Toast for Emilio Ontiveros
Frente a esa crispación que algunos se empeñan en convertir en deporte nacional, tu voz juiciosa siempre alentaba el diálogo y la conversación. Querido Emilio, te has ido de repente, y demasiado pronto, como el personaje de una película de Sorrentino.
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Se nos quedó esa comida pendiente, querido Emilio. Joder, que me tocaba invitarte. Y se nos quedó en el tintero también ese artículo que te habíamos pedido para el próximo número en papel y que ya nadie podrá leer. Quizá, quién sabe, haya un esbozo o algunas ideas sueltas en el escritorio de tu ordenador. Siempre andábamos los de Ethic pidiéndote cosas: una tribuna, una charla, unas declaraciones… Y tú siempre aceptabas con gran generosidad (una generosidad insólita si uno piensa en la cantidad de lío y quehaceres que siempre tenías).
Tu muerte me pilló por sorpresa, como a tantos. Yo ese día viajaba. Un turista más flotando en los océanos de agosto. Me tocaba hacer escala en el aeropuerto de Bogotá, donde llego, claro, algo cansado. Pido una cerveza Águila y unas arepas. Me dan la contraseña del wifi y mis hijas, Lea y Bruna, me piden machaconamente el teléfono móvil. Me conecto y me llega desde España la mala nueva. Noticia fatal. ¿Qué te pasa, papi? ¿Estás bien? ¿Por qué pones esa cara? Joder, Emilio, ¡si estabas como un roble! Escribías un nuevo ensayo, dirigías tu empresa, te llamaban de la tele, de la radio… Siempre andabas metiéndote en charcos. Y siempre nos ayudabas –a diletantes como yo, pero también a sesudos expertos y a académicos de postín– a entender los vaivenes y entresijos de la economía. La inflación disparada y tú te vas. Riesgo de recesión global y tú te marchas, así, de repente, demasiado pronto, como el personaje de una película de Sorrentino. Déjame que sea egoísta, déjame que esto no sea un obituario convencional. Déjame que brinde hoy por ti –ya rezarán otros– y también que te pregunte: ¿quién nos va a contar ahora como Dios manda lo que pasa con esta economía que sube y baja (y baja y sube) como una montaña rusa puesta de speed?
«En momentos de incertidumbre, contar con alguien que sabe interpretar las coordenadas de la realidad es casi un milagro de la Ilustración»
Recuerdo bien cómo nos conocimos. Llovía a cántaros en Madrid. La crisis financiera noqueaba los mercados internacionales, ceremonia de la volatilidad, y en España cada día nos enterábamos de un nuevo escándalo de corrupción, que eso sí que era un buen chaparrón. Era la tarde de un sábado lánguido y los dos estábamos en una tienda del centro, comprando café, guareciéndonos, seguramente, de la lluvia que resbalaba, sinuosa, por las paredes de esa ciudad que te había visto convertirte, ya en los años ochenta, en uno de los economistas más prestigiosos e influyentes del país. Yo te conocía porque leía tus artículos y te veía en las tertulias de televisión, con ese tono académico pero accesible, firme pero conciliador. Me acerqué, con mi bisoñez mal disimulada, a saludarte para poderte explicar un proyecto editorial, Ethic, que acabábamos de lanzar y desde el que íbamos a prestar mucha atención a la evolución de un sistema económico que, siendo sin duda con el que mejor nos ha ido a los sapiens, presentaba síntomas claros de agotamiento tras la devastadora caída de Lehman Brothers, símbolo de una era marcada por la especulación.
Te sonó bien la música de Ethic. Y te encantaba pisar charcos, como ya hemos dicho. Te dejaste liar y empezaste a colaborar con nosotros. Cuando te propusimos ser consejero editorial aceptaste encantado y tuviste la idea de montar con nuestra revista un cine fórum –Cine Crítico, lo llamamos— con las películas que habían surgido en el albor de esa crisis. En el Hub de la calle Gobernador proyectamos pelis como Inside Job, Margin Call o Too big to fail y por allí pasaron a debatir contigo Fernando Savater, Jordi Sevilla, José María Fidalgo, Aldo Olcese… Nuestro querido Alberto Andreu hacía en cada sesión de maestro de ceremonias y si él tenía que viajar, salía yo al estrado, paseando de nuevo mi bisoñez. La verdad es que lo pasamos genial y los lectores aún nos preguntan si lo vamos a volver a hacer. Cuando nos confinaron por la pandemia hicimos una serie de directos y también te dejaste liar. Ser espléndido es saber ser humilde y magnánimo a la vez. En momentos de incertidumbre, contar con alguien que sabe interpretar las coordenadas de la realidad es casi un milagro de la Ilustración.
En estos años de aventura editorial siempre estuviste ahí y siempre te agradeceremos tu cercanía y tu generosidad, tanto con nosotros como con los lectores de Ethic. Frente a esa crispación que algunos se empeñan en convertir en deporte nacional, tu voz juiciosa siempre alentaba el diálogo y la conversación. Y lo hacías con espíritu crítico y desde la confrontación de ideas, alejado de cualquier tibieza o indeterminación. Formabas parte, no en vano, de esa generación que hizo posible la Transición.
Muchas gracias por todo, Emilio. Te vamos a echar de menos. Y que no te quepa la menor duda: mañana, en la batalla, pensaremos en ti.
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