ENTREVISTAS

«Si a los inmigrantes les va bien, a nosotros nos irá mejor»

Fotografía

Pablo Lorente
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13
marzo
2020

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Pablo Lorente

¿Qué se necesita para ganar el Premio Nobel de la Paz y qué significa hacerlo? ¿Va a convertir en mejor persona al elegido? Aunque solo uno puede llevárselo a casa, el listado de nominaciones se ha convertido desde hace años en una variopinta ristra de nombres donde cualquiera –cualquiera, se entiende, que haya hecho méritos– puede aspirar a ser el premiado. Uno de esos nombres que se han postulado para el galardón ha sido el chef José Andrés (Mieres, Asturias, 1969), propuesto por su compromiso social y la labor que desempeña con World Central Kitchen, una «cocina mundial» para quien lo necesite, sea en Washington, Haití o Puerto Rico. Incluso, si fuera necesario, para Donald Trump, cuya política migratoria ha criticado con dureza… y cuyo nombre figura, paradójicamente, junto al suyo en la lista de candidatos.


¿Cuál es el sueño americano del chef José Andrés?

A mí me gusta hablar del sueño americano porque siempre ha sido una cosa bonita, una quimera. Pero al final la vida no son sueños, sino trabajo.

En una manifestación contra Trump por parte de los inmigrantes, pudimos leer una pancarta que decía algo así como: «No illegals, no burritos». Si el presidente cierra las fronteras, y teniendo en cuenta la influencia mexicana, por ejemplo, en la gastronomía americana, ¿qué van a comer los norteamericanos?

Es que eso no va a suceder. Viendo cuál es la retórica de Trump, está claro que va en contra de lo que él ha hecho. Yo esperaba que, como hombre de negocios que es, hubiera mostrado su lado más pragmático. Construyó su gran torre o su gran Mordor –como dirían algunos– a los hombros y las espaldas de un montón de inmigrantes indocumentados de Europa del Este a quienes maltrataba, malpagaba y obligaba a trabajar sin parar. Todo el mundo lo sabe, y más ahora, cuando se le ha visto que tiene en sus restaurantes y en sus hoteles a un montón de personas sin documentación en regla. No habría que querer echarlos, sino reconocer que deberíamos tener una reforma migratoria que saque de la oscuridad a esos once millones de indocumentados, que precisamente son los que dan de comer a América. Eso no va con que hay que proteger las fronteras: todo el mundo quiere proteger lo suyo –yo quiero proteger a mis hijas, a mi pueblo, a mi ciudad, a mi país…–, pero ahí es donde se produce una pequeña divergencia en cuanto a lo que significa la protección. Hay gente que piensa más en la época medieval y en que todos tenemos que escondernos detrás de un muro. Pero si a esas personas, a los inmigrantes, les va mejor, mejor nos irá a nosotros: no solamente dejarán de pensar en venir cruzando ilegalmente la frontera, sino que también, si algún día a América le falta la comida, sabremos dónde acudir.

En uno de sus últimos discursos, Ronald Reagan dijo que no había que cerrarse a los inmigrantes porque entonces Estados Unidos perdería su fuerza: «Cualquier hombre, de cualquier lugar del mundo, puede venir a Estados Unidos y convertirse en estadounidense […]. Si les cerráramos la puerta, nuestro liderazgo en el mundo pronto estaría perdido».

«África produce mucho alimento, no tiene sentido que pase hambre»

Sí. Yo creo que esas palabras de Reagan, de alguna manera, muestran lo que tendría que ser el sentimiento general americano. Es bastante curioso que, en un momento en el que América tiene la menor cantidad de desempleo de su historia, el discurso de Trump haya triunfado, cuando en negocios como el mío necesitamos que lleguen más inmigrantes si cabe. Por eso hay que tener mucho cuidado, ya que cuando repites mentiras sin parar y los medios y las redes sociales parece que te ayudan a seguir esparciendo ese mensaje, acaba imponiéndose como una verdad. También hay que tener en cuenta que existe una parte de América que se siente olvidada por los demócratas y los republicanos, y ese señor [Donald Trump] ha sido elegido con algo que no representa realmente ni a unos ni a otros, aunque ahora se estén escudando tras él. Y no podemos olvidar que fenómenos como el de Trump suceden porque a veces nos olvidamos de ciertos sectores de la población.

Entonces, ¿qué hacen esos sectores?

Acuden a aquel que les prometa ayudas, pero pueden ser cantos de sirena. Trump no tiene la respuesta a todo, igual que no lo han tenido los antiguos presidentes. Sin embargo, sí que está generando enemistades, enfrentamientos para que consideres tu enemigo a aquel que no es como tú lo consideres tu enemigo… Y eso es lo que no podemos permitir nunca de ningún líder. Si no, volveremos a los momentos más negros de la historia.

Pues le propusieron para ganar el Nobel de la Paz…

Pues mucha suerte para el Premio Nobel. Obviamente, dejan que cualquiera esté nominado, porque él no ha hecho nada. Podríamos decir que cuando propusieron –y se lo dieron después– al presidente Obama, tampoco lo había hecho, pero al menos él tenía un mensaje de unificación, de solidaridad… Pero los mensajes de Trump son todo lo contrario. De hecho, los países que han sido los aliados más cercanos a Estados Unidos parece que de golpe son los enemigos y unos dictadores natos puros; y aquellos que han sido los enemigos tradicionales, de pronto parece que son buenas personas a quienes hay que darles una oportunidad. Si este señor merece estar nominado a un premio Nobel, demuestra que en el mundo hay que seguir luchando por entender cuáles son los valores básicos que nos unen a todos. Él, por desgracia, no ha hecho nada por ello. Si no ha conseguido unir a América, imagínate intentar hacer lo mismo con el mundo.

José Andrés Trump

¿Le dejarías sin comer?

Dicen que es mi enemigo, que si soy el chef que está contra Trump… Nunca he estado en contra de nadie, sino a favor de todo: de ser solidario, del respeto, de escuchar a quienes no piensan como yo, de la inclusividad… Estoy a favor de las cosas buenas. Si eso significa estar en contra de aquellos que no respetan todos estos valores, a lo mejor sí que lo estoy. No soy una persona que haya ido nunca contra nadie, y, por supuesto, nunca dejaría a nadie sin comer, todo lo contrario. La mejor forma de demostrarle a una persona que crees que está muy alejada de lo que tendría que ser una normalidad social solidaria sería dándole de comer en un lugar donde hay personas realmente necesitadas. Ivanka Trump, a fin de cuentas, vino a hacer de voluntaria, a hablar con los voluntarios y con muchos de los trabajadores federales en una de las cocinas que abrimos en Washington. No sé si eso es suficiente, pero al menos fue un intento por nuestra parte de conseguir que vinieran republicanos y demócratas y vieran que, al final, los problemas no son de unos o de otros, son de todos.

Ese comedor es uno de los que tu organización, World Central Kitchen, abrió en Washington para atender a los afectados por el cierre de la Administración, igual que sucedió con las víctimas del terremoto de Haití o del huracán de Puerto Rico. ¿Es tan difícil dar de comer a un pueblo como nos hacen creer?

«Fenómenos como el de Trump suceden porque olvidamos a ciertos sectores de la población»

No. La alimentación ha sido para gobernantes y poderosos una forma de control. El alimento no deja de ser algo que nos ha dado siempre la Madre Tierra para el sustento de la humanidad –aunque la hayamos tenido que domesticar–, y no podemos dejar que caiga en manos de alguien que quiere usarla como arma política, militar o social. Y si la utilizan como esto último, que sea para hacer el bien, no el mal. Para acabar con el hambre en el mundo se necesita voluntad política, social y económica. Además, tenemos una tendencia a lanzar dinero al problema en vez de invertir en las soluciones, en las producciones. En la Comunidad Económica Europea hay tanta cantidad de leche y de mantequilla que –por las subvenciones– no se sabe qué hacer con ellas. No muy lejos de esos depósitos hay personas muriéndose de hambre, a quienes esos mismos países están enviando ayudas. ¿Por qué no creamos sistemas en los que no haya que estar dándole limosnas al necesitado, sino que les demos la oportunidad para que cada uno forme parte de la estructura social y se gane la vida por sí mismo? Algunos dirán que este es un mensaje socialista, pero yo para esto soy muy capitalista. Considero que sería, además un capitalismo pragmático, donde a mí me tiene que ir tan bien como al resto. Europa, Estados Unidos y las grandes potencias se han aprovechado de los países más pobres para extraer todos los bienes que nos dan: el oro, los diamantes, la agricultura, el petróleo… Sacan todo su valor y no reinvierten, y yo creo que hay que empezar a ser un poquito más equitativo con la riqueza que hay. África produce mucho alimento y puede producir mucho más, no tiene sentido que pase hambre. Algunos se enriquecen, pero el gran pueblo, que también es propietario de todos esos bienes, no se beneficia de ninguna forma. No digo que todo el mundo tenga que ser rico, pero tampoco tener esas disparidades en el mundo, donde algunos tenemos suficiente para vivir cien mil vidas casi sin trabajar mientras otros se tienen que levantar por la mañana y, antes de respirar, ya son pobres.

¿Cómo gobernaría un chef el mundo?

De la forma más lógica que lo puede hacer. Hace ya muchos años que en la Declaración a favor de los niños, en las Naciones Unidas, se estableció que no hubiera ningún niño que pasara hambre, fuera esclavo o utilizado para la guerra. Pero da la sensación de que los grandes anuncios de las organizaciones no gubernamentales y gobiernos se quedan en eso: en grandes anuncios que tienen un impacto mediático, pero esto no se ve realmente reflejado en las acciones a pie de calle. Entonces, ¿cómo gobernaría un chef el mundo? Para empezar, consiguiendo que los siete mil millones de personas que hay en el planeta dejaran de pasar hambre. Si consiguiéramos solamente que eso sucediera, el mundo sería mucho mejor, automáticamente. También habría más gente productiva y mirando al futuro con esperanza. ¡Y fíjate qué sencillo sería darle un plato de comida a cada persona en el mundo! Sería una de las grandes formas darle la vuelta al mundo en este siglo.

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