ENTREVISTAS

«Mientras la escribes, la novela siempre te acompaña»

Artículo

Fotografía

Victoria Iglesias
¿QUIERES COLABORAR CON ETHIC?

Si quieres apoyar el periodismo de calidad y comprometido puedes hacerte socio de Ethic y recibir en tu casa los 4 números en papel que editamos al año a partir de una cuota mínima de 30 euros, (IVA y gastos de envío a ESPAÑA incluidos).

COLABORA
26
septiembre
2023
Entrevista Ray Loriga

Artículo

Fotografía

Victoria Iglesias

Después de varias semanas de viajes, charlas, presentaciones y maldiciones, consigo ver a Ray Loriga (Madrid, 1967) para hablar un poco sobre literatura, su última novela, ‘Cualquier verano es un final’ (Alfaguara), y su proceso de escritura. Nos vemos en una terraza de Madrid mientras llueve con ganas, pero los dos fumamos y nos juntamos en una mesa pequeña con un par de tercios de Mahou. Ahora lleva parche de pirata y la piel curtida tras tres décadas de profesión, pero Loriga aún encierra mucha literatura a la espera de ser escrita.


En tu última novela, el tema de la muerte y la enfermedad es el motor para desarrollar una trama en la que luce la amistad. Esa amistad de Luis también la ha tenido que encontrar mirándose dentro. ¿Es un homenaje a alguien en concreto?

Existe Luis, sí, pero sobre todo existe una sensación que he tenido con amigas y amigos acerca de lo que significa la amistad en sentido emocional. También como idealización y sublimación, y por eso el libro se convierte en una historia de amor. Tiene que ver con la obligación que le supone al otro ser sublimado. Por eso, el personaje siempre está dudando sobre si es justo colocar en un pedestal a alguien. Toda esa crueldad que también tiene el hecho de amar me interesaba especialmente como ejercicio en la novela.

Eso lo has ido cambiando con la madurez literaria. ¿Crees que antes mirabas hacia fuera para hacer una historia y ahora miras especialmente hacia dentro?

Creo que sí. De niño te distraes más con la ventana, y de viejo –yo me veo ya como tal– vas abriendo ventanas hacia dentro. No porque suponga una fascinación, sino por el deseo de uno mismo de entenderse o entender algunas de las cosas que uno piensa y que la distracción de lo que hay fuera no deja ver. Yo no tengo un plan muy claro cuando me pongo a escribir, lo que sí que tengo claro, lo que de verdad me interesa, es la escritura en sí; es decir, la propia literatura, la forma del objeto.

¿Y cómo es ese proceso?

Intento planificar el asunto en general y dejarme un lugar para la sorpresa mientras escribo. Que cada día escribir tenga algo de vértigo, de sorpresa, de miedo, que no sea el resultado de una metódica planificación. Me gusta arriesgarme a cosas que me supongan un desafío o una emoción cada día. Y, por supuesto, intento escribir del tirón lo más posible, pero me paro a corregir todo el tiempo. Mis días de escribir se resumen en revisar lo de ayer y salir hacia lo del siguiente. No todos los días son iguales, pero en general sí. El principio del día es revisar lo que hice ayer, antes de ayer… y luego, un rato más enfrascado, ir a por lo de hoy.

«Los adjetivos tienden a ser como las manzanas en el barril: si te pasas de adjetivación no sabes qué coño querías decir»

¿Te abandona la creación cuando dejas de pulsar teclas o la novela te acompaña todo el día?

Tiendo a escribir en un mismo lugar, ya sea la mesa de la cocina o el salón. No uso un despacho tal cual. Lo fabuloso de la novela es que, mientras la escribes, siempre te acompaña. Nunca me abandona, lo cual me gusta especialmente, porque va conmigo a todos lados, excepto si veo un partido de fútbol. Entonces me abandona por completo, por eso me gusta tanto el fútbol. Pero el resto del tiempo la novela te acompaña, vives en la novela. Incluso tengo algún sueño relacionado con la novela. Luego te das cuenta de que es una gilipollez, pero ahí está, día y noche.

¿Y puedes leer a otros autores durante este proceso?

Entiendo que me dan el lugar de donde tengo que escribir. De hecho, intento no leer nada que no esté relacionado con lo que estoy creando. Leo lo que creo que me es útil para el proceso en el que estoy trabajando. Durante esta novela, por ejemplo, he leído mucho a Flann O’Brien, Tristam Shandy, Patricia Highsmith y Elisabeth Bishop. Esos cuatro han sido algunos de los esenciales en esta última novela.

¿Qué detestas de la creación de la novela, del viaje?

El viaje es una manera preciosa de definirlo. Creo que lo que más detesto es la llegada: cuando sueñas el viaje de un libro vas con miedo y entusiasmo, y en mi caso no sabes muy bien por dónde vas, así que el momento más duro es cuando vas llegando a puerto. Me da miedo porque tienes el trabajo de finalización, el de la corrección final, que es muy tedioso, y el sentimiento de si uno ha llegado o no adonde quería. Eso es lo que se me hace más duro.

Siguiendo la metáfora, ¿qué faro te alumbra en esa travesía?

Mi faro son las sensaciones cruzadas que me ha producido la literatura que me ha motivado. Es una sensación muy íntima, casi como si yo fuera el único del que me fío. Aunque tengo dos o tres lectores que he tenido cerca toda mi vida, como mi mujer, Fátima, sobre todo está el rumor de la literatura anterior, la que he leído; esa es la manera de aceptar interiormente que he podido hacer una buena travesía: siendo confirmado por lo que he sido o leído.

¿Si algo funciona, repite?

No. Igual que Dylan no suele cantar sus canciones exitosas, yo tengo que sentirme en otra aventura para poder tener esa intuición. Intento no repetir fórmulas, y de hecho creo que lo haría muy mal. Mi cabeza me dice que tengo que ir por cierto sitio que, además, suele ser desconocido.

¿Algo de intuición?

Sin duda, mi cabeza me dice más o menos por dónde debo ir. Trato de hacerle caso, aunque luego viendo el conjunto piense que no era lo que quería. Pero sin duda: mi cabeza me lleva generalmente a donde me hubiese gustado llegar.

¿Estructura?

A veces utilizo la teoría de los tres palos, como en una carpa de circo. Si miras con un corte horizontal, sí que hago una estructura casi mental, pero jamás la dibujo físicamente o la escribo como un mapa que seguir a rajatabla. Lo que más me gusta es ver por dónde me va sorprendiendo la escritura de una manera libre. De hecho, me sujeto en esa máxima de Hemingway que decía: invéntate una buena historia y luego quítale las mejores frases a ver si todavía funciona. Me gusta que haya frases luminosas, claro, cada uno tiene su estilo, pero cada vez más intento no embelesarme.

«Igual que Dylan no suele cantar sus canciones exitosas, yo intento no repetir fórmulas»

¿Entonces, eres enemigo de los adjetivos?

En general, sí. Los adjetivos tienden a ser como las manzanas en el barril. Si te pasas de adjetivación no sabes qué coño querías decir. A veces requiere de técnicas distintas, pero con el tiempo me va gustando cada vez más la sencillez. Depende del estilo, estructura o sensación que quieras crear: no hay reglas fijas.

¿Empiezas muy temprano a escribir por las mañanas?

No inmediatamente, no suele ser lo primero que hago. Nada más levantarme y tomarme un café, leo la prensa mientras me voy despertando, normalmente la deportiva primero y la generalista después. Cuando estoy más o menos despejado, suelo revisar los libros que tengo al lado, los que voy releyendo y que quiero que me devuelvan el tono para ir a escribir.

Volviendo a Hemingway, él decía que escribía de pie para estar un poco incómodo…

A mí me pasa con el frío. Estoy como más tenso, me gusta sentirlo. No me gusta acomodarme para escribir. Por eso a veces me encierro en la cocina o en lugares con mucha corriente. Desde luego, el frío es un compañero bienvenido a la hora de crear. No significa que me ponga el aire acondicionado para tener frío aposta; se trata más bien de no estar cómodo del todo, como si usaras una silla dura.

ARTÍCULOS RELACIONADOS

COMENTARIOS

SUSCRÍBETE A NUESTRA NEWSLETTER

Suscríbete a nuestro boletín semanal y recibe en tu email nuestras novedades, noticias y entrevistas

SUSCRIBIRME