Siglo XXI

«En la posdemocracia, la mayoría es la gran sacrificada»

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14
octubre
2024

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Cuando Darío Villanueva (Villalba, 1950) renunció a un segundo mandato al frente de la RAE, institución que dirigió entre 2014 y 2018, comunicó su deseo de dedicarse a «otros proyectos y compromisos profesionales y personales». Uno de ellos y, tal vez, el más importante hasta ahora, ha sido su trilogía de ensayos sobre la posmodernidad: ‘Morderse la lengua’ (Espasa, 2021),‘Poderes de la palabra’ (Galaxia Gutenberg, 2023) y, el más reciente de todos, ‘El atropello a la Razón’ (Espasa, 2024). En ellos Villanueva realiza un agudo diagnóstico de la época actual, a partir del análisis de fenómenos tan controvertidos como el identitarismo, la corrección política o el negacionismo científico. La conclusión de Villanueva es que la posmodernidad, lejos de significar una versión actualizada de la modernidad, representa un revisionismo deconstructivo de esta y de los principios ilustrados que la caracterizaban.


En su último libro, El atropello a la Razón, analiza la paradoja de la posmodernidad: una época heredera de la Modernidad y la Ilustración, pero que, sin embargo, reniega de ella. ¿Cómo explica esto?

La Ilustración sentó las bases de la Modernidad y muchos de los grandes derechos y desarrollos técnicos de los que hoy disfrutamos no habrían sido posibles sin el racionalismo que esta instauró. Sin embargo, desde hace un tiempo asistimos a un increíble retroceso. No en el ámbito científico o tecnológico, sino en el plano social, cultural y político donde se está librando una batalla contra el racionalismo de la Ilustración. Es el caso del negacionismo científico, las teorías conspirativas o incluso del propio posmarxismo. La posmodernidad no significa tanto «después de la Modernidad» como un revisionismo deconstructivo de esta.

«Hoy en día pensamos que las palabras crean realidades y, en consecuencia, que las palabras son las culpables de las realidades indeseables»

Señala que la gran ruptura con la Ilustración se produjo en el momento en el que la verdad se dejó de buscar y filósofos como Nietzsche, Derrida o Foucault empezaron a entenderla como un constructo humano.

En efecto, porque desde entonces todo se ha relativizado. La verdad es algo que depende de cada individuo. Hoy en día pensamos que las palabras crean realidades y, en consecuencia, que las palabras son las culpables de las realidades indeseables. De ahí viene toda la teoría de la corrección política: la forma de arreglar el mundo es prohibir las palabras que designan aquello que es inconveniente. Esto es totalmente ficticio y erróneo. La palabra es un epifenómeno de la realidad. Las realidades existen y, luego, se les da nombres. Además, si cada uno de nosotros tuviera una verdad resultaría imposible entendernos unos a otros. Por el contrario, la idea de una verdad asentada, transversal y fundamentada en la razón permite construir la sociedad.

Vattimo sostiene que la existencia de una única verdad no tiene sentido en una democracia. Otros pensadores consideran que la verdad es un instrumento de las élites para preservar sus intereses.

Esto es una interpretación muy sesgada de la realidad, procedente de tendencias como el multiculturalismo exacerbado, el poscolonialismo y todos estos «ismos» que niegan los valores universales que la Ilustración aportó. La Declaración de Independencia de los Estados Unidos, que es de inspiración totalmente dieciochesca, sostiene que todos somos iguales y todos tenemos los mismos derechos. Lo que pasa es que después está la condición humana. El esclavismo, que no fue abolido hasta más tarde, tiene que ver con pasiones individuales como el deseo de dominio o de enriquecimiento, mientras que las ideas de la Ilustración son ideas de tipo universal, que configuran estructuras muy potentes de pensamiento y de organización social. Se quiere presentar a la Ilustración como la razón de todos los males cuando es exactamente todo lo contrario. Es la razón de todos los avances y progresos que han llegado hasta hoy. La Ilustración declaró la condición universal común humana y reconoció los derechos.

Frente a los valores universales de la Ilustración, vivimos en la época de los particularismos, y en concreto, de los identitarismos. En relación con las identidades, usted sostiene que existe una identidad buena y una mala.

Etimológicamente la palabra «identidad» viene de «idem», que en latín significa «lo mismo, aquello que nos identifica con los demás». Sin embargo, también existe una interpretación de la identidad que es totalmente contraria: la identidad como aquello que nos singulariza y nos opone a los demás, quienes, además, muchas veces son vistos como enemigos. Y, desafortunadamente, esto es lo que ahora está predominando. Vivimos en lo que yo llamo el «quilombo identitario» (caos identitario). En España, por ejemplo, a través de la «ley trans», ahora puedes declararte hombre o mujer independientemente de tu realidad genética, fisiológica y anatómica, lo cual es la aberración del sentido común.

¿No es acaso preferible una sociedad donde todos podemos ser quienes nos sentimos que somos, frente a una sociedad donde se reprime la vivencia humana?

Pero nosotros tenemos que sentirnos quienes somos, si es que lo somos. Es decir, yo no puedo simplemente «sentirme mujer» si soy un hombre como fruto de una pura decisión personal que toda la sociedad debe admitir. No estamos solos en la sociedad. Otra cosa distinta es la realidad indudable de la «disforia de género». Aquello va en contra del sentido común y de la evidencia de las cosas. En Estados Unidos, por ejemplo, Rachel Dolezal, una hija de caucásicos, llegó a liderar un movimiento de reivindicación afroamericana, hasta que descubrieron que era blanca y la expulsaron. Ella, sin embargo, afirmaba sentirse negra: había adoptado a dos niños negros, se oscurecía la cara y se rizaba el pelo. Pero la organización NAACP (Asociación Nacional para el Progreso de las Personas de Color) la repudió porque, aunque decía que se sentía negra, no era negra. Los regímenes democráticos deben favorecer que las personas se sientan cómodas según su condición, pero su condición tiene que responder a la realidad y no pueden ser fruto de frivolidades identitarias.

Sin embargo, en apenas un siglo, nuestras ideas sobre realidades como el género o incluso la homosexualidad, considerada durante muchos años una enfermedad, se han derrumbado. La percepción sobre aquello que es verdad pareciera ser más frágil de lo que parece.

Hay verdades de concepto que son más discutibles y cambian con el tiempo, y verdades de hecho que son comprobables y, por tanto, indiscutibles. El sexo es una verdad de hecho. Decir que el sexo no existe en contra de lo que anatómica y genéticamente eres en tu constitución natural, sino que existe una creación cultural que te hace hombre o mujer, no es cierto. Lo que ocurre es que el relativismo, a través de la teoría queer, está sometiendo a un identitarismo decisorio las realidades de hecho, conduciendo a la calamidad más absoluta y rompiendo cualquier posibilidad de comunicación y entendimiento. Hay que poner límites a la exacerbación de la identidad del mismo modo que la propiedad tiene sus limitaciones. Yo puedo ejercer la propiedad sobre aquello que es mío, pero no puedo sostener que mi sentido de la propiedad me permite apropiarme de lo que es de otros.

«Hay que poner límites a la exacerbación de la identidad del mismo modo que la propiedad tiene sus limitaciones»

¿Cómo afecta la teoría queer a la causa feminista?

La teoría queer, que es la más radical de todas las teorías de género, es profundamente contraria a los logros del feminismo. Amelia Valcárcel, una de las grandes defensoras del feminismo entre nosotros, ha sido enormemente crítica porque se ha dado cuenta de que el movimiento queer está destruyendo el fundamento de la reivindicación femenina a base de someter a una subjetivación absoluta el sexo y negar el binarismo del que viene el conflicto y la opresión de la mujer. Ya no se habla de hombre o mujer, sino de «cuerpos hablantes».

En España la influencia del pensamiento queer se manifestó el año pasado en la aprobación de la «ley trans». ¿Cómo explica que un fenómeno tan minoritario como lo trans se convierta en el eje de las políticas de un Gobierno?

La evolución de la democracia, como el gobierno de las mayorías con respeto a las minorías, es muy preocupante en estos momentos. En la actualidad, ya no hablamos de democracia sino de posdemocracias. Las democracias se están convirtiendo en el gobierno de las minorías, avaladas por parlamentos seducidos por esos enfoques minoritarios. Y la gran sacrificada es la mayoría silenciosa.

Thatcher afirmó en los ochenta que no existía la sociedad, sino individuos.

Hay quienes interpretan todos estos fenómenos que está enarbolando la izquierda como la victoria definitiva del ultraliberalismo económico. Principios que eran fundamentales de la izquierda, como el universalismo y la transversalidad, están siendo desplazados. Por ejemplo, el posmarxismo de Ernesto Laclau niega el principio de la lucha de clases y considera que este y otros tantos fundamentos teóricos del marxismo son algo obsoleto y superado por el juego relativista de lo que él llama las «demandas». El juego político se articula a partir de pequeñas expresiones de intereses y pulsiones locales o puntuales en vez de algo tan transversal y universal como es, por ejemplo, la lucha de clases.

«El identitarismo acaba llevándote al enfrentamiento sistemático con todos los demás e impide cualquier entendimiento posible»

Frente al identitarismo rampante, usted reivindica la vuelta a los principios de la Ilustración.

El identitarismo de hoy en día es totalmente hobbesiano, porque acaba llevándote al enfrentamiento sistemático con todos los demás e impide cualquier entendimiento posible. En Estados Unidos estos identitarismos y todo el fenómeno woke están dando lugar a un racismo bidireccional. En mi libro, cito el caso de una universidad norteamericana donde se celebraba desde hace muchos años el «Day of Absence», el día en que los profesores y alumnos pertenecientes a minorías, especialmente la afroamericana, se ausentaban del campus para dar visibilidad a la importancia de su presencia. Ahora lo han cambiado como el «Day of Presence», y lo que ocurre es que prohíben a los blancos acudir al campus. ¿Dónde está la posibilidad del entendimiento? En la aplicación de la razón. La razón como una facultad definitoria del ser humano es lo que permite que nos entendamos.

 

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