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Bienestar digital

¿Cuánto contamina Internet?

La transformación digital no es inocua, sino que tiene un coste medioambiental alto y en el que raramente se repara. ING y Ethic reúnen a un grupo de expertos para visibilizar esta cuestión y contribuir a buscar soluciones que permitan un uso más sostenible de la tecnología.

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27
junio
2025

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Un ordenador, una tablet, un teléfono móvil… Nuestros dispositivos electrónicos son herramientas pequeñas pero sofisticadas que nos facilitan la vida al permitirnos realizar un sin fin de acciones cotidianas con un solo clic: desde tomar y almacenar fotografías, intercambiar mensajes, interactuar en redes sociales o visualizar vídeos hasta comprar cualquier bien o servicio, pasando por operar con nuestro banco, con nuestro médico o con el colegio de nuestros hijos. Pero esas asombrosas y aparentemente inacabables capacidades que nos ha traído Internet y la digitalización no salen gratis, sino que tienen un impacto medioambiental en el que pocos reparan. Analizar esa huella climática que el mundo virtual deja en el físico e impulsar un uso más consciente y sostenible de la tecnología ha sido el objetivo de un debate organizado por Ethic e ING. En el encuentro, moderado por Pablo Blázquez, editor y fundador de Ethic, diversos expertos han intercambiado experiencias e ideas sobre cómo avanzar hacia unos entornos digitales más responsables con el medio ambiente. 

Se estima que el sector de la tecnología y las telecomunicaciones en su conjunto es responsable del 5% de las emisiones mundiales de CO2. Según la Agencia Francesa de Medioambiente, un solo correo electrónico de 1 MB genera 19 gramos de CO2. «Vivimos un momento de toma de conciencia. Poco a poco, ciudadanos, entidades y empresas empezamos a ser conscientes del impacto que tiene el uso de la tecnología en el medio ambiente», declaró Ester Casado, responsable de Sostenibilidad de ING España y Portugal, en el arranque del encuentro. Esta especialista destacó que, más allá de la contaminación visible, hay impactos menos conocidos, como «la acumulación innecesaria de contenido digital que mantiene ocupados servidores constantemente», y problemas como «la sobreexposición a pantallas, la fatiga tecnológica y la hiperconectividad; que también afectan a nuestro bienestar digital». ¿Cómo atajar estos desafíos? Para Casado, «la solución no está en desconectarse de Internet, sino en aprender a reconectarnos con nosotros mismos».

Empezar por educar

Quizá una de las mejores formas de empezar a tejer esa conexión sea desde el ámbito académico. Para Pepe Maradiaga, profesor en la URJC, la transición digital implica un impacto socioambiental que «tiende a no verse y que es necesario visibilizar. La economía digital es tan material como la física: los dispositivos, los residuos… Su uso implica riqueza y ahorro, pero también requiere mucho conocimiento y conciencia crítica para lograr que su impacto sea menor», advirtió. Según este docente e investigador, es fundamental que la educación en ese sentido llegue desde edades tempranas: «Estamos en una sociedad en la que los niños incorporan la tecnología desde muy pequeños, y es importante que conozcan sus implicaciones». 

Begoña Villacís, directora ejecutiva de SpainDC, la asociación que representa a los data center en España, lamentó la falta de conciencia ciudadana sobre esta materia y apeló «a explicar las cosas con rigor, huyendo de dogmatismos y de polarización». «Cuanto más sofisticada es la sociedad, más desarraigo hay con los ‘cómos’. Hemos renunciado a saber cómo funcionan las cosas y necesitamos enseñar otra vez a los niños a comprender los fundamentos del mundo», reflexionó. Villacís invitó a desechar determinados falsos mitos que acompañan a la digitalización, y puso el acento en sus contribuciones al medioambiente. 

Adelaida Sacristán, directora de Estudios y Gestión del Conocimiento de COTEC, concordó con ambos expertos en que «cualquier avance pasa por educar, sensibilizar y empoderar a la ciudadanía para que tome decisiones en las dos transiciones (digital y sostenible)», y recordó la importancia de «crear esos espacios donde se formulen objetivos comunes».

Adelaida Sacristán: «Cualquier avance pasa por educar, sensibilizar y empoderar a la ciudadanía para que tome decisiones en las dos transiciones»

Algo que atañe a la infancia y a la juventud, pero no solo, pues el desconocimiento sobre el impacto digital de la tecnología se extiende en todas las generaciones. Por ello es clave llegar al conjunto de la sociedad, por ejemplo, fomentando la sensibilización en entornos laborales o facilitando el acceso a la información, como ha ejemplificado Casado: «Formamos a nuestros equipos para que adopten hábitos digitales más conscientes, como alargar la vida útil de los dispositivos, reducir el almacenamiento innecesario o valorar criterios de sostenibilidad a la hora de elegir tecnología. Y también trasladamos ese compromiso a nuestros clientes, ayudándoles a entender el impacto de sus decisiones digitales y facilitando herramientas que les permitan actuar de forma más responsable».

Hacia una digitalización ambientalmente sostenible

Paloma Barreiro, Head of Digital Product de B100 subrayó que, hoy por hoy, ninguna nueva empresa es viable sin una cierta aspiración sostenible. «Da igual el sector en el que estés. Cualquier compañía que sale al mercado tiene un impacto en su entorno, y solo pueden tener un futuro aquellas que se preocupen por asegurarse de que ese impacto es positivo o, al menos, de que se reduce el negativo». Pero, ¿cómo podemos asegurarnos de que esto se cumpla?

María Lázaro (Adigital): «Los estudios demuestran que cuanto mayor es la implantación de la tecnología, menor es su impacto ambiental»

Un pensamiento con el que coincidió María Lázaro, directora de Desarrollo y Marketing de la Asociación Española de la Economía Digital (Adigital). «Los estudios demuestran que cuanto mayor es la implantación de la tecnología, menor es su impacto ambiental. Menores desplazamientos o más teletrabajo son derivadas de la digitalización que favorecen la reducción de emisiones de CO2», indicó. La cuestión es: ¿cuánto? «Si queremos diseñar una digitalización que verdaderamente impulse la sostenibilidad, tenemos que ser capaces de medir con datos precisos esos impactos», recalcó.

En ese sentido, Adelaida Sacristán adelantó un proyecto de benchmarking en el que su organización está trabajando para medir el impacto de la IA generativa, «no únicamente desde el punto de la eficiencia o de cuán buenas son las respuestas que da a una determinada consulta, sino también desde un punto de vista ambiental, es decir, de determinar la huella que ha supuesto llegar hasta esa respuesta». 

Sacristán recordó que, aunque ambas transiciones están inevitablemente conectadas, aún hay mucho margen de mejora en ese entendimiento: «Las dos avanzan en paralelo, pero los agentes de uno y otro ecosistema no cuentan con suficientes espacios de conexión y reflexión conjunta para fijar objetivos comunes y avanzar alineados».  Pero, si se lograran implementar este tipo de medidas, según María Lázaro, España tiene un gran potencial para convertirse en «el gran hub digital de Europa en el que la digitalización pueda tirar de la sostenibilidad».

Redes de alianzas

Además de recalcar la importancia de la educación, «para que la ciudadanía conozca las implicaciones de almacenar fotografías en sus dispositivos o de cargar su móvil», así como de la visibilización de buenas prácticas «que ya están teniendo lugar en la industria, como los algoritmos verdes de IA», Lázaro quiso introducir un tercer eje: «la colaboración público-privada, para que no falle la sintonía entre administraciones y sea posible crear un marco regulador coherente, simple y armonizado en el contexto europeo». 

Esta última vía, acordaron los participantes, es esencial para resolver la dicotomía entre tecnófilos –que solo ven virtudes en la revolución tecnológica– y tecnófobos –que tienden a una visión catastrofista del fenómeno digital–. «No hay que demonizar la digitalización, sino apoyarse en ella para llegar a puntos de encuentro que nos permitan avanzar», señaló Paloma Barreiro. Pero para que esto sea posible, es imprescindible fomentar las alianzas. «Sin un claro compromiso de colaborar es imposible llegar a una transición de valor», añadió.

Begoña Villacís (SpainDC): «Estamos a la cabeza de regular, pero no de hacerlo a tiempo»

Algo que compartió Villacís: «el futuro está en la colaboración». Sin embargo, en opinión de la directora ejecutiva de SpainDC, las administraciones europeas se están quedando obsoletas. «Estamos a la cabeza de regular, pero no de hacerlo a tiempo. Los tiempos de evolución social y su relación con las leyes se han desincronizado. En Europa hay seguridad jurídica, sí, pero también los costes laborales, de producción o los impuestos son más altos, y esto acaba teniendo un efecto disuasorio para empresas e inversores». 

Ester Casado, también resaltó el poder de la colaboración como palanca de cambio. «Las alianzas permiten compartir recursos, conocimiento y acelerar soluciones que por separado serían mucho más lentas o limitadas en impacto. En un contexto tan dinámico como el digital, estas sinergias son especialmente valiosas, ya que permiten responder con agilidad a los desafíos ambientales que enfrentamos», explicó. Por esa razón, «en ING trabajamos estrechamente con administraciones públicas y otras empresas para construir marcos de financiación sostenible».

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