Innovación

¿Regulación sin soberanía?

La dificultad de innovar sin una capacidad y un poder adecuados es especialmente evidente en relación a la IA y los esfuerzos de la Unión Europea.

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26
julio
2023

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Durante los últimos meses, la regulación ha adquirido una prominencia sin precedentes. La disrupción generada por la inteligencia artificial (IA) ha hecho surgir un clamor por una regulación muy estricta de la IA generativa, e incluso por su prohibición si fuera factible, citando una serie de catástrofes potenciales que van desde una amenaza seria a la democracia hasta la manipulación global de la humanidad o su posible extinción a manos de una inteligencia superior.

La regulación es un instrumento de primer orden para diseñar mercados y ajustar sus incentivos, alineándolos al bien común, pero nada es gratis y la regulación conlleva un coste, a menudo muy alto. En ciertos casos, incluso superior a los daños que busca prevenir.

El caso que nos ocupa es, sin embargo, singular. Se trata de regular una tecnología emergente desde un espacio, el europeo, que carece de soberanía en el campo. Es decir, carece de gigantes tecnológicos o emergentes en el campo de la IA generativa. Estas dos condiciones unidas convierten este caso en sumamente interesante por dos razones que van más allá del coste –normalmente elevado– de una regulación estricta.

El primer elemento que considerar es tu capacidad de influencia. Si no tienes actores relevantes en el mercado que generen esa innovación, solo puedes decir no; es decir, restringir o prohibir determinadas prácticas. De hecho, solo puedes apoyarte en el tamaño del mercado: si controlas un mercado apetecible, podrás limitar prácticas, aunque al hacerlo reducirás su atractivo; si el tamaño del mercado es pequeño, entonces careces de apalancamiento. De este modo, si eres China tienes un gran poder, mientras que si eres Andorra no tienes ninguno. Europa es un mercado grande, cierto, pero desde el punto de vista empresarial se aceptarán condiciones en base a la expectativa de beneficios adicionales. En otras palabras, si tienes una posición muy dominante, como Google o Microsoft en Europa, y la transición a una nueva modalidad de navegación con IA generativa no va a proporcionar ingresos adicionales por el pago de esa funcionalidad, entonces tus incentivos son limitados. Una plasmación concreta de este tipo de limitaciones la hemos visto estos días, cuando Meta ha lanzado Threads, su alternativa a Twitter, en hasta 100 países (UK entre ellos), si bien no en la Unión Europea.

No obstante, las evidentes limitaciones de regular con una sola palanca, la dimensión del mercado, no es en este caso el factor más importante.

Hace pocos días, los medios chinos informaron sobre la validación de un proyecto piloto en hospitales que complementaba y corroboraba el trabajo de los médicos. La coincidencia en los diagnósticos alcanzaba el 98%, ofreciendo a los pacientes, además, un diálogo sobre medidas preventivas, dieta, ejercicio y contraindicaciones en forma de ChatGPT. ¿Sería esto factible en Europa? O siendo más específicos: ¿Sería posible en una zona sin soberanía? Es decir, ¿sería posible en una zona sin capacidad para generar estas innovaciones? Suponiendo que se lograra persuadir a algunos hospitales de los beneficios del proyecto y se pudiera crear una sandbox, un entorno regulatorio temporal que lo permitiera, ¿quién lo ejecutaría y quién lo escalaría?

¿Por qué este tipo de proyectos aparecen en China y no en Estados Unidos? Es obvio: por la crónica escasez de médicos y especialistas que sufre el país. El proyecto, así, responde a una necesidad local.

Es una buena ilustración de cómo las tecnologías son socialmente co-creadas y es que, en efecto, la innovación es un fenómeno social, ya que no solo debe ser adoptada por la sociedad para ser clasificada como tal, sino que se desarrolla a partir de necesidades o posibilidades que podrían funcionar en una sociedad concreta. Si estas innovaciones tienen éxito y encuentran un modelo de negocio que funcione en ese entorno, entonces no solo se desarrollarán, sino que surgirán más innovaciones de este tipo.

Pero esa generación de innovaciones que responden a necesidades, oportunidades o características locales solo es posible con soberanía, cuando existen los actores capaces de generar esas innovaciones. Si la única posibilidad de generarlas es por actores de otras regiones, es obvio que los incentivos serán mucho menores y las características de esas innovaciones difícilmente van a estar adaptadas al mercado local.

En definitiva, sin soberanía se tendrá disponible, como mucho, las innovaciones de otras regiones si los números cuadran y no es excesivamente complicado. El proceso de co-creación, tan característico de los momentos iniciales de toda disrupción tecnológica, necesita soberanía tecnológica, actores que puedan innovar localmente.


Esteve Almirall es profesor de Operaciones, Innovación y Data Sciences en Esade.

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