La armonía de lo existente
Según el pensamiento de Spinoza, al ser los humanos parte integrante de la Naturaleza, protegiéndola y respetándola nos protegemos y respetamos a nosotros mismos.
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Al igual que sucede en otros pequeños pueblos de Francia, en aquel de la Cerdanya al que vengo con frecuencia, que ya es mi segunda casa, cada noche, a las 23 horas en punto, se apagan todas las luces de todas sus calles y el pueblo queda totalmente a oscuras. Muchas de esas noches, esa hora salgo con Max, mi perro, a dar el último paseo del día. Cuando el cielo está claro, sin nubes, mirar hacia arriba es todo un verdadero espectáculo. Si hay luna llena, por un extremo se recorta el macizo del Puigmal con sus conocidas y queridas cumbres, por el otro la también ascendidas cumbres del Puigpedrós y el macizo del Carlit. Cuando la luminaria de la luna, en cuarto creciente o menguante, se atenúa, entonces la bóveda celeste se muestra en toda su plenitud y uno puede admirar la grandeza del firmamento y de manera natural se hace aquellas preguntas que, supongo, ya se hicieron aquellos primeros humanos: ¿quiénes somos, de dónde venimos, a dónde vamos?
El asombro por la grandeza del cielo nocturno me hace recordar con frecuencia a Spinoza, aquel joven holandés que, después de ser excomulgado de la comunidad judía de Ámsterdam en julio de 1656, se ganó la vida como pulidor de lentes, oficio que quizás elegiría por la curiosidad de observar el firmamento, la misma curiosidad que le llevó a plantearse las cuestiones filosóficas de las que hablamos.
Como filósofo Spinoza defendió que el pensamiento humano, el racional y el imaginativo, son efecto de la potencia generadora de la naturaleza. Deus sive Natura, expresión con la que Spinoza manifestó su creencia en una única sustancia dotada de dos atributos, pensamiento y extensión, concebida en sí misma como Naturaleza naturante, en cuanto principio que produce, o como Naturaleza naturada, en cuanto realidad producida.
Esa única sustancia de la que todo ser participa nos anima, según el propio Spinoza, a vernos desde fuera como una parte de un único y un mismo todo
Esa única sustancia de la que todo ser participa nos anima, según el propio Spinoza, a distanciarnos de nosotros mismos y nos invita a vernos desde fuera como una parte de un único y un mismo todo.
Siglos después, algunos físicos como Albert Einstein o David Bohm también consideraron que toda la realidad está inseparablemente conectada y que el cosmos es un continuo interconectado. El propio Einstein que fue un gran admirador de Spinoza. A la pregunta de si creía en Dios, manifestó que era en el Dios de Spinoza en el que él creía, un Dios que se revela en la armonía de lo que existe.
Una armonía cuyas precisas notas no parece factible sean fruto de la casualidad, sino que nos habla de la necesaria participación de un compositor que escribiera en un pentagrama con detallada precisión la altura de las notas musicales, su duración y el compás de la música.
Del pensamiento de Spinoza aprendemos dos grandes enseñanzas: la primera, que el universo engloba todas las cosas y por lo tanto a todos los humanos, por lo que siendo todos partes del Todo, ningún grupo étnico, social, nacional o religioso, ni ningún individuo, tiene el derecho a considerarse superior, y la segunda, que siendo los humanos parte integrante de la Naturaleza, protegiéndola y respetándola nos protegemos y respetamos a nosotros mismos.
Es precisamente la percepción de que todo está relacionado, de que todo lo existente participa de una misma esencia, es decir, de «la armonía de todo lo existente», la que nos debe hacer reflexionar y nos invita a adoptar una conducta respetuosa con todos los seres creados.
El filósofo Raimon Panikkar emplea el término «ecosofía», palabra inventada por el también filósofo y alpinista Arne Naess (padre de la Ecología Profunda) para referirse a la sabiduría de la Tierra, tratando de armonizar el mundo de Dios, el de los hombres y todo el Cosmos.
El término «ecosofía», inventado por Arne Naess, se refiere a la sabiduría de la Tierra
También el papa Francisco, en su encíclica «Laudato si», nos invita a ver que todo está íntimamente relacionado y a no considerar la naturaleza como algo separado de nosotros o como un mero marco de nuestra vida. «Estamos –escribe el papa– incluidos en ella, somos parte de ella y estamos interpenetrados…. Dada la magnitud de los cambios, ya no es posible encontrar una respuesta específica e independiente para cada parte del problema. Es fundamental buscar soluciones integrales que consideren las interacciones de los sistemas naturales entre sí y con los sistemas sociales. No hay dos crisis separadas, una ambiental y otra social, sino una sola y compleja crisis socioambiental. Las líneas para la solución requieren una aproximación integral para combatir la pobreza, para devolver la dignidad a los excluidos y simultáneamente para cuidar la naturaleza. Y es que los problemas actuales requieren una mirada que tenga en cuenta todos los factores de la crisis mundial».
Nos habla el papa, en definitiva, de una ecología integral, que incorpore claramente las dimensiones humanas y sociales.
No solo a reconocer la armonía de lo existente sino a ser cultivadores de armonía con la naturaleza y con nuestros semejantes nos han invitado también los santos, como san Francisco de Asís y otros maestros espirituales de otras religiones, muy especialmente, orientales, como budistas, taoístas o hinduistas. Pero la admiración por la armonía de la naturaleza y la búsqueda de la armonía, del bienestar de los demás seres que la pueblan, no es patrimonio ni de los científicos ni de los religiosos de una u otra creencia, también la expresaron de manera especialmente brillante algunos artistas, como Beethoven, quien supo describir de manera magistral tanto la armonía de la naturaleza, singularmente en el primer movimiento de su sexta sinfonía, la Pastoral, como la invitación a cultivar la armonía y la paz entre los hombres, muy particularmente en la Oda a la Alegría, esa conmovedora invitación a la hermandad de todos los seres humanos con la que termina su novena y última sinfonía.
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