Esteve Almirall

La dificultad de innovar sin una capacidad y un poder adecuados es especialmente evidente en relación a la IA.

La última evolución tecnológica presenta un grave problema: la falta de competitividad y adaptación del espacio público.

Detrás de cada aplicación gratuita hay un objetivo: capturar nuestro tiempo y nuestra atención para poder monetizarlos.

La tecnología basada en la IA avanza de manera frenética, pero también los charlatanes de todo tipo y condición.

Cambiar las métricas es una medida básica: son las que, de un modo u otro, determinan los objetivos a alcanzar.

Nuestros móviles nos permiten hacer de todo a través de internet, pero ¿sabemos a qué precio?

Miles de millones de euros se acumulan ya en un espacio virtual que promete revolucionar completamente nuestra sociedad.

Aunque no la percibamos, la inteligencia artificial ya condiciona nuestra realidad más cotidiana.

Mientras la riqueza aumenta más que nunca, los beneficios se reparten de forma cada vez más desigual en la sociedad.

La digitalización puede adquirir múltiples formas, ¿pero estamos en condición de controlarlas para el beneficio público?

¿Tenemos las herramientas necesarias para procesar los macrodatos de una manera justa y beneficiosa para la sociedad?

¿Sueña la tecnología con dioses electrónicos?

¿Cuáles serán las consecuencias de transportar nuestra identidad hacia lo informatizado?

El control (legal o social) sobre los algoritmos que toman decisiones por nosotros es aún escaso.

Las tecnológicas avanzan a tal ritmo en IA que pueden hacer obsoleta la normativa europea antes de que se apruebe.