Sociedad

Bajo el silencio

A través de una serie de entrevistas a víctimas, verdugos, políticos o curas, Iñaki Arteta rompe el silencio y mira hacia atrás para trazar un retrato de la actual sociedad vasca y explicar el presente político.

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18
diciembre
2024
Portada de ‘Bajo el silencio: La sociedad vasca, espejismo de paz’ (Espasa, 2024)

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(De pie en la plaza de un pequeño pueblo, junto a la iglesia. Apenas hay ruido. Cielo nublado).

Entrevistador. Cuéntenos, padre, cuánto tiempo lleva aquí en esta parroquia.

Párroco. Esta parroquia la conocí yo hace aproximadamente treinta años, que fue mi primer destino aquí. Después estuve en otras parroquias y, últimamente, pues me dijeron a ver si podría encargarme de ella. Pues aquí estoy. Llevo dos años en esta segunda etapa.

E. Y ¿cómo es este pueblo? ¿Por qué se caracteriza?

P. En el pasado era un pueblo muy diseminado, al no tener un casco urbano, pero era un pueblo en el que la gente se conocía. Un pueblo cercano, muy de caserío, con una peculiaridad en el lenguaje: que normalmente se hablaba castellano, aunque todos supieran el euskera. No sé dónde lo aprendían, pero entre ellos utilizaban más el castellano que el euskera. ¿Por qué? Yo creo que sería por la inmigración que había recibido en aquellos tiempos, ¿no?, porque el centro del municipio lo ocupa históricamente una gran fábrica. En este barrio, junto a la iglesia, la gente es euskaldún —que habla euskera— y en otros barrios, un poco más allá, vive la gente que habría venido a trabajar a la fábrica. Desde entonces a hoy ha cambiado mucho la fisonomía del pueblo. Ahora no se ven barrios diseminados o casas diseminadas. Todo lo que antes había aquí de huertas ha desaparecido para dar paso a la construcción nueva que estamos viendo.

E. ¿De cuántos habitantes estamos hablando?

P. Estamos por encima de los dos mil trescientos, y en aquellos tiempos no llegaría ni a mil setecientos. Puede que la población haya bajado algo también. Ya no es como… como hace diez, quince años, que iba creciendo y había que hacer más construcción y tal, pero vamos.

E. Usted, como párroco, visita otros pueblos, ¿no?

P. ¡Jo!, ya no hablamos ni de párrocos. Hablamos de curas.

E. Ya, ya. De curas.

P. Porque eso de párroco, ¡ja, ja!, parece que echa para atrás, ¿no? El cura, que de alguna forma se responsabiliza de una parroquia o, más bien, de un equipo parroquial, ¿no?, donde ya no es el cura el centro, sino que es un equipo parroquial: seglares con el cura, el consejo parroquial, etc., ¿no? Yo estoy en cuatro parroquias de pueblos de alrededor. Bueno, me reparto el tiempo aquí, allá…

E. O sea, que estamos hablando de cuatro parroquias con cuatro comunidades distintas en cuatro pueblos. ¿Hay diferencia entre los pueblos?

P. Sí. Sí. Uno de los núcleos es mucho más euskaldún y más rural. En las otras tres poblaciones, yo no sé si por la inmigración o por qué, hay más castellanoparlante, aunque sea autóctona la gente, pero más castellanoparlante. Los que han tenido más roce con la gente inmigrante se han adaptado mejor. En este pueblo, por ejemplo, no creo haber sentido esa falta de integración, sino todo lo contrario. La gente se relaciona perfectamente con los demás.

E. Padre, me gustaría también hablar de la historia reciente. Estos pueblos de los que usted me ha estado hablando han sido testigos de muchos cambios, de muchos acontecimientos, ¿no?, que supongo que habrán marcado a la gente que vive aquí en estos pueblos. ¿Cómo considera que ha sido su evolución, teniendo en cuenta los años de conflicto armado, los procesos de paz…?

P. Creo que esto no es privativo de estos pueblos de los que estamos hablando, sino más bien de la zona euskaldún. O sea, a ver si me puedo explicar de tal forma que se pueda entender. De vivir una vida muy familiar, muy religiosa en la familia, muy euskaldún, de juntarse para cenar, por ejemplo, pues de la noche a la mañana, o sea, en menos de una generación, se rompió de alguna forma lo que era la vida familiar, la vida religiosa y la relación con la Iglesia. Empezaron las discotecas, los campos de fútbol, otras diversiones, diríamos, y otro tipo de lugares de encuentro para socializarse. Y, en ese sentido, la Iglesia perdió mucho. Tan es así que al mismo tiempo que perdía, ganó… pero en odio, diríamos. Aquella religiosidad de los padres se había convertido en un rechazo y hasta en un odio contra la Iglesia. Parece como si los curas hubiéramos sido los caciques del pueblo o los que obligábamos a la gente a hacer esto y de esta forma y tal. Entonces, la siguiente generación quería liberarse de todo eso y arremetía contra los curas. En ese sentido se ha visto un cambio no solamente grande, sino incluso radical.

«Hoy, la convivencia no voy a decir que es mejor, más bien es lo que yo suelo decir: que más que respetarnos, nos ignoramos, que es muy distinto»

E. Ha hablado usted de ese proceso de secularización. Pero en estos pueblos, en el País Vasco, la violencia también ha marcado mucho a la gente, supongo, ¿no? ¿Cómo se vivía eso en la calle?

P. En la calle no lo sé, pero sí sé cómo se vivía, por ejemplo, en los funerales. Se notaba que si el muerto o la muerta, el difunto o la difunta fuera de un partido o de otro, aquel partido respondía pues con la… con la afluencia de gente, ¿no?, del partido y tratando en aquellos momentos, además, de que hubiera ciertos signos que identificaran externamente pues el partido al que pertenecía ese… ese difunto, esa difunta, ¿no? Trataban de poner la ikurriña o trataban de que hubiera un txistulari que… Y, bueno, tuvimos también nuestros problemas en ese sentido porque, claro, no podías dejar que afloraran esos signos externos dentro de la Iglesia porque no eran signos de unión sino de desunión y de enfado con la gente: «¿Por qué a nosotros no y a los otros sí?». Pero yo creo que, en ese sentido, hoy, la convivencia no voy a decir que es mejor, más bien es lo que yo suelo decir: que más que respetarnos, nos ignoramos, que es muy distinto.

E. Hay polarización todavía.

P. Claro, respetar significa que a la otra persona la conoces y sigues un poco, y conoces el porqué. Pero ignorar es que aquel que piense como quiera, yo voy a pensar otra cosa y punto. Que me deje en paz y yo también le dejo en paz. Y eso no es bueno para la convivencia, ¿no?


Este texto es un fragmento de ‘Bajo el silencio: La sociedad vasca, espejismo de paz’ (Espasa, 2024), de Iñaki Arteta.  

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