El hombre (o el centro del mundo)
El Humanismo renacentista no solo alteró el arte o la arquitectura. También lo hizo con el pensamiento humano y cómo las personas se ven frente al universo.
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El Renacimiento es una etapa cultural con la que inicia su andadura la Modernidad y que se halla atravesada de un subjetivismo que se expresa en muchos terrenos. En el Renacimiento decae la religiosidad, surgen corrientes escépticas en la filosofía, las artes cobran una tremenda importancia, resurge la antigüedad greco-romana y se dota de una especial preeminencia al individuo (sujeto). Por su parte, la relatividad del punto de vista estará más que presente en campos como la astronomía, la religión o la pintura. En esta última, Leonardo da Vinci expone los principios y leyes de la perspectiva, vislumbrados ya por el arquitecto Filippo Brunelleschi y su colaborador Leon Battista Alberti. Sin embargo, la perspectiva moderna, en su formulación definitiva, queda plenamente establecida por el pintor Piero della Francesca en su De prospectiva pingendi (1460).
Como puente entre la Edad Media y el Renacimiento encontramos a Nicolás de Cusa. De Cusa imagina la existencia de otros mundos posibles, haciendo de la Tierra un planeta entre otros, que no sea el centro del universo. Un siglo después, Copérnico elabora su célebre sistema heliocéntrico, en el que la Tierra deja de ser el corazón del cosmos.
Al mismo tiempo, se promociona en aquel periodo la propiedad privada individual, cuyo desarrollo estimula una competencia que, en gran medida, sirve de base al «subjetivismo racional». La propiedad privada expresa en términos materiales ese espacio intransferible que pertenece a cada cual y que, en el caso de las ideas, se vislumbra en la nueva fe en la libre conciencia individual (subjetividad).
Con el boom del conocimiento, difundido gracias al desarrollo económico, a la invención de la imprenta y la proliferación de las universidades y centros de estudio, predomina en estos años el Humanismo. Entre los rasgos más salientes de este movimiento se encuentra el antropocentrismo y una nueva valoración de la razón humana como don supremo. A todo esto habríamos de añadir el descubrimiento de América en 1492, que pone en contacto a Europa con culturas hasta entonces desconocidas. Este hallazgo sirve de base al posterior «relativismo cultural».
El Humanismo tiene como rasgos clave el antropocentrismo y una nueva valoración de la razón humana como don supremo
En el primer cuarto del siglo XVI, por otra parte, cobra fama Martín Lutero. En octubre de 1517 –tan solo un año después de que Hernán Cortés zarpase de Santiago de Cuba para conquistar México– clava sus noventa y cinco tesis en la Iglesia de Todos los Santos, de Wittenberg, en las que desafía al Vaticano. Entre otras cosas, Lutero enfatiza la experiencia interior de Dios, un nuevo refuerzo de la subjetividad individual. Dicha posición deslegitima al clero como mediador entre Dios y el hombre. Tras el cisma, el protestantismo se atomizó en multitud de iglesias distintas, fomentándose una disolución del antiguo dogma en innumerables interpretaciones de la misma religión. Añadido a esto, las guerras religiosas entre cristianos que desencadena la Reforma, tienen como consecuencia última (a largo plazo) la instauración de una nueva tolerancia como modelo de convivencia social. Se trataría de integrar la diversidad de perspectivas con vistas a que reine la paz. La conciencia privada representará el fundamento político de una subjetividad a través de la cual cada sujeto interpreta autónomamente el mundo.
En 1452, Pico della Mirandola declara del ser humano que es «su propio y libre creador, encargado de darse la forma que crea óptima»; una declaración que nos recuerda a la actual autodeterminación (presente tanto en la ideología neoliberal como en el transfeminismo), a la figura del «self-made man» y a la obligación a la que se ve avocada toda persona ordinaria de reinventarse de modo constante para sobrevivir en sociedades aceleradas. Además, la estructura política de Italia en esa época se caracterizaba por pequeños reinos y repúblicas muy semejantes a la polis o ciudad-estado de la Grecia Antigua; una estructura política que, sin duda, sugiere una proliferación de numerosos puntos de vista diferenciados.
El Renacimiento italiano, como época de grandes cambios, expresa espíritu ilustrado que se hizo discernible en el siglo XV con una serie creciente de descubrimientos intelectuales, con la creación de bibliotecas y la difusión de una amplia diversidad de traducciones. Se dice que en el siglo XIV todo el mundo en Florencia sabía leer, que hasta los miembros de las más bajas clases cantaban los versos de Dante. Otro rasgo ilustrado de esos siglos es la proliferación de universidades en Italia, que se consolidan en los siglos XIII y XIV; todo ello gracias a un incremento en la riqueza económica de la región.
A su vez, el Renacimiento representó, en palabras del crítico inglés Walter Pater, «una rebelión y sublevación contra la moral y las ideas religiosas de la época». De hecho, dicha época se reconoció a sí misma en la Antigüedad puesto que en ambos periodos históricos la religión parecía haber perdido gran parte de su autoridad. Como pone de manifiesto la escisión luterana, el cristianismo estaba, por entonces, en crisis. De hecho, Nietzsche lamentó, más adelante, la intervención histórica de Lutero, puesto que este, con su rebelión contribuyó a revivir una forma de religiosidad que parecía condenada a extinguirse.
Esta perspectiva íntima e individual del paisaje destruye, en la pintura misma, la experiencia objetiva del cosmos
Entre todos estos procesos subjetivizadores nos encontramos con la perspectiva pictórica (y arquitectónica) como rasgo distintivo de la Modernidad. Según el neuropsicólogo Richard L. Gregory, la «perspectiva tal y como la conocemos en el arte occidental es extraordinariamente reciente. En el arte primitivo, y en el arte de todas las civilizaciones previas no hay perspectiva alguna hasta el Renacimiento italiano». La perspectiva en la pintura renacentista expresa en términos pictóricos la importancia del punto de vista concreto frente al marco de referencia colectivo (la ideología entendida como lo falso objetivo). A través de la perspectiva es el sujeto el que domina la representación visual. El punto de vista particular se convierte, así, en el marco dentro del cual transcurre la acción. Esta perspectiva íntima e individual del paisaje destruye, en la pintura misma, la experiencia objetiva del cosmos, que ahora es comprendido desde el punto de vista humano-individual. El sujeto es ahora el protagonista, además del punto de fuga desde el que surge la pintura y el mundo.
Con la decadencia de la religión dominante surge un antropocentrismo humanista que reverencia la Antigüedad y fija su atención en la figura humana. El sujeto cobra una importancia capital frente a la «objetividad» construida hasta entonces por el entramado eclesiástico, quien detentaba el poder de definir y diseñar lo «real». Este antropocentrismo dominó también en la Antigüedad, donde Protágoras entendió que el ser humano era quien había de comprender el cosmos de acuerdo con unos parámetros propios: la realidad sería relativa a aquel que la interpreta. El anti-relativista Platón replicó a Protágotas que no es el hombre la medida de todas las cosas, sino que habría de ser la divinidad la que rigiese las medidas del mundo. Es por ello, que el fundador de la Academia de Atenas condenó la perspectiva en pintura –incipiente por entonces– por deformar la “verdadera medida” de las cosas (objetiva, en sí) y por colocar, en lugar de la realidad la arbitrariedad y la apariencia subjetiva.
Las implicaciones cosmológicas y filosóficas de esta nueva estética resultan manifiestas. En el Renacimiento el sujeto viene a ocupar el lugar central de la creación, por lo que, si este cambia su punto de vista, la realidad se transforma. La perspectiva expresa en términos visuales un enfoque subjetivo que va a preponderar desde entonces en el terreno económico, político, artístico, psicológico.
Para terminar diremos que, según Erwin Panofsky, la perspectiva en pintura surge en dos momentos históricos alternativos: en el mundo antiguo y en el moderno (como hemos visto, dos periodos de desintegración religiosa). Panofsky afirma: «no es casual que durante el curso de la evolución artística, esta concepción perspectiva del espacio se haya impuesto en dos ocasiones: una vez, como signo de un final al sucumbir la antigua teocracia; otra como signo de un principio al surgir la moderna antropocracia».
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