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Medio Ambiente

Cómo educar en medio ambiente sin dogmatismos

Es necesario enseñar a las nuevas generaciones a cuidar el planeta con una mirada crítica y datos reales. Sin embargo, para formar ciudadanos responsables, no hay que caer en los dogmas o en el alarmismo.

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02
junio
2025

En tiempos de ansiedad climática, enseñar a los más pequeños a cuidar el planeta se ha convertido en una prioridad para muchas familias. Sin embargo, no es raro que educar en medio ambiente se traduzca en discursos culpabilizadores o, incluso, paralizantes. ¿Cómo formar una conciencia ecológica crítica sin recurrir a dogmas ni recetas mágicas? ¿Es posible enseñar la sostenibilidad sin caer en extremos?

Desde luego, la emergencia climática exige una enseñanza ambiental decidida, pero también equilibrada. La Unesco define la Educación para el Desarrollo Sostenible (EDS) como el proceso que aporta a las personas conocimientos, capacidades, valores, actitudes y comportamientos para vivir respetuosamente con el medio ambiente.

En España, existen planes como el PAEAS y la inclusión de la EDS en la LOMLOE, reflejo de que es imperativo conectar la educación con los retos reales y no con verdades incuestionables ni culpabilización. Como advierte la Red Española de Desarrollo Sostenible, la educación ambiental debe ser parte de una acción transformadora. Pero ¿cómo lograrlo en el aula y en casa sin alarmar ni adoctrinar?

En lugar de imponer posturas rígidas, la educación ambiental debe abrir preguntas y fomentar el pensamiento crítico y la capacidad de actuar. La Agencia de Protección Ambiental de EE.UU. subraya que la EDS «no defiende opiniones ni procedimientos particulares», sino que enseña a sopesar los distintos lados de una problemática con una mirada crítica y fundamentada. De hecho, su deber es aumentar la conciencia y el conocimiento, así como ofrecer herramientas para tomar decisiones informadas y medidas responsables.

Este enfoque es clave para contrarrestar el auge de la ecoansiedad juvenil: según el Foro Económico Mundial, un 67% de los jóvenes estadounidenses de entre 18 y 23 años están muy preocupados por el cambio climático. Pero, en lugar de paralizar por el miedo, las propuestas educativas actuales deben animar a la acción concreta, como el activismo local o los programas de voluntariado.

Un 67% de los jóvenes de entre 18 y 23 años están muy preocupados por el cambio climático

Los niños y adolescentes aprenden mejor con ejemplos cercanos que con teorías abstractas. La psicóloga educativa Amaya Prado recuerda que el hogar es la principal fuente de aprendizaje social: los niños observan e imitan los hábitos de sus padres. Por eso es fundamental integrar la sostenibilidad en lo cotidiano y también en lo lúdico. Actividades simples como clasificar residuos, cuidar un huerto o ahorrar agua en casa tienen mayor impacto formativo que un discurso alarmista. El juego, en este sentido, es un vehículo privilegiado: enseña sin moralizar, despierta curiosidad y refuerza aprendizajes duraderos.

Asimismo, la educación ambiental debe integrarse de forma transversal en el currículo escolar. La Unesco promueve que la sostenibilidad se aborde desde todas las asignaturas y niveles, no solo como un tema de ciencias naturales. Esto implica relacionar los contenidos ambientales con la geografía, la estadística, la literatura o el arte, y hacerlo mediante metodologías activas, como el trabajo por proyectos.

Y la experiencia directa es esencial. Proyectos como los huertos escolares, las campañas de reciclaje o las cooperativas energéticas juveniles, permiten que los jóvenes comprendan el impacto de sus acciones y desarrollen un vínculo emocional con el entorno. Por ejemplo, según el Centro Nacional de Educación Ambiental (CENEAM), los huertos escolares «permiten expandir la educación ambiental, convirtiéndose en una herramienta potencialmente transformadora que consigue diluir las fronteras entre lo teórico y lo práctico». Un informe del Centro Nacional de Educación Ambiental explica que estos huertos urbanos se han extendido en los centros educativos como una realidad transformadora con cientos de huertos registrados en los últimos años. Aprender sobre ciclos biológicos, cambio climático o nutrición se convierte en una tarea tangible (plantar semillas, compostar residuos, medir la lluvia, preparar hortalizas).

El programa Ecoescuelas en España, por su lado, cuenta con miles de colegios que elaboran diagnósticos de su centro (agua, residuos, energía, biodiversidad) y aplican mejoras concretas con la comunidad. Por ejemplo, una de las escuelas instaló contadores para medir el consumo eléctrico real y así motivar un reto de ahorro energético entre alumnos y profesores; otra montó un huerto donde los alumnos cultivan hortalizas con abono orgánico, aplicando en vivo lo aprendido en clase. También crecen las iniciativas regionales: en Andalucía, la Agenda 21 Escolar guía a los centros en planes de acción a 3 años; en Cataluña, muchos institutos participan en redes de cooperativas escolares de energía renovable.

Desde huertos en colegios rurales hasta simposios científicos juveniles en ciudades, pasando por concursos de fotografía ambiental o cooperativas de reciclaje gestionadas por alumnos, todas estas iniciativas comparten un hilo común: empoderar a los jóvenes a actuar en su entorno inmediato. Así, les hacen comprender la complejidad de los problemas y les integran en la solución. Educar en medio ambiente sin dogmatismos no es sencillo, pues exige combinar rigor y creatividad, datos y diálogo. Significa informar sobre hechos científicos (por ejemplo, los efectos del clima) pero siempre brindando contextos de acción —y de cierta esperanza—.

 

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