Sociedad
La añoranza de lo que ya pasó
La nostalgia puede actuar como una forma de resistencia ante los cambios sociales. ¿Es el pasado un consuelo ante un presente fragmentado? ¿Por qué siempre añoramos lo que ya no tenemos?
Artículo
Si quieres apoyar el periodismo de calidad y comprometido puedes hacerte socio de Ethic y recibir en tu casa los 4 números en papel que editamos al año a partir de una cuota mínima de 30 euros, (IVA y gastos de envío a ESPAÑA incluidos).
COLABORA2024
Artículo
Cada generación tiene y ha tenido su lucha, y cada una de ellas corresponde a contextos específicos y particularidades sociales. Ya lo decía Ortega y Gasset, «yo soy yo y mis circunstancias», pero, ¿qué sucede cuando la comodidad nos impide adaptarnos al entorno del presente y añoramos todo tiempo pretérito? Es decir, ¿cuando caemos en el lugar común de que «todo tiempo pasado fue mejor»?
La teoría generacional de William Strauss y Neil Howe, que postularon en 1991, consiste en que hay ciclos generacionales recurrentes. En su obra El cuarto giro (1997), sugieren que la nostalgia puede actuar como una forma de resistencia pasiva a los cambios sociales que se perciben como negativos (o desestabilizadores). ¿Qué sucede entonces cuando idealizamos el pasado? De acuerdo con los autores, las personas encuentran un sentido de identidad y de pertenencia en el ayer porque padecen las condiciones de un presente fracturado. En la mayoría de los casos, esa mirada retrospectiva no solo proporciona una suerte de consuelo sino que también inspira movimientos para recuperar o revivir ciertos aspectos de ese pasado mitificado.
La nostalgia puede actuar como una forma de resistencia pasiva a los cambios sociales que se perciben como negativos
Ahora bien, la nostalgia y la precisión del recuerdo no siempre son sinónimos. De hecho, en la mayoría de los casos se alejan bastante. Nuestra memoria tiende a suavizar las aristas del ayer, olvidando los problemas y desafíos que también existieron (y que nos llevaron al final de esos «momentos felices»). Otro de los argumentos de El cuarto giro es que es precisamente esa idealización selectiva del pasado nos puede llevar hacia un plano en el que resulta muy fácil subestimar las dificultades ya ocurridas y sobrevalorar la simplicidad de los tiempos anteriores. Ese filtro nostálgico, en pocas palabras, distorsiona la realidad: se crea una versión no particularmente exacta sobre el ayer que resulta más parecida a un mito que a una memoria. No obstante, independientemente de la «reencarnación» de un recuerdo en el presente, sí que ese ‘objeto’ de memoria tiene un poder significativo en la interpretación del tiempo actual.
Además, otro factor que influye en la nostalgia es la rápida evolución tecnológica. En un mundo donde los avances digitales reconfiguran constantemente nuestras vidas, es natural sentir nostalgia por tiempos quizá más sencillos (o que nos resultan más familiares). Para los autores, la tecnología no solo afecta las maneras en las que vivimos en el presente, sino también cómo recordamos y registramos nuestro pasado. Por ejemplo, un vinilo o una carta escrita a mano adquieren un sentido de atemporalidad, ya que en la fugacidad del presente todo tiende a perderse en el universo digital. Así, las recreaciones nostálgicas funcionan como cápsulas del tiempo donde se resignifica el pasado.
La otra cara de la moneda: un argumento generacional
La incomprensión generalizada de los mayores hacia los más jóvenes no es algo nuevo. De acuerdo con el catedrático de la Universidad del País Vasco José Ignacio Pérez, con base en una investigación publicada en Science Advances, son tres rubros los que la gente mayor tiende a ver como negativa en los menores de 30 años: el gusto por la lectura, la inteligencia y el respeto a las personas mayores.
El académico insiste en que esto es solo una valoración generalista y no algo irrefutable. «Cuando una persona adulta es muy respetuosa con la autoridad, tiende a pensar que la gente joven de ahora respeta a los mayores menos que los jóvenes de su época. Lo mismo ocurre con la inteligencia y con la afición a leer. El efecto es tan específico en cada rasgo porque, por ejemplo, alguien muy aficionado a la lectura pero que valora poco la autoridad no tiende a pensar que los jóvenes de hoy en día no respetan a los mayores como se les respetaba antes». Esto se define como «el efecto de estos días».
Lo que tanto el catedrático de la UPV como el libro de Strauss y Howe dejan ver es que la eterna añoranza por lo que dejó de ser tiene múltiples orígenes: un presente fragmentado o un pasado idealizado, una lucha generacional o una simple forma de rescatar algo nacido en el pretérito pero que puede tener otras valoraciones en el ahora. Independientemente cuál sea la causa, la camaleónica relación que sigue teniendo el presente tanto con el pasado y el futuro, no es algo propio de esta generación.
COMENTARIOS