Cómo llegar mejor a viejos
De la percepción de declive a un enfoque en el propósito: necesitamos transformar nuestros hábitos, políticas públicas y economías para garantizar no solo vidas más largas, sino también más saludables, plenas y significativas.
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El músico David Bowie lo expresó así: «Envejecer es un proceso extraordinario mediante el cual te conviertes en la persona que siempre debiste haber sido». Sin embargo, más allá de lo poético de esta frase, la realidad es que vivimos en una sociedad profundamente temerosa de esa etapa vital. La vejez usualmente se asocia al declive, la mala salud y la soledad.
Esta narrativa desalentadora tiene, en parte, su raíz en un hecho paradójico. La humanidad ha logrado extender significativamente la esperanza de vida, duplicándose en los últimos 120 años en los países industrializados y con proyecciones de un aumento promedio de 4,5 años adicionales de cara a 2050 en todo el mundo. Sin embargo, incluso en las regiones con expectativas actuales más bajas, persiste una brecha considerable, de 9 años, entre la esperanza de vida y la esperanza de vida saludable. En otras palabras, hemos alargado el tiempo, pero no hemos asegurado que esos años extras sean disfrutados en condiciones de buena salud.
Nadie desea vivir 100 años en malas condiciones. Por esta razón, el concepto de longevidad cobra más relevancia que nunca: la capacidad de vivir una vida larga, más allá de la edad promedio, pero con buena salud. Esto nos lleva a plantear la gran pregunta: ¿qué está en nuestras manos para vivir más y mejor?
La edad cronológica es fija y poco podemos hacer al respecto, más allá de mentir sobre ella. En cambio, la edad biológica —el verdadero estado de nuestro cuerpo, órganos y células— es mucho más maleable, ya que en ella influyen diversos factores. Aunque la predisposición genética, al menos con los conocimientos actuales, no puede modificarse, hay buenas noticias para quienes no han sido especialmente afortunados en la «lotería genética»: este factor solo afecta alrededor de un 15% del proceso de envejecimiento. El resto depende de nuestros hábitos y de las influencias externas, aspectos sobre los cuales sí tenemos cierto control.
Cuanto antes se adopten medidas preventivas y hábitos saludables, mejores serán los resultados
Envejecer mejor es posible, según la ciencia, pero no es una tarea para el futuro, sino para empezar hoy. Cuanto antes se adopten medidas preventivas y hábitos saludables, mejores serán los resultados. La receta no es un secreto para la mayoría: una buena higiene del sueño, mantenerse físicamente activo, seguir una dieta saludable y variada —con poca carne y abundancia de frutas, verduras, frutos secos, pescado y aceite de oliva—, evitar el estrés crónico y priorizar la salud mental. Por supuesto, hay que evitar el consumo de alcohol y tabaco.
Sin embargo, más allá de estos hábitos recomendados, existen factores no biológicos que influyen significativamente en el envejecimiento, como la vivienda, el entorno social y familiar, los recursos económicos y el nivel educativo. Por ejemplo, investigaciones destacan la importancia de las conexiones sociales fuertes para reducir el riesgo de mortalidad y cómo este aumenta en circunstancias de aislamiento social. O cómo las mujeres, a pesar de tener mayor esperanza de vida, enfrentan una carga específica de enfermedades no transmisibles (diabetes, afecciones respiratorias, cáncer, etcétera, cuyo factor de riesgo común es el envejecimiento) y barreras para acceder a la atención sanitaria debido a la falta de recursos y dinámicas familiares, especialmente en países de ingresos medios y bajos.
Los determinantes socioeconómicos explican, en gran medida, las diferencias en la esperanza de vida entre regiones del mundo. Por ejemplo, en Japón y España alcanza los 85 y 84 años, respectivamente, mientras que en Nigeria es de solo 54 años; y en Haití, de 65 años. Es evidente que, sin estabilidad económica, el acceso a una dieta equilibrada se complica o si una persona se encuentra en una situación de multiempleo para poder salir adelante, el tiempo disponible para hacer ejercicio o disfrutar de su entorno social se ve seriamente limitado. En definitiva, la desigualdad impacta en todos los aspectos de la longevidad, debilitando la resiliencia individual de algunas personas más que otras.
Ante la perspectiva de unas sociedades más longevas, la investigación avanza en diversas disciplinas sobre cómo abordar esta nueva realidad demográfica y lograr una longevidad saludable. En el terreno científico, existen debates profundos sobre si es posible o no una prolongación radical de la vida humana o no en este siglo, así como la búsqueda de fármacos para ralentizan el envejecimiento, con avances centrados en distintas áreas de investigación como, por ejemplo, la restricción calórica, las bacterias del intestino, los senolíticos, la metilación del ADN, entre otras muchas, como describe Coleen Murphy, autora del libro The Science of Aging and Longevity.
Políticas para la vejez
Desde el ámbito de la macroeconomía y las políticas públicas, destacan las contribuciones del economista británico Andrew Scott. Autor del libro The Longevity Imperative, Scott propone centrarse en la longevidad en lugar de en el envejecimiento. Sostiene que la «primera revolución de la longevidad» está casi concluida, gracias a los avances que han reducido significativamente la mortalidad infantil y en la mediana edad, lo que permite que la mayoría de nosotros podamos esperar llegar a la vejez. Ahora, la «segunda revolución» debe enfocarse en transformar la forma en que envejecemos, no solo para vivir más tiempo, sino para «hacerlo con mejor salud y mayor productividad».
Este planteamiento invita a repensar no solo nuestra salud —con la prevención como eje central—, sino también nuestras trayectorias profesionales, habilidades, finanzas, relaciones interpersonales y el sentido de propósito en nuestras vidas. Se trata de un desafío tanto individual como colectivo. Por un lado, es esencial hacer hincapié en la alfabetización de la longevidad, es decir, «capacitar a las personas para llevar una vida saludable, sostenible y plena, con dignidad y propósito, mientras desarrollan la resiliencia necesaria para afrontar los desafíos de un mundo en constante evolución», según subraya el Foro Económico Mundial. Por otro, se trata de un esfuerzo colectivo, que involucra a instituciones públicas, los sistemas de salud, las empresas, las estructuras familiares y una transformación cultural más amplia.
Este cambio de paradigma requiere ver el envejecimiento no como un estado, sino como un proceso, promoviendo además narrativas que pongan en valor las capacidades y el potencial productivo de la población de mayor edad. Una sociedad de la longevidad «anclada en la prevención, la innovación y la inversión», subraya Scott, y que combata el edadismo, haciendo a las personas de todas las edades partícipes e integradas de manera plena en las esferas del hogar, el trabajo y la comunidad a la que pertenecen.
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