Cultura
Maria, la mujer detrás de la Callas
La soprano greco-estadounidense vivió en los límites del mito, con una separación difusa entre su faceta artística y su faceta personal que nunca resolvió del todo.
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El 16 de septiembre se conmemoraba el aniversario del fallecimiento de Maria Callas en 1977, casi medio siglo desde que el mundo se despertara con la noticia de la muerte de una de las artistas líricas más importantes de la Historia. La soprano grecoestadounidense es uno de los grandes iconos de la ópera, y una de las pocas –si no la única– que se hizo leyenda más allá del teatro y las partituras.
Decir su nombre es traer a la memoria ojos enormes perfilados con khol, vestidos negros, recogidos altos y una presencia escénica casi de tragedia griega. Pero este mito, esta idea de «La Callas», fue precisamente lo que marcó su vida y aceleró su caída personal y profesional. Lo dijo ella misma en alguna ocasión: «Hay dos personas dentro de mí: me gustaría ser Maria, pero tengo que acompasarme a la Callas».
Tal como se ve en el documental Maria by Callas de Tom Volf, la soprano vivió toda su vida entre dos aguas, como tantos otros iconos cuyo personaje los acabó devorando en el teatro de la vida. De orígenes humildes y con una adolescencia que despegó a la vez que la Segunda Guerra Mundial, Maria Kalogeropulu no era una niña querida por su familia, especialmente por su madre, que solo empezó a apreciarla cuando vio el potencial económico de su talento. Bajo los preceptos de la maestra de canto española Elvira de Hidalgo, pronto Maria destacó por su voz prodigiosa y su precisión en el canto. No era una voz tradicionalmente bonita, nunca lo fue, pero la amplitud de su rango vocal y sobre todo su musicalidad innata hicieron que la soprano pudiera ganarse la vida con la ópera desde muy joven.
A principios de los años 50, una misteriosa dieta (se dice que llegó a ingerir una tenia) le hizo perder más de 30 kilos en pocos meses, transformando a una joven corpulenta en una auténtica estatua griega de cintura imposible y rasgos afilados. Se convirtió en la perfecta cantante-actriz, de gran belleza física y con una majestuosidad que llenaba el escenario. En un mundo como el de la ópera, donde la palabra «diva» está a la orden del día y los melómanos suelen ser también mitómanos, la leyenda Callas enseguida se extendió hasta hacerla un nombre intocable que aún hoy provoca auténticas peleas entre fanáticos.
La leyenda Callas se extendió hasta hacerla un nombre intocable que aún hoy provoca peleas entre los fanáticos
Callas renovó la idea del teatro lírico, dotando de empaque teatral a sus interpretaciones, y destacó, entre otras cosas, por recuperar para el repertorio títulos que llevaban décadas olvidados, como Anna Bolena o La sonnambula. El carácter explosivo de la soprano, que protagonizó varias anécdotas memorables como irse en mitad de una función de Norma porque se encontraba mal con el presidente de la República Italiana y toda la alta sociedad romana en el público, ayudó a forjar el mito de una artista feroz, segura de sí misma y de su superioridad artística, fogosa como una griega y glamurosa como una americana.
Sin embargo, lo que apuntaló la idea de «la Callas» y la convirtió en icono popular fue su romance con el magnate griego Aristóteles Onassis. Fue una historia trágica que la convirtió en socialité y que culminó cuando Onassis, después de abandonarla para casarse con Jackie Kennedy, regresó arrepentido a sus brazos en sus últimos días de vida.
La carrera musical de Maria Callas duró relativamente poco, con apenas una década de esplendor musical. Su voz se deterioró muy pronto, no se sabe muy bien por qué: algunos apuntan a su rápida pérdida de peso, otros a la sobrexplotación de su voz y otros a los disgustos de su vida personal, que la llevaron a una espiral de antidepresivos y crisis psicológicas que la acabaron por retirar de los escenarios. La soprano murió joven, a los 53 años, pero las últimas imágenes que conservamos de ella nos muestran a una mujer prematuramente anciana y, sobre todo, muy cansada.
La Callas devoró a Maria. A su muerte, la familia que nunca la había querido se peleó por el legado de la Callas sin prestarle el debido respeto a Maria.
Esta separación entre persona y personaje, esta destrucción de la persona aplastada por el personaje es el punto de partida del nuevo biopic sobre la soprano, Maria, dirigido por Pablo Larraín y protagonizado por Angelina Jolie. Un biopic que cierra la trilogía de mujeres icónicas del cineasta, con sendas películas sobre Jackie Kennedy y Lady Di, y que sigue explorando el mito de la soprano que difuminó las líneas entre la alta cultura y la cultura pop.
Pero más allá de Callas, más allá de Maria, quizá valdría la pena detenernos un momento y valorarla simplemente por su carrera como músico. Cuando el artista es una mujer, siempre solemos anteponer su vida personal o su carácter a su puro valor como creadora o intérprete. Quizás el debate entre Maria y Callas sería menos importante si su sexo hubiera sido distinto; quizá su interés como personaje de biopic hubiera sido menor de haberse tratado de un tenor y no de una soprano.
Porque Callas fue, ante todo y sobre todo, un gran músico: su dominio de la técnica vocal y su equilibrio entre la perfección musical y el corazón, así como el carisma que insuflaba a sus interpretaciones, son aún hoy en día imbatibles para cualquier amante de la ópera. No hay intérprete como Callas, y quizá deberíamos empezar a dejar de verla desde su parábola personal y pensarla simplemente por sus aportaciones al arte del canto. Ni fiera ni frágil, ni diva ni mujer corriente: simplemente una artista. Con eso debería ser suficiente.
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