Opinión

Giorgios o el mar de Rodas

Todas las mañanas Giorgios Kagais, de 92 años, sube la escalerilla del trampolín, camina lento por la plataforma y, una vez en el filo, se lanza sin titubeos a las aguas de Rodas. Lleva 77 años repitiendo cada mañana el mismo rito.

¿QUIERES COLABORAR CON ETHIC?

Si quieres apoyar el periodismo de calidad y comprometido puedes hacerte socio de Ethic y recibir en tu casa los 4 números en papel que editamos al año a partir de una cuota mínima de 30 euros, (IVA y gastos de envío a ESPAÑA incluidos).

COLABORA
02
septiembre
2024

En los últimos tiempos aparece cada verano un viejito viral. El año pasado fue, sin discusión, el del señor del tatuaje Tutto Passa. En esos días quise investigar su vida, atraído por su potente apariencia, ese halo de criatura pánica, entre expresidiario y filósofo estoico, que desprendía. Solo supe que se llamaba Antonio y acudía con el buen tiempo a la playa de Santa Lucía de Nápoles.

Hablé con algunos fotógrafos, pero no logré una entrevista con el susodicho. Robbie MacIntosh me dijo que «en el fondo hace una vida sencilla: fuera, en el bar, en invierno, y en verano en el mar, siempre sobre la misma piedra. Cada uno de nosotros tiene su propia piedra». Me pareció una frase interesante: supongo que al final se trata de eso y que uno llega a viejo para saber, para reconocer, cuál es su piedra.

El viejito viral de este año es otro señor que ha encontrado su espacio irrenunciable. Se trata de Giorgios Kagais, de 92 años, 77 de los cuales lleva sumergiéndose desde lo alto de un trampolín en las aguas de Rodas. Todas las mañanas, Giorgios sube la escalerilla, camina lentito por la plataforma y, una vez en el filo, se lanza sin titubeos al agua. Ya quisiera yo algo de su decisión y su constancia.

Hay que pensar en Giorgios más allá de esa captura en redes, con el mar y el cielo pletóricos, como si solo fuera un veraneante. Hay que pensar que, en 77 años, a veces amaneció gris, incluso tormentoso, o que un día, muchos días, sintió pereza en los músculos al levantarse. Lo que movía y mueve a Giorgios a acudir a su trampolín es de naturaleza casi espiritual. Es un rito: la idea de que el mundo gira justo porque él acude cada mañana al mar de Rodas.

«Vivimos una náusea de lo nuevo, que apareja un cansancio paradójico en muchos de nosotros»

Hay algo reparador en el rito, algo que se ha perdido para la mayoría de nosotros, crecidos fuera de los calendarios de nuestros abuelos y venidos a un mundo de posibilidades. La repetición no está bien vista en un tiempo en que todo tiende y aspira a ser novedoso. Vivimos una náusea de lo nuevo, que apareja un cansancio paradójico en muchos de nosotros. Nadie viaja dos veces al mismo sitio –hay que ir tachando ciudades de la lista–, nadie se resigna a amanecer todos los días con la misma persona, nadie cultiva una afición, la que sea, por mucho tiempo –hoy es zumba, mañana cerámica–, nadie encuentra atractivo hacer siempre lo mismo, en el mismo lugar o con las mismas personas.

Sin piedra alguna a la que aferrarnos, cada vez en un mar distinto, sentimos en el fondo, incluso los que no saben reconocerlo, una nostalgia por ese lugar, esa persona, esa cosa de la que no querremos desprendernos nunca, a la que no renunciaríamos ni un solo día de nuestra vida en adelante, a despecho de cualquier apasionante novedad. Algo que nos haga alentar deseos de constancia porque llegará un día en que no nos apetezca lo que nos apetecía y para esos días se requiere de una voluntad cimentada en la repetición.

Por eso nos gusta Giorgios: por su fidelidad a un rito, es decir, porque ha encontrado motivos para hacer cada día lo mismo, llueva o truene. Durante 77 años ha acudido al mar cada mañana con intención de entrar en ella, sin preguntarse por las otras cosas que no hacía para hacer justo esa. Su generación es otra: en un mundo de opciones mucho más reducidas que las nuestras, algunos encontraron sus piedras o sus trampolines, el mar en el que querían bañarse, y supongo que la encontraron precisamente porque no había tantas opciones.

«Miro a Giorgios una vez más lanzarse desde su trampolín y entiendo lo lejos que estamos»

Miro a Giorgios una vez más lanzarse desde su trampolín y entiendo lo lejos que estamos. Donde él encuentra sentido en la repetición –la aburrida, la inactual repetición–, nosotros nos mantenemos alerta en la búsqueda y el cambio. Todos los paisajes pasan por nosotros y ninguno hace mella, todas las decisiones son aplazables o intercambiables, todas las personas son indistinguibles y todos los ritos son caducos. Nunca hacemos nada pensando que podríamos hacer siempre lo mismo, deseando hacerlo.

Nos falta entender que todo es exactamente lo mismo excepto aquello mismo que decidimos investir de un sentido exclusivo. El hombre moderno está obligado a un sobresfuerzo para reconocer entre todo lo que desea y luego librarse del deseo de todo lo demás. Vivimos como si la piedra hubiera de elegirnos a nosotros: viajamos, cambiamos de trabajo y de pareja, hacemos miles de actividades al mes, compramos muchas cosas distintas, como en espera de que algo nos salga al paso y nos obligue a detenernos. Pero no funciona de esa manera: es el hombre el que elige su piedra, y una vez elegida, acude a ella cada día por el simple motivo de que es la suya, no otra.

ARTÍCULOS RELACIONADOS

El arte de vivir más lento

José Mendiola | Ana González

La filosofía 'slow' puede ser el antídoto a un modo de vida que poco a poco nos va enfermando.

COMENTARIOS

(adsbygoogle = window.adsbygoogle || []).push({});
SUSCRÍBETE A NUESTRA NEWSLETTER

Suscríbete a nuestro boletín semanal y recibe en tu email nuestras novedades, noticias y entrevistas

SUSCRIBIRME