La realidad sin filtros
La manipulación de imágenes puede tener efectos en la salud mental. Por ello, en Noruega la ley exige aplicar una etiqueta estandarizada a toda la publicidad que altere las imágenes con retoques, y en Reino Unido la campaña #filterdrop ha prohibido al colectivo ‘influencer’ el uso de filtros en contenidos de marcas.
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Cuando John y Thomas Knoll crearon, en 1990, Adobe Photoshop, probablemente no llegaban a imaginar la expansión y la versatilidad de utilidades que este programa alcanzaría solo tres décadas después. Quizá parezca exagerado afirmar que esta herramienta ha supuesto una modificación en la percepción del mundo que habitamos, pero la realidad es que el retoque fotográfico se ha convertido en algo tan cotidiano que no es fácil diferenciar qué paisajes, personas u objetos son realmente como vemos e imaginamos y cuáles han sufrido alteraciones.
Desde el 1 de julio de 2022, la normativa en Noruega obliga a que todas las imágenes, anuncios y publicaciones patrocinadas que contengan retoques o manipulaciones, es decir, que no se ajusten a la realidad, aparezcan claramente visibles con una etiqueta que permita identificarlas. La idea central pasa por combatir ese ideal inalcanzable de belleza y perfección que tanto daña a la autoestima, fundamentalmente de la población más joven –y particularmente de las mujeres–. A través de una enmienda a la Ley de Marketing de 2009, el Ministerio Noruego de Infancia e Igualdad prohibía, de este modo, tanto a influencers como a anunciantes exhibir contenido engañoso elaborado con programas de edición de imágenes –como Photoshop– o mediante la aplicación de filtros, y exigía la inclusión de una insignia diseñada por el gobierno, acompañada de la frase «retusjert person, reklame» («persona retocada, publicidad»).
A través de una enmienda a la Ley de Marketing de 2009, el Ministerio Noruego de Infancia e Igualdad prohibía exhibir contenido engañoso elaborado con programas de edición de imágenes o mediante la aplicación de filtros
Aunque la normativa se creó con el honesto objetivo de frenar los efectos que está teniendo la proliferación de este arsenal de belleza utópica en la salud mental, ha recibido distintas críticas centradas en la imposibilidad de controlar un universo digital saturado de este tipo de imágenes. Y es que, sin ir más lejos, la Inteligencia Artificial no necesita ningún material que modificar, porque directamente crea imágenes con sus propias formas, volúmenes y colores ficticios. El perjuicio que ocasiona puede ser similar.
En 2021, Reino Unido también quiso ponerle freno a los efectos de los retoques a través de la campaña #Filterdrop («fuera filtros»). El organismo de control publicitario británico, la Advertising Standards Autorithy (ASA), prohibió entonces al colectivo influencer el uso de filtros en sus contenidos en redes sociales, generalmente patrocinados por conocidas marcas de cosméticos cuya pretensión, lógicamente, no era otra que obtener los máximos beneficios económicos posibles.
Y es que hemos naturalizado de tal manera esta «realidad modificada» que podemos llegar a perder de vista los riesgos que entraña. Mientras los filtros se han popularizado –instaurando los estereotipos de belleza predominante–, también lo ha hecho la dismorfia corporal. Este concepto hace referencia a una preocupación excesiva por supuestos defectos físicos que son imperceptibles para otras personas más que para quien la sufre. El problema puede afectar a distintas partes del cuerpo y el grado de rechazo puede oscilar desde un ligero desagrado hasta la repugnancia absoluta, pero en cualquier caso la distorsión de la imagen corporal se hace presente. Desde este punto hasta el desarrollo de algún trastorno de la conducta alimentaria solo hay algunos pasos más. Además, el deseo de realizar retoques de cirugía estética con los que lograr esas dimensiones o formas ideales es otra consecuencia probable.
[La dismorfia corporal] puede afectar a distintas partes del cuerpo y el grado de rechazo puede oscilar desde un ligero desagrado hasta la repugnancia absoluta
El estudio ¿Cómo afectan los filtros de Instagram a la autoestima de los jóvenes?, de Laura Torras Fernando, revela algunos datos de interés: «Quienes la sufren [en relación a la dismorfia corporal] suelen tener estas obsesiones durante largos periodos del día, lo que afecta a su bienestar y a su salud mental. La enfermedad produce un daño psicosocial intenso y grave, con una pésima calidad de vida, y es una de las patologías con mayor asociación a suicidio: 80% presenta ideación y 25 a 30% intento o suicidio consumado. (…). Evidentemente esta patología se ha incrementado e intensificado con la llegada de las redes sociales, y especialmente, de la popularidad de los selfies y de los filtros que se pueden añadir a las imágenes para retocarlas y hacerlas más ‘estéticas’. Muchas veces se utilizan estas herramientas para ocultar lo que se ve como un defecto físico personal».
Cuando las redes sociales forman parte de la cotidianidad se vuelve necesario cuidar lo que se exhibe en unas plataformas en las que la ficción puede llegar a no diferenciarse de lo real, o donde quizá cada vez existe una menor frontera entre ambas, aunque las consecuencias en la salud mental de miles de jóvenes sí sean verdaderas y, sobre todo, peligrosas.
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