplemente, no puedo creer la cantidad de personas que dicen cosas como «espera, espera un mes y verás lo terrible que es este país». No lo entiendo. Aunque no exista una ley que proteja a los niños, a pesar de las desigualdades económicas, de la crisis de Cataluña, del auge de la extrema derecha… Para mí este país es mi hogar. Estos problemas existen en todas partes, no son algo exclusivo de España. Por supuesto, podemos centrarnos en ellos y decir que es un país horrible, pero también podemos hablar de los cientos de pequeños milagros que veo cada día. Por ejemplo, ver a la gente entrar en la sala de espera del médico y decir «¡buenos días!» y que todos los que están allí respondan lo mismo. Intenta hacer eso en Londres y espera a ver qué pasa. España es un lugar maravilloso, y me sorprende que muchos españoles crean que es una mierda.

Utilizas las redes sociales –frecuentemente desde el humor– para acercarte a la gente, pero son un arma de doble filo. ¿Cómo podemos lidiar con la batalla dialéctica que se libra en Twitter?

Es curioso, ¿no? Gracias a ellas desayuné con J.K. Rowling, por ejemplo; pero también sabemos que causan enormes problemas, que pueden llevar a alguien al suicidio y causar un dolor inimaginable. No entiendo cómo hay gente que las utiliza para decir lo que sea sin filtro, algo que nunca se atreverían a hacer en persona. No nos damos cuenta del impacto que pueden generar. Hace unos meses, Caroline Flack [presentadora de la televisión británica] se suicidó tras haber sido acosada en la red durante mucho tiempo. Es terrible. Sin embargo, no sabría qué respuesta dar a ello, porque no creo que debamos cerrar las redes, sino aprender a usarlas. El mejor consejo que se puede dar a la gente de Twitter es que silencie a las personas que abusan de la red. Yo solo sigo a personas que aportan un sentido.

Aunque has dedicado tu altavoz para exigir una mayor protección de los menores, por desgracia los retos sociales son muchos. Uno de los más grandes es el cambio climático. ¿Qué papel juegan personas que, como tú, tienen esa presencia en los medios en la lucha contra la emergencia climática?

El mismo que cualquier otro. Es increíble que haya gente que, cuando le dicen que el mundo se destruirá si no hacemos algo para salvarnos, conteste que los científicos no saben nada… Pero luego va al homeópata y se cree que hay pócimas o hierbas para que las articulaciones no le duelan. Tenemos que hablar de ello. No creo que yo sea especialmente influyente en las redes sociales, pero son temas de los que tenemos que seguir conversando, ya sea cambio climático, machismo, abuso infantil o enfermedades mentales. En ese sentido, considero que Instagram es muy peligroso: ves cómo todo el mundo publica fotos perfectas dando a entender que, en su vida, absolutamente todo es así. Lo que no ves es que, hasta que han conseguido esa foto, han hecho otras setenta, y que todo es una mentira absoluta. Es un tema que debería entrar en los colegios. En realidad, creo que todo tiene que empezar en la educación, desde la política a las redes sociales.

Decía Schumann que mandar luz a la oscuridad del corazón de los hombres es el deber del artista. ¿Es un cometido demasiado ambicioso o debería ser una prioridad?

No creo que sea algo exclusivo del arte, sino un deber de todos. Es otra cosa que también deberíamos enseñar en los colegios y otra de las razones por las que creo que la creatividad –no solo la música, sino también la pintura, la fotografía, la cocina o el baile–, deberían incluirse en el currículum. También los deportes. Todas estas actividades son algo maravillosamente hipnótico y bello. Si tienes un hijo de siete años que no es muy atlético, muy listo o que no tiene muchos amigos, y le das un violín y lo metes en un conservatorio o en una orquesta, ese niño de repente crece dos palmos. Necesita sentirse positivo, como me sucedió a mí. No es algo complicado, pero he ido a colegios aquí y en Londres donde no hay nada, absolutamente nada de música. Al preguntarle a los directores cuánto costaría tener instrumentos, te das cuenta de que es una cantidad asumible, pero que tienen que dedicar los fondos a los libros de inglés o matemáticas. Es terrible. No sé, puede sonar un poco perroflauta, pero creo que en cada clase, durante cinco minutos, deberían aprender a meditar. En dos generaciones, habría muchos problemas solucionados. ¿Te imaginas que fuese obligatorio leer la Biografía del silencio, de Pablo D’Ors, en lugar de rezar?

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